Obra Maes­tra del Cine Turco

WIN­TER SLEEP. Tur­quía, 2014. Un film de Nuri Bil­ge Ceylan

Con el pres­ti­gio de haber gana­do la Pal­ma de Oro en el últi­mo fes­ti­val de Can­nes aho­ra se estre­na comer­cial­men­te Win­ter Sleep, un subli­me film del rea­li­za­dor tur­co Nuri Bil­ge Cey­lan. Cier­ta­men­te su dura­ción de 3 horas y 16 minu­tos en un rela­to don­de el den­so diá­lo­go es el fac­tor pre­do­mi­nan­te, pue­de en prin­ci­pio no atraer al gran públi­co; sin embar­go quie­nes se some­tan a la expe­rien­cia de ver­lo sal­drán recom­pen­sa­dos de haber apre­cia­do una obra de arte del mis­mo modo que podrían sabo­rear una deli­cio­sa comi­da que requie­re una coc­ción a fue­go lento.

Cey­lan es uno de los cineas­tas más pro­fun­dos inda­gan­do la natu­ra­le­za huma­na, sus con­tra­dic­cio­nes y vul­ne­ra­bi­li­da­des del mis­mo modo que lo hicie­ra el extra­or­di­na­rio cineas­ta Ing­mar Berg­man en muchos de sus fil­mes (espe­cial­men­te Esce­nas de la Vida Con­yu­gal); pre­ci­sa­men­te, aun­que con un enfo­que dife­ren­te, es lo que des­ti­la este dra­ma escri­to por él con la cola­bo­ra­ción de su espo­sa Ebru Cey­lan que está ins­pi­ra­do en dos cuen­tos del escri­tor ruso Anton Che­jov, uno de los mis­mos sobre un escri­tor lite­ra­rio y su her­ma­na y el otro sobre un hom­bre madu­ro y su joven esposa.

Haluk Bilginer

Haluk Bil­gi­ner

Tal como lo indi­ca el títu­lo, el rela­to trans­cu­rre en invierno, en una peque­ña aldea ubi­ca­da en las este­pas de Ana­to­lia, don­de la nie­ve empie­za a caer crean­do una atmós­fe­ra de gran melan­co­lía. Es allí don­de Aydin (Haluk Bil­gi­ner), un inte­lec­tual de media­na edad que en el pasa­do fue actor, posee un peque­ño hotel así como tam­bién es due­ño de tie­rras cir­cun­dan­tes que arrien­da; en su estu­dio ubi­ca­do en un sec­tor del hotel, des­ti­na su tiem­po como colum­nis­ta de un dia­rio local así como reúne impor­tan­te mate­rial para comen­zar a escri­bir una his­to­ria del tea­tro tur­co. En dife­ren­tes sitios del esta­ble­ci­mien­to tam­bién se alo­jan su joven y dis­tan­cia­da espo­sa Nihal (Meli­sa Sozen) y Necla (Demet Akbag), su her­ma­na divorciada.

La mayor par­te del rela­to des­can­sa en las exten­sas con­ver­sa­cio­nes man­te­ni­das por Aydin con su des­en­can­ta­da mujer así como con su frus­tra­da her­ma­na; a medi­da que las mis­mas pro­gre­san, las ani­mo­si­da­des exis­ten­tes van “in cres­cen­do” y los resen­ti­mien­tos aflo­ran des­car­na­da­men­te. Así se apre­cia el vacío que expe­ri­men­ta Nihal en su víncu­lo matri­mo­nial fus­ti­gan­do a su mari­do por su ego­cen­tris­mo, alta­ne­ría y com­pla­cien­te orgu­llo que lo lle­va a des­de­ñar aspec­tos vita­les que ten­gan rela­ción con los sen­ti­mien­tos; para dar­le sen­ti­do a su vida ella des­ti­na su tiem­po a obras de cari­dad. No menos impor­tan­te resul­tan los áci­dos repro­ches de la amar­ga­da Necla hacia Aydin hacién­do­le ver que al no asu­mir su con­di­ción de un ser que se encuen­tra alie­na­do de parien­tes y ami­gos ter­mi­na enga­ñán­do­se a sí mismo.

Simul­tá­nea­men­te, el rela­to deja espa­cio para refle­jar algu­nos aspec­tos de las dife­ren­tes cla­ses socia­les impe­ran­tes en Tur­quía y los esfuer­zos rea­li­za­dos para resol­ver situa­cio­nes con­flic­ti­vas. Eso se evi­den­cia en una de las pri­me­ras esce­nas del film cuan­do el peque­ño hijo (Emirhan Doruk­tu­tan) de un arren­da­ta­rio (Nejat Isler), arro­ja una pie­dra a la camio­ne­ta de Aydin rom­pién­do­le una ven­ta­na de la mis­ma; ese ges­to es debi­do por­que a su padre le han con­fis­ca­do la tele­vi­sión y un refri­ge­ra­dor por estar atra­sa­do en el pago del alqui­ler a su dueño.

A pesar de que las lar­gas char­las gra­vi­tan con­si­de­ra­ble­men­te a lo lar­go del film, la rique­za extra­or­di­na­ria de sus diá­lo­gos con­tri­bu­ye a que la aten­ción se con­cen­tre per­ma­nen­te­men­te en el espec­ta­dor, al abor­dar tópi­cos impor­tan­tes como por ejem­plo, el con­cep­to de cul­pa, la insa­tis­fac­ción per­so­nal, el fal­so pater­na­lis­mo, la mora­li­dad y con­cien­cia, la cari­dad mal reci­bi­da así como la natu­ra­le­za de la mal­dad. Todo ello con­fi­gu­ra para que el espec­ta­dor asis­ta en for­ma invi­si­ble a cau­ti­van­tes sesio­nes de psi­co­aná­li­sis don­de los pacien­tes son los per­so­na­jes del film y el psi­quia­tra los auto­res del guión, dan­do como resul­ta­do un absor­ben­te y mara­vi­llo­so ensa­yo sobre la con­di­ción humana.

El elen­co del film se des­ta­ca por su excep­cio­nal nivel de cali­dad don­de sus acto­res res­pon­den más a seres reales que a per­so­na­jes fic­ti­cios por la com­ple­ta natu­ra­li­dad y con­vic­ción que vuel­can a sus res­pec­ti­vos roles. Final­men­te, cabe agre­gar que la pues­ta en esce­na de Cey­lan es impe­ca­ble ape­lan­do a un nota­ble tra­ba­jo de cáma­ras y a una muy bue­na edi­ción para con­tra­rres­tar el efec­to tea­tral del relato.

Con­clu­sión: Con una impe­ca­ble rea­li­za­ción y guión, el apo­yo de un inme­jo­ra­ble elen­co y la cola­bo­ra­ción de una mag­ní­fi­ca foto­gra­fía cap­tan­do el pai­sa­je que aquí adquie­re un carác­ter dra­má­ti­co, Cey­lan ha logra­do una obra maes­tra de cine.
Jor­ge Gutman