Un Pro­fun­do Dra­ma Moral

EYE IN THE SKY. Gran Bre­ta­ña, 2015. Un film de Gavin Hood.

a dra­ma­ti­za­ción de la gue­rra de dro­nes plan­tea un serio dile­ma moral en Eye in the Sky. Ade­más de ser un thri­ller de supe­rior cali­dad, ofre­ce un buen mate­rial de deba­te sobre el daño cola­te­ral de los con­flic­tos bélicos.

La gran dife­ren­cia que exis­te entre una gue­rra que tie­ne lugar en el cam­po de bata­lla y la que se efec­túa a tra­vés de los dro­nes, es que en este caso los ope­ra­do­res que los coman­dan iden­ti­fi­can cla­ra­men­te a quie­nes serán sus víc­ti­mas. Pre­ci­sa­men­te ese fac­tor tan impor­tan­te es lo que otor­ga gra­vi­ta­ción dra­má­ti­ca a esta película.

Helen Mirren

Helen Mirren

El fic­ti­cio rela­to basa­do en el guión de Guy Hib­bert se cen­tra en Kathe­ri­ne Powell (Helen Mirren), una coro­ne­la de la inte­li­gen­cia mili­tar bri­tá­ni­ca, que des­de un bún­ker en el que está ins­ta­la­da tie­ne la misión de efec­tuar una ope­ra­ción de cap­tu­ra de un gru­po terro­ris­ta de Soma­lia que se halla en Nai­ro­bi; al mis­mo se ha inte­gra­do una radi­ca­li­za­da ciu­da­da­na bri­tá­ni­ca (Lex King).

La coro­ne­la coor­di­na la acción con Ste­ve Watts (Aaron Paul) y una cole­ga (Phoe­be Fox), quie­nes des­de el desier­to de Neva­da pilo­tean los dro­nes. Al pro­pio tiem­po, Powell man­tie­ne per­ma­nen­te comu­ni­ca­ción con su supe­rior, el tenien­te gene­ral Ben­son (actua­ción pós­tu­ma de Alan Rick­man), quien obser­va el desa­rro­llo de los acon­te­ci­mien­tos a tra­vés de las pan­ta­llas de video jun­to al pro­cu­ra­dor gene­ral (Richard McCa­be) y otros impor­tan­tes funcionarios.

Simul­tá­nea­men­te a la ope­ra­ción mili­tar des­crip­ta, el rela­to enfo­ca la vida ruti­na­ria de un matri­mo­nio humil­de que habi­ta en una aldea leja­na de Kenia, cuya hiji­ta Alia (Aisha Takow) se dedi­ca a ven­der dia­ria­men­te los panes ama­sa­dos por su madre (Fai­sa Has­san) cer­ca de la feria local. A tra­vés de cor­tas pero sig­ni­fi­ca­ti­vas secuen­cias, se pue­de obser­var cómo trans­cu­rre la infan­cia de esta amo­ro­sa cria­tu­ra de 9 años de edad que reci­be lec­cio­nes de mate­má­ti­cas de su padre (Armaan Hag­gio) quien ade­más la alec­cio­na sobre los faná­ti­cos reli­gio­sos que cir­cun­dan la zona.

Cuan­do la acción retor­na don­de se encuen­tran los terro­ris­tas en Nai­ro­bi, des­de Gran Bre­ta­ña se com­prue­ba que los mis­mos se han des­pla­za­do a la aldea en que habi­ta Alia con el pro­pó­si­to de per­pe­trar un ata­que sui­ci­da. Como con­se­cuen­cia de ello, Powell con­si­de­ra que la misión ini­cial de cap­tu­ra debe ceder lugar a la de matar a los terro­ris­tas para pre­ve­nir que cien­tos de per­so­nas sufran las con­se­cuen­cias. Para imple­men­tar la medi­da, se requie­re pre­via­men­te una con­fir­ma­ción por par­te del minis­tro de rela­cio­nes exte­rio­res de Gran Bre­ta­ña y del secre­ta­rio de esta­do de Esta­dos Unidos.

Si has­ta el momen­to des­crip­to el gra­do de ten­sión es con­si­de­ra­ble­men­te ele­va­do, de allí en más la his­to­ria se des­en­vuel­ve den­tro de un cli­ma angus­tian­te cuan­do Watts, encar­ga­do de dis­pa­rar el misil para aba­tir a los terro­ris­tas sui­ci­das, com­prue­ba que en las inme­dia­cio­nes don­de debe­rá pro­du­cir­se la explo­sión se encuen­tra Alia ven­dien­do los panes.

Es allí don­de el rela­to plan­tea el gran dile­ma moral: ¿Vale más sal­var a Alia que a cien­tos de per­so­nas que mori­rán en el caso de que los sui­ci­das terro­ris­tas no sean aba­ti­dos? Si en for­ma racio­nal y mate­má­ti­ca podría haber una res­pues­ta obje­ti­va, no lo es des­de el pun­to de vis­ta humano cuan­do se ha indi­vi­dua­li­za­do y logra­do ple­na­men­te empa­ti­zar con la ino­cen­te niña quien sin saber­lo se encuen­tra en el inopor­tuno lugar que pue­de cos­tar­le la vida.

Es raro con­tem­plar un film que plan­tee un con­flic­to béli­co a tra­vés del con­trol remo­to en la for­ma cómo aquí se rela­ta; pre­ci­sa­men­te, uno de sus méri­tos es que el direc­tor ha sabi­do man­te­ner un per­fec­to equi­li­brio al sumi­nis­trar una his­to­ria con rami­fi­ca­cio­nes polí­ti­cas y mili­ta­res de gran ten­sión a la vez que inquie­tan­do al espec­ta­dor con los aspec­tos mora­les y éti­cos planteados.

Final­men­te cabe elo­giar la exce­len­te des­crip­ción de sus per­so­na­jes; ya sea que uno se iden­ti­fi­que más con algu­nos que con otros, lo cier­to es que –cosa extra­ña en fil­mes de este géne­ro- todos des­plie­gan gran huma­ni­dad; en tal sen­ti­do los acto­res que los ani­man han sabi­do com­pe­ne­trar­se cabal­men­te con los mismos.

Des­gra­cia­da­men­te, este excep­cio­nal dra­ma de sus­pen­so cobra más vigen­cia que nun­ca. A pocos días de la tra­ge­dia de Bru­se­las que ha enlu­ta­do al mun­do, el estreno de este film no pudo haber sido más opor­tuno al per­mi­tir que el públi­co asis­ten­te se invo­lu­cre de lleno en esta tris­te reali­dad que aque­ja al géne­ro humano.

En los cré­di­tos fina­les se indi­ca que el film está dedi­ca­do a la memo­ria del gran actor bri­tá­ni­co Alan Rick­man falle­ci­do en enero de este año. Jor­ge Gutman