MAGIC IN THE MOONLIGHT. Estados Unidos, 2014. Un film escrito y dirigido por Woody Allen
El prolífico Woody Allen que tiene acostumbrado a su público en brindarle anualmente un nuevo trabajo, reúne en su filmografía títulos trascendentes y otros que no lo son tanto; todo depende de cuán inspirado se siente en el momento de escribir sus guiones. Su último film dista de alcanzar el brillo aportado en la última década con Match Point (2005), Midnight in Paris (2011) o más recientemente en Blue Jasmine (2013) pero con todo cabe afirmar que aunque un menor trabajo de Allen no llegue a colmar las expectativas aguardadas, nunca dejará desalentado al espectador por más banal que sea su contenido porque siempre existe el ingenio chispeante de sus inteligentes diálogos.
Comencemos por señalar que la idea subyacente de Magic in the Moonlight es afín con lo que el extraordinario realizador Ingmar Bergman –a quien Allen venera- consideró en muchos de sus trabajos, o sea el gran conflicto que se produce entre el raciocinio y el misticismo. Es por eso, que la premisa de este film permite que el público disfrute ampliamente en su primera media hora por resultar intrigante así como por la socarronería que Woody brinda a través de la presentación de sus personajes.
Ubicada en 1928, la trama presenta al arrogante y famoso ilusionista Stanley Crawford (Colin Firth) quien deleita a un público de Berlín con sus espectáculos de magia. Allí se encuentra con Howard, (Simon McBurney), un colega amigo que le solicita que viaje a la costa azul de Francia para desenmascarar a Sophie (Emma Stone), una farsante clarividente que con sus supuestos dones ha logrado fascinar a una acaudalada familia americana encabezada por Grace Catledge (Jacki Weaver), la matriarca viuda quien está dispuesta a donar una importante suma de dinero para una “fundación” destinada a promocionar las habilidades de Sophie. Para un hombre absolutamente racionalista y egocéntrico como Stanley, este ofrecimiento resulta un agradable desafío para demostrar que Sophie es una embaucadora de gente inocente. Cual será la sorpresa de Stanley cuando al conocerla, llega poco a poco a comprobar que ella a través de sus vibraciones mentales es capaz de conocer detalles pasados de su vida personal como así también actuando como médium le permite comunicarse con el mundo astral y con el espíritu del marido de Grace.
Lo que antecede pareciera vulnerar los firmes principios de Stanley y comenzar a dudar si acaso pudo haber estado equivocado durante toda una vida sobre la no existencia en Dios, de un mundo espiritual y/ o de las creencias sobre el más allá después de la vida. Conociendo el agnosticismo de Allen parecería un tanto utópico creer que el realizador se haya convertido en una suerte de abogado del diablo con respecto al modo en que él piensa. Claro está que el público deberá aguardar para ver cómo prosigue esta historia.
Precisamente la prosecución del relato y la manera de concluirlo románticamente es lo que resulta menos efectivo; así, la transformación que sufre el personaje de Stanley no termina resultando creíble en tanto que la hipótesis del film, aunque bien planteada, no logra ser desarrollada con más profundidad como para que el film resultara más apasionante. No obstante lo anterior, queda claro que lo que Allen desea expresar es que por más racional que sea la conducta de una persona, la magia de la ilusión resulta saludable para que siempre anide la esperanza de lograr lo que uno ansía.
Dejando de lado si el conocimiento científico se acomoda o no con la magia de la vida, dígase que los valores de producción de este film son sencillamente maravillosos. Es increíble la reproducción de época que aquí se contempla, mérito de Anne Seibel como diseñadora de producción cuidando en forma meticulosa hasta los mínimos detalles, el impecable vestuario debido a la impecable diseñadora Sonia Grande, la radiante fotografía de Darius Khondji captando entre otras las hermosas vistas de Cap d’Antibes, Juan-les.Pins y Niza , así como la música, que como bien es sabido Allen le atribuye un valor muy especial incorporando agradables temas de jazz de su querido Cole Porter, entre otros autores, entremezclados con la música clásica de Beethoven, Ravel y Stravinsky.
El comentario final va para los actores. ¿Es necesario remarcar que los artistas que participan en cualquier film de Allen lo hacen de manera inobjetable? No sé si es la magia del director o el talento volcado de quienes con él colaboran, pero lo cierto es que uno se gratifica con la pulcra prestación brindada en los roles protagónicos por Firth y Stone, así como en los papeles de apoyo de Eileen Atkins como la tía de Stanley, Marcia Gay Harden animando a la mamá de Sophie y Hamish Linklater como el presumido cortejante de Sophie que trata de conquistarla tocando el ukelele.
Conclusión: Un film menor de Allen que aunque no resulte tan mágico como lo esperado siempre resulta atractivo por el tema que trata y sobre todo por su permanente preocupación sobre aspectos vinculados con el sentido de la vida.
Jorge Gutman