UNE VIE. Francia-Bélgica, 2016. Un film de Stephane Brizé
En un registro completamente diferente al de su excelente penúltimo film La loi du marché (2014), Stephane Brizé aborda ahora Une Vie, basado en la novela de Guy de Maupassant (1883). Este libro que ya fue trasladado al cine en 1958 por Alexandre Astruc con María Schell en el rol protagónico, es aquí objeto de un delicado tratamiento evitando sentimentalismos exacerbados en la descripción de los continuos desencantos que sufre la protagonista de esta historia.
Ambientada en Normandía a principios del siglo 19, el relato adaptado por el realizador con la colaboración de Florence Vignon, presenta a Jeanne Le Perthuis de Vauds (Judith Chemla), una joven de 20 años que es hija del barón Simon-Jacques (Jean-Pierre Darrousin) y de su mujer Adelaïde (Yolande Moreau). Habiendo sido educada en un convento, todo haría suponer que le aguarda un futuro venturoso. Teniendo en cuenta la sensibilidad de Jeanne, sus padres creen haberle encontrado el mejor marido en Julien de Lamare (Swann Arlaud), un joven de una familia de alcurnia que se encuentra en precaria situación financiera. Poco tiempo después de la boda, la chica descubre la carencia de escrúpulos de su esposo como también se entera que le es infiel con Rosalie (Nina Meurisse), su empleada doméstica. Si bien la pareja logra reconciliarse, Jeanne ve que su matrimonio vuelve a tambalear cuando su marido continúa engañándola, esta vez con la condesa Gilberte de Fourville (Clotilde Hesme) quien está casada con el mejor amigo de su esposo (Alain Beigel).
Al quedar viuda, la baronesa retorna a vivir con sus padres donde sus desventuras continuarán cuando al fallecer su adorada madre se impone de que en su juventud ella había sido infiel a su padre. Quedando el consuelo de su hijo Paul (Finnegan Oldfield) a quien mima en exceso, con el paso del tiempo éste llegará a desposeerla de su patrimonio.
Como el título lo indica, a través de una vida el relato va reflejando la travesía emocional de Jeanne durante un período de casi tres décadas, donde el optimismo e ilusión de sus años de juventud se van desvaneciendo con la desilusión, desengaño, tristeza y finalmente la desesperación que la anima. Todos los altibajos de esta mujer sufriente están muy bien descriptos por el realizador y aunque dramáticamente no existe mayor modulación en su relato, de todos modos el drama cunde en el ánimo del espectador; en ese aspecto resulta interesante apuntar que en el encuadre Brizé haya optado por el uso de un formato especial (1,33:1) que traduce con más intensidad el encierro y ausencia de esperanza que asiste a su protagonista.
Judith Chemla ha sabido captar eficazmente la personalidad de Jeanne transitando por sus diferentes estados anímicos hasta ir lentamente perdiendo su lucidez mental; igualmente meritorias son las sólidas actuaciones de Jean-Pierre Darrousin y de Yolande Moreau.
La calidad del relato se refuerza con la buena fotografía de Antoine Héberlé y los acertados diseños de producción de Valérie Saradjian en la reproducción de época.
Jorge Gutman