Crónica de Jorge Gutman
SOUL DOCTOR (Journey of a Rock Star Rabbi). Autor: Daniel S. Wise – Dirección: Bryna Wasserman y Rachelle Glait –- Elenco Principal: Adam Stotland, Coco Thompson, Sam Stein, Rhona Sobol, Aron Gonshor, Burney Lieberman, Mikey Samra – Musica: Shlomo Carlebach – Letra: David Schechter y Shlomo Carlebach — Dirección Musical: Nick Burgess – Coreografía: Jim White Decorados: John C. Dinning — Vestuario: Louise Bourret — Iluminación: Luc Prairie – Diseño de Sonido: Peter Balov — Duración: 2h10 incluyendo 25 minutos de entreacto- Representaciones: Hasta el 29 de junio de 2014 en la sala principal del Segal Centre (www.segalcentre.org)
Como cierre de la temporada oficial el Centro Segal ofrece la comedia musical Soul Doctor basada en la vida real del controvertido rabino Shlomo Carlebach (1925 – 1994) quien se distinguió por ser compositor y cantante de música pop durante la segunda mitad del siglo pasado. Si bien esta pieza ya fue estrenada en Broadway el año pasado, la presente producción está hablada mayormente en idish con subtítulos en francés e inglés.
Aunque con algunas menores licencias, el texto de Daniel S. Wise transmite con elocuencia el valor y la perseverancia de un judío ortodoxo quien sin renegar sus raíces judías y su fe como rabino tuvo el valor y la constancia de ser un hombre abierto y dispuesto a expresar sus genuinos sentimientos a través de la música.
Básicamente la pieza se centra en su comienzo en la infancia de Shlomo durante la ocupación alemana en Austria y en donde es testigo de la muerte de un hombre judío asesinado por un oficial nazi por el simple hecho de haber estado cantando en la calle. A fin de escapar la persecución del implacable régimen imperante, la familia se desplaza a Nueva York donde comenzará sus estudios rabínicos para convertirse en un rabino como su padre. No obstante su estricta formación religiosa, esa circunstancia no es un obstáculo para que ya en su condición de adulto Shlomo (Adam Stotland) acudiera a un club nocturno de Greenwich Village donde tiene oportunidad de escuchar a Nina Simone (Coco Thompson), una cantante negra de jazz con quien llegará a crear una especial comunicación en parte motivada porque esas dos nobles almas se encuentran mancomunadas por sus respectivas experiencias de vida. Precisamente, ese encuentro con Nina y su música gospel producirá en el rabino una importante transformación cuando transgrediendo la tradición ortodoxa resuelve aprender guitarra, componer canciones y actuar públicamente para todo tipo de audiencia en los clubes de Nueva York y San Francisco convirtiéndose de esta manera en un popular músico rockero. En última instancia, su conducta le acarreará ser desterrado de su comunidad, de la sinagoga donde ejercía y, lo que resulta más doloroso, ser ignorado por sus parientes más próximos incluyendo su padre (Sam Stein) quien le retira su bendición.
Resulta interesante comprobar cómo una obra musical de esta naturaleza puede albergar algunos tópicos urticantes que da margen para la reflexión. Más allá de una buena pintura de lo que significó el dolor de un pueblo sacudido por los nazis y el obligado desplazamiento y ajuste hacia un nuevo tipo de vida, la pieza obliga a pensar acerca de los preceptos religiosos con sus restricciones y prejuicios sobre personas de otro credo y/o bien que la música popular pueda ser considerada de naturaleza endiablada y sacrílega.
La eficiente y ágil dirección de Bryna Wasserman y Rachelle Glait extrae lo máximo del texto de Daniel S. Wise permitiendo varias escenas de legítima emoción; entre las mismas figuran la del primer encuentro entre Shlomo y Nina donde él además de haberse sentido cautivado por el tema musical que ella entonó comprende muy bien la discriminación racial que ella siente por ser negra al igual que por su parte Nina se conmisera cuando se impone de los horrores del holocausto; otro momento emotivo es cuando hacia finales de la década del 80 él retorna por primera vez a Viena, después de 50 años de ausencia para un concierto público a pesar de las observaciones de un rabino que encuentra vergonzoso que lo hiciese por todo el antisemitismo que la ciudad albergó.
El despliegue de la treintena de melodiosos números musicales es admirable por la estupenda coreografía lograda por Jim White permitiendo una completa sincronización del elenco en sus desplazamientos dentro del limitado espacio escénico; no menos destacable es el brío que los actores brindan a las canciones que entonan y entre los mismos, mención especial recibe Thompson con su calidez vocal.
La actuación es sólida teniendo en cuenta que la mayoría de los artistas que intervienen no son profesionales; en tal sentido, es elogiable la interpretación de Stotland en el rol protagónico aportando toda la nobleza de espíritu y de alma del rabino transgresor. Finalmente, tanto la escenografía como el vestuario refuerzan la calidad del espectáculo.