Lumi­no­sa Actua­ción de Kate Winslet

WON­DER WHEEL. Esta­dos Uni­dos, 2017. Un film escri­to y diri­gi­do por Woody Allen

Tal como lo abor­da­ra en Blue Jas­mi­ne (2013), en su cua­dra­gé­si­mo octa­vo opus como rea­li­za­dor Woody Allen vuel­ve a aus­cul­tar el uni­ver­so feme­nino en un rela­to de fon­do som­brío don­de se asis­te al pro­ce­so de desin­te­gra­ción emo­cio­nal de su pro­ta­go­nis­ta. Así como en aquel film Allen per­mi­tió que Cate Blan­chett des­ple­ga­ra su gran talen­to, en Won­der Wheel le brin­da esa opor­tu­ni­dad a Kate Wins­let para con­fir­mar su exce­len­te con­di­ción de actriz.

Jus­tin Tim­ber­la­ke y Kate Winslet

La acción se desa­rro­lla en la pla­ya de Coney Island de Brooklyn duran­te la déca­da del 50. Mic­key (Jus­tin Tim­ber­la­ke), que tra­ba­ja como sal­va­vi­das duran­te la épo­ca esti­val y es un gra­dua­do de la Uni­ver­si­dad de Nue­va York aspi­ran­te a dra­ma­tur­go, narra esta his­to­ria de la cual ha sido en gran par­te testigo.

Wins­let ani­ma a Ginny, una ex actriz que apro­xi­mán­do­se a los 40 años está casa­da en segun­das nup­cias con Hum­pty (Jim Belushi) y es madre de Richie (Jack Gore), un niño de su pri­mer matri­mo­nio. Resi­dien­do en una humil­de vivien­da ubi­ca­da fren­te al par­que de atrac­cio­nes de Coney Island, su vida está sem­bra­da de frus­tra­cio­nes que la tor­nan emo­cio­nal­men­te volá­til e ines­ta­ble pro­du­cién­do­le fre­cuen­tes migrañas.

Varias razo­nes con­cu­rren para jus­ti­fi­car su males­tar. Una de ellas es que en su actual rela­ción con­yu­gal no encuen­tra satis­fac­ción algu­na de su mari­do, que si bien la quie­re a su mane­ra es su per­fec­ta antí­te­sis; este hom­bre que tra­ba­ja como ope­ra­rio del carru­sel que fun­cio­na en el par­que care­ce de los mis­mos gus­tos de su espo­sa y de sus inquie­tu­des inte­lec­tua­les; eso moti­va a que Ginny no com­par­ta su afi­ción a la pes­ca ni él tam­po­co coin­ci­de con ella en su pasión por el cine. A todo ello, esta mujer se encuen­tra poco gra­ti­fi­ca­da tra­ba­jan­do como mese­ra en un bar local sin que pue­da vis­lum­brar un por­ve­nir más ven­tu­ro­so; final­men­te, las con­se­cuen­cias del com­por­ta­mien­to de su hijo piró­mano con­tri­bu­yen a crear­le serios disgustos.

La situa­ción se com­pli­ca aún más con la lle­ga­da de Caro­li­na (Juno Tem­ple), la hija que Hum­pty había teni­do de su matri­mo­nio ante­rior, quien irrum­pe en el hogar des­pués de varios años de ausen­cia; la joven bus­ca refu­gio en la casa de su padre al estar huyen­do de su mafio­so mari­do por haber reve­la­do sus acti­vi­da­des delic­ti­vas al FBI y eso inquie­ta seria­men­te a Ginny.

Un háli­to de espe­ran­za tien­de a modi­fi­car el áni­mo de la mese­ra cuan­do acci­den­tal­men­te cono­ce en la pla­ya al apues­to Mic­key. A pesar de ser sus­tan­cial­men­te menor que ella, comien­za un apa­sio­na­do víncu­lo amo­ro­so don­de Ginny encuen­tra la ter­nu­ra y la satis­fac­ción sexual que no goza­ba des­de hace lar­go tiem­po. Sin embar­go su feli­ci­dad comen­za­rá a esfu­mar­se a par­tir del momen­to en que Caro­li­na lle­ga a cono­cer a Mic­key y él comien­za a gus­tar de la joven.

Deli­nean­do muy bien a cada uno de los per­so­na­jes invo­lu­cra­dos en la trama,
Allen per­mi­te que el espec­ta­dor se sumer­ja por com­ple­to en los mis­mos y espe­cial­men­te en Ginny. Lo más impor­tan­te es que el rea­li­za­dor no es indul­gen­te con ella sino que en cier­ta mane­ra la hace res­pon­sa­ble de sus actos cuan­do a pesar de haber teni­do una muy bue­na rela­ción matri­mo­nial con su pri­mer espo­so, éste la deja al haber des­cu­bier­to que le era infiel. En tal sen­ti­do el cineas­ta se remi­te a ilus­trar las con­tra­dic­cio­nes del ser humano don­de la lógi­ca del razo­na­mien­to no pre­va­le­ce cuan­do entran a jugar las razo­nes del corazón.

Sin ser uno de sus gran­des fil­mes, Allen ofre­ce un muy buen melo­dra­ma que se impo­ne por la vita­li­dad, expre­si­vi­dad y la vera­ci­dad que impri­me al rela­to. Wins­let, que cons­ti­tu­ye el alma del film, trans­mi­te con elo­cuen­cia la cri­sis espi­ri­tual de su per­so­na­je fren­te a la dura reali­dad que le toca afron­tar; así, car­co­mi­da por los celos no duda en recu­rrir a cual­quier medio para tra­tar de rever­tir los acon­te­ci­mien­tos aun­que eso la con­duz­ca a su auto­des­truc­ción. Con un final abier­to sin ofre­cer algún dejo de espe­ran­za opti­mis­ta, éste qui­zás sea el úni­co film de Allen don­de no pre­va­le­ce la míni­ma nota de humor; en todo caso, eso no lle­ga a des­me­re­cer sus méritos.

En los apor­tes téc­ni­cos se dis­tin­gue la exce­len­te foto­gra­fía de Vit­to­rio Sto­ra­ro así como los logra­dos dise­ños de pro­duc­ción de San­to Loquas­to repro­du­cien­do nos­tál­gi­ca­men­te al Coney Island de la épo­ca en que trans­cu­rre la acción. Jor­ge Gutman