Una Supues­ta Pin­tu­ra de Jack­son Pollock

Cró­ni­ca de Jor­ge Gutman

BAKERS­FIELD MIST. Autor: Stephen Sachs – Direc­ción: Roy Suret­te — .Elen­co: Nico­la Caven­dish, Jonathan Mon­ro — Esce­no­gra­fía y Ves­tua­rio: Pam John­son – Ilu­mi­na­ción: Conor Moo­re — Dise­ño de Soni­do: Scott Zech­ner – Dura­ción: 80 minu­tos (sin entre­ac­to) — Repre­sen­ta­cio­nes: has­ta el 26 de Febre­ro de 2017 en el Cen­taur Thea­tre (www.centaurtheatre.com)

La auten­ti­ci­dad de una obra artís­ti­ca es el tema que abor­da el dra­ma­tur­go Stephen Sachs en la pie­za que se comen­ta, don­de la exce­len­te des­crip­ción de sus dos úni­cos per­so­na­jes y el tex­to impreg­na­do de jugo­sos diá­lo­gos son algu­nos de los ele­men­tos que la distinguen.

Uno de los per­so­na­jes de Bakers­field Mist es Mau­de Gut­man, una mujer de apro­xi­ma­da­men­te 70 años, sin edu­ca­ción for­mal que vive en una casa rodan­te ubi­ca­da en Cali­for­nia. Ella adqui­rió en una tien­da de segun­da mano un cua­dro per­di­do de Jack­son Pollock (1912 – 1956), el cele­bra­do pin­tor esta­dou­ni­den­se que se dis­tin­guió como uno de los repre­sen­tan­tes más impor­tan­tes del expre­sio­nis­mo abs­trac­to; como está con­ven­ci­da que ese lien­zo pue­de valer una inmen­sa for­tu­na, nece­si­ta que pre­via­men­te sea auten­ti­ca­do. Es así que a tra­vés de una fun­da­ción de arte de Nue­va York logra que Lio­nel Percy, uno de sus miem­bros, se des­pla­ce a su vivien­da para eva­luar la obra en cues­tión y deter­mi­nar si real­men­te per­te­ne­ce al artista.

Foto de David Cooper

Foto de David Cooper

Des­de el pri­mer ins­tan­te en que Percy lle­ga en una limu­si­na al lugar don­de habi­ta Mau­de que­da esta­ble­ci­do un mar­ca­do con­tras­te entre ambos. A la sim­pli­ci­dad de la due­ña de casa que se vale de un len­gua­je no siem­pre deco­ro­so al hablar, se opo­ne la pre­sen­cia for­mal de un pro­fe­sio­nal edu­ca­do en la Uni­ver­si­dad de Prin­ce­ton, ves­ti­do sobria­men­te de tra­je y cor­ba­ta y con un currí­cu­lum que inclu­ye el haber sido nada menos que direc­tor del cele­bra­do Museo Metro­po­li­tano de Nue­va York. Ese encuen­tro ori­gi­na las pri­me­ras son­ri­sas del públi­co que los obser­va don­de en este caso los polos opues­tos no lle­gan a atraer­se. El momen­to de la ver­dad se pro­du­ce una vez que Mau­de exhi­be el cua­dro en cues­tión a su visi­tan­te; des­pués de un minu­cio­so examen Percy lle­ga a la con­clu­sión de que el lien­zo no es legí­ti­mo sino una fal­si­fi­ca­ción dado que la téc­ni­ca de sal­pi­ca­do de pin­tu­ra uti­li­za­do por Pollock se encuen­tra ausente. .

El cora­zón de la pie­za des­can­sa en la bata­lla ver­bal que se esta­ble­ce entre ambos; así, se apre­cia la obs­ti­na­ción de Mau­de para que Percy con­fir­me la vali­dez de la pin­tu­ra y la nega­ción del gran exper­to en ceder a sus deseos dado que no está dis­pues­to a dejar a un lado su inte­gri­dad pro­fe­sio­nal fir­man­do un apó­cri­fo dic­ta­men. La situa­ción lle­ga a un momen­to de cli­max cuan­do la mujer esta­lla emo­cio­nal­men­te y el eva­lua­dor tra­ta de cal­mar­la; eso per­mi­te que poco a poco el cli­ma de ten­sión tien­da a dis­mi­nuir don­de cada una de las par­tes irá reve­lan­do a la otra inti­mi­da­des de la vida personal.

La pie­za ofre­ce con­si­de­ra­cio­nes impor­tan­tes que moti­van a pen­sar sobre la auten­ti­ci­dad de una obra de arte y de qué mane­ra entran en jue­go fac­to­res obje­ti­vos e igual­men­te sub­je­ti­vos; así la opi­nión de los crí­ti­cos en la mate­ria pue­de pres­ti­giar a un artis­ta, como real­men­te ocu­rrió con Pollock. Ade­más, sur­ge la pre­gun­ta si aca­so el alto pre­cio que un colec­cio­nis­ta está dis­pues­to a pagar por una pin­tu­ra fir­ma­da por un renom­bra­do artis­ta es real­men­te el refle­jo de su intrín­se­co valor artís­ti­co, o bien vice­ver­sa; para citar un ejem­plo bas­ta­ría recor­dar que Vin­cent Van Gogh (1853 – 1890) duran­te su vida ape­nas logró cobrar míse­ras sumas por sus crea­cio­nes, en tan­to que a su muer­te recién fue reco­no­ci­do como el genial artis­ta y de allí en más, a tra­vés de los años, sus tra­ba­jos son de un incal­cu­la­ble valor monetario.

Tenien­do en cuen­ta a los per­so­na­jes crea­dos por Sachs, cabe seña­lar que el direc­tor Roy Suret­te encon­tró a dos extra­or­di­na­rios intér­pre­tes para carac­te­ri­zar­los. Nico­la Caven­dish una vez más con­fir­ma sus dotes de gran come­dian­te trans­mi­tien­do genui­na emo­ción como una mujer sen­si­ble y vul­ne­ra­ble que a toda cos­ta desea que el cua­dro que posee resul­te autén­ti­co; aden­trán­do­se por com­ple­to en el paté­ti­co per­so­na­je de Mau­de, su actua­ción logra des­per­tar luna gran sim­pa­tía a la vez que con­mi­se­ra­ción por par­te del públi­co que la con­tem­pla. Por su par­te, Mon­ro es total­men­te con­vin­cen­te como el hom­bre que si al prin­ci­pio con­si­de­ra de menos a su inter­lo­cu­to­ra, a medi­da que avan­za la obra des­plie­ga huma­ni­dad tra­tan­do de com­pren­der el com­por­ta­mien­to de la mujer que está enfrentando.

En esen­cia, Sachs ha logra­do una muy bue­na obra que en esca­sos 80 minu­tos per­mi­te que se la dis­fru­te ple­na­men­te por ser alta­men­te entre­te­ni­da y por ofre­cer amplio mate­rial para reflexionar.