Un Tour del Holocausto

A REAL PAIN. Esta­dos Uni­dos-Polo­nia, 2023. Un film escri­to y diri­gi­do por Jes­se Eisen­berg. 90 minutos

Sin ama­ne­ra­mien­to alguno y con gran sen­ci­llez Jes­se Eisen­berg abor­da una huma­na his­to­ria en la que coha­bi­tan dos temas simul­tá­nea­men­te. Su guión, ade­más de ofre­cer un buen estu­dio carac­te­ro­ló­gi­co de dos empa­ren­ta­dos fami­lia­res, ofre­ce al pro­pio tiem­po una visión moder­na de un país que ha sido devas­ta­do por la gue­rra y en don­de aflo­ran los recuer­dos som­bríos del Holocausto.

Jes­se Eisen­berg y Kie­ran Culkin

David (Eisen­berg), que resi­de en New York con su mujer e hiji­ta, se reúne con Ben­ji (Kie­ran Cul­kin), son dos pri­mos judíos de la mis­ma edad que han esta­do dis­tan­cia­dos y que en su infan­cia vivie­ron como si fue­ran her­ma­nos. La razón del reen­cuen­tro se debe al recien­te falle­ci­mien­to de la abue­la, que había sido una de las que han sobre­vi­vi­do al exter­mi­nio nazi y pos­te­rior­men­te emi­gró a Esta­dos Uni­dos. Es así que ambos han deci­di­do par­ti­ci­par en un tour refe­ri­do al Holo­caus­to que se rea­li­za en Polo­nia, la tie­rra natal de la abuela.

Al lle­gar a Var­so­via, ambos son reci­bi­dos por el afa­ble guía James (Will Shar­pe) y pron­ta­men­te se reúnen con los otros cua­tro inte­gran­tes del gru­po que inclu­yen a Elo­ge (Kurt Egyia­wan) pro­ce­den­te de Ruan­da, la divor­cia­da Mar­cia (Jen­ni­fer Grey) y un matri­mo­nio de media­na edad (Liza Sadovy y Daniel Ores­kes). En una reu­nión rea­li­za­da antes de comen­zar el tour, a pedi­do del guía cada visi­tan­te mani­fies­ta las razo­nes que les moti­va­ron a par­ti­ci­par del mis­mo y es así que Elo­ge ‑que ha esca­pa­do del geno­ci­dio de Ruan­da y pos­te­rior­men­te con­ver­ti­do al judaís­mo- expre­sa que deseó invo­lu­crar­se in situ sobre la tra­ge­dia judía.

Ade­más de la visi­ta a Var­so­via efec­tuan­do una para­da fren­te el monu­men­to a los insur­gen­tes del gue­to de Var­so­via, los turis­tas tam­bién visi­tan un cemen­te­rio judío don­de colo­can una pie­dra en las tum­bas, siguien­do la tra­di­ción judía que sim­bó­li­ca­men­te impli­ca man­te­ner el alma de los falle­ci­dos. El via­je con­ti­núa a la ciu­dad de Lublin para pro­se­guir al cam­po de con­cen­tra­ción en Maj­da­nek; si bien ese sitio gene­ra hon­do sen­ti­mien­to de tris­te­za, Eisen­berg pre­sen­ta esa esce­na sobria­men­te. Una vez fina­li­za­do el tour, David y Ben­ji, pasan­do revis­ta a la his­to­ria fami­liar, se diri­gen a la casa don­de habi­ta­ba la abue­la antes de emi­grar de Polonia.

Lo que más des­ti­la del rela­to es el con­tras­te entre los dos pri­mos. Mien­tras David res­pon­de a una per­so­na­li­dad tran­qui­la y más bien pasi­va, Ben­ji es más extra­ver­ti­do y no exen­to de cier­ta agre­si­vi­dad que en varias oca­sio­nes demues­tra su vehe­men­cia y un com­por­ta­mien­to no muy apro­pia­do en torno del gru­po; eso es debi­do a la par­ti­cu­lar for­ma de exte­rio­ri­zar su emo­ción fren­te a los que lo rodean. Aun­que en cier­tas oca­sio­nes Ben­ji sue­le dis­mi­nuir a David quien fren­te a ello no pue­de disi­mu­lar su exas­pe­ra­ción, en todo caso los con­flic­tos emer­gen­tes entre ambos pron­ta­men­te se dilu­yen en la medi­da que pre­do­mi­na el hon­do sen­ti­mien­to fra­ter­nal que los une.

Entre los valo­res del film cabe men­cio­nar su impe­ca­ble elen­co; en el mis­mo deci­di­da­men­te se des­ta­ca la exce­len­te actua­ción de Cul­kin quien se sumer­ge por com­ple­to en la psi­co­lo­gía de Ben­ji, un indi­vi­duo que a veces excén­tri­co y de con­duc­ta errá­ti­ca como resul­ta­do de cier­tos trau­mas del pasa­do, no disi­mu­la su sen­si­bi­li­dad y ter­nu­ra hacia su primo.

Con su segun­do tra­ba­jo como rea­li­za­dor, Eisen­berg demues­tra una nota­ble madu­rez logran­do una emo­ti­va his­to­ria que sin caer en un arti­fi­cial sen­ti­men­ta­lis­mo pue­de dis­fru­tar­se a pleno. Ade­más de una muy bue­na foto­gra­fía de Polo­nia logra­da por Michal Dymek, el film se valo­ri­za por su músi­ca de fon­do con temas de Cho­pin que se aso­cian muy bien al tono melan­có­li­co que des­ti­la su visión. Jor­ge Gutman