Un Duro Perío­do de Prueba

NOVI­TIA­TE. Esta­dos Uni­dos, 2017. Un film escri­to y diri­gi­do por Mag­gie Betts

Tenien­do como telón de fon­do el Con­ci­lio del Vati­cano con­vo­ca­do por el Papa Juan XXIII en 1962, la novel direc­to­ra Mag­gie Betts ofre­ce un muy buen film que cons­ti­tu­ye una crí­ti­ca al com­por­ta­mien­to con­ser­va­dor de la Igle­sia Católica.

Mar­ga­ret Qualley

El rela­to de la rea­li­za­do­ra comien­za a media­dos de la déca­da del 50, don­de la joven Cath­leen (Mar­ga­ret Qua­lley) asis­te por pri­me­ra a una igle­sia acom­pa­ña­da de Nora (Julian­ne Nichol­son), su agnós­ti­ca madre; allí y a tra­vés de los ritua­les del cato­li­cis­mo, encuen­tra la paz inte­rior que no encuen­tra en su hogar al ser tes­ti­go de las con­ti­nuas y agrias peleas que man­tie­nen sus padres enfren­tan­do su inmi­nen­te divor­cio. Es así que a los 17 años, a pesar de la com­ple­ta opo­si­ción de su madre, ini­cia un novi­cia­do en un con­ven­to local con miras a tomar los hábi­tos en un futu­ro próximo.

A pesar de no haber reci­bi­do su edu­ca­ción en una escue­la reli­gio­sa, ella des­cu­bre en la igle­sia su ver­da­de­ra voca­ción con la fir­me con­vic­ción de entre­gar su amor exclu­si­vo y toda su vida a Dios. Sin embar­go tan­to ella como sus com­pa­ñe­ras novi­cias (Mor­gan Say­lor, Ash­ley Bell, Lia­na Libe­ra­to) anhe­lan por lograr un humano con­tac­to pero en tal sen­ti­do cual­quier emo­ción debe que­dar eli­mi­na­da por la impo­si­ción de la Madre Supe­rio­ra (Melis­sa Leo); este mons­truo de mujer apli­can­do una dis­ci­pli­na de extre­ma seve­ri­dad va doble­gan­do espi­ri­tual­men­te a su mana­da, don­de solo la cáli­da her­ma­na Mary Gra­ce (Dian­na Agron) ‑que es la encar­ga­da de ins­truir a las pos­tu­lan­tes– se atre­ve a desa­fiar su autoridad.

Duran­te ese novi­cia­do Cath­leen atra­ve­sa­rá por difí­ci­les momen­tos inclu­yen­do actos de fla­gran­te humi­lla­ción, auto­fla­ge­la­ción y cas­ti­gos que mues­tran la com­ple­ta des­hu­ma­ni­za­ción por par­te de quien lide­ra el con­ven­to. El rela­to ade­más con­si­de­ra la repre­sión sexual de las novi­cias fren­te a la cas­ti­dad debi­da don­de en cier­to momen­to se asis­te a una esce­na de extre­ma­da inti­mi­dad entre dos religiosas.

El momen­to cul­mi­nan­te del rela­to arri­ba cuan­do la Madre Supe­rio­ra se afe­rra a resis­tir la pro­fun­da refor­ma de la Igle­sia Cató­li­ca como con­se­cuen­cia del Con­ci­lio II, don­de entre otras medi­das es per­mi­si­ble que las mon­jas no que­den enclaus­tra­das en sus con­ven­tos pudien­do salir al exterior.

Con remar­ca­bles actua­cio­nes, en espe­cial de Qua­lley, Leo y Nichol­son, Betts logra un dra­ma aus­te­ro y esti­lís­ti­co ilus­tran­do cómo la fe reli­gio­sa de jóve­nes que desean tomar los hábi­tos es pues­ta a prue­ba cuan­do las ins­ti­tu­cio­nes ecle­siás­ti­cas están a car­go de per­so­nas caren­tes de sen­si­bi­li­dad humana.

En los cré­di­tos fina­les se indi­ca que 90 mil mon­jas renun­cia­ron a su voca­ción y deja­ron el con­ven­to, en tan­to que en los años que siguie­ron al Vati­cano II, la Igle­sia fue tes­ti­go de un éxo­do masi­vo en una esca­la jamás regis­tra­da. Jor­ge Gutman