STILL MINE. Canadá, 2012. Escrito y dirigido por Michael McGowan
Sin saber si Still Mine fue rodado antes o después del aclamado film Amour, el tema del amor en el crepúsculo de la vida es el mismo. Sin hacer comparación alguna, se puede afirmar que este film canadiense de Michael McGowan es de gran calidad al ilustrar con sobriedad y máxima sutileza el indisoluble lazo afectivo vigente entre dos personas ancianas después de haber compartido toda una vida en común. Además, al igual que en el film de Michael Hanecke, queda reflejado que aún en los momentos más dramáticos en que la vida puede golpearnos, lo más valioso es el amor que une a dos personas, ratificando una vez más que ese noble sentimiento es posiblemente la razón principal que justifica nuestra existencia.
Basado en una historia verdadera el director la ha vertido en un estupendo guión. La acción que transcurre en una zona rural de St. Martins, New Brunswick, presenta a Craig Morrison (James Cromwell), un granjero de 89 años de edad casado por más de 60 años con Irene (Geneviève Bujold) de edad similar. Desde la primera imagen en que se los contempla no queda duda alguna sobre el profundo sentimiento afectivo que los une. Sin embargo, la salud de Irene comienza a deteriorarse con señales evidentes de senilidad mental; precisamente por esa razón, y teniendo en cuenta que la morada donde habitan necesita grandes reparaciones, su marido ha decidido utilizar la parcela de tierra que dispone para construir otra vivienda que resulte más adecuada y confortable para que ambos puedan vivir el tiempo que les queda.
Con la candidez que lo caracteriza y sin pensar en los inconvenientes que podrían sobrevenir, Craig como experimentado carpintero decide implementar su proyecto utilizando sus propios materiales, sin imaginar los contratiempos que deberá atravesar. Cuando la construcción se encuentra en sus primeros estadios recibe la visita de un inspector municipal (Jonathan Potts) que lo insta a detener la obra por cuanto no cuenta con el permiso reglamentario pertinente así como hasta llega también a ser cuestionado por el tipo de madera utilizada. Tenaz y persistente, el buen hombre entiende que lo que hace es dentro de su propio dominio y con toda obstinación decide proseguir con la construcción hasta que la disputa con las autoridades llega al punto en que es llevado a juicio con el riesgo de tener que ser encarcelado por su obstinada actitud.
La excelente forma en que el relato es narrado permite que el espectador se involucre totalmente con el desarrollo de los hechos y por supuesto que tome partido con Craig a pesar de la ilegalidad del procedimiento. Pero más allá de la anécdota central narrada, donde los valores tradicionales y simples de gente humilde trabajadora colisionan con la modernidad y el aparato legal vigente que debe ser respetado, el corazón del film reside en la interacción que durante todo este proceso se produce en la pareja. Algunas situaciones naturalmente graciosas atenúan el drama real, pero eso no excluye a remarcar la comunicación y el cariño existente entre Craig y su amada esposa que se manifiestan a través de los gestos, miradas y conversaciones que lejos de banales están impregnadas de gran sinceridad al abordar algunos tópicos urticantes como el de la muerte.
Con todo el mérito que le cabe al realizador, el haber logrado un film tan cálido y humano es debido a la extraordinaria caracterización lograda por Cromwell y Bujold. Es imposible determinar quién es mejor que quién; verlos actuar es realmente un placer porque uno se olvida que está juzgando a actores para sumergirse por completo en Craig e Irene. Estos gigantes de la actuación subliman una maravillosa historia de amor donde a pesar de los sinsabores que la vejez pueda producir en el deterioro físico de una persona, constituye una celebración de la vida.
Conclusión: Un estupendo film canadiense. Jorge Gutman