Des­pués de Stalin

THE DEATH OF STA­LIN. Fran­cia-Gran Bre­ta­ña-Bél­gi­ca, 2017. Un film de Arman­do Iannucci

El popu­lar satí­ri­co polí­ti­co Arman­do Ian­nu­ci rela­ta en tono de far­sa las con­se­cuen­cias pro­du­ci­das a raíz del dece­so de Joseph Sta­lin en mar­zo de 1953. Basán­do­se en la nove­la homó­ni­ma ilus­tra­da de Fabien Nury y Thierry Robin, y adap­ta­da para el cine por Ian­nuc­ci, Ian Mar­tin y David Sch­nei­der, el rela­to narra las dis­pa­ra­ta­das situa­cio­nes que se pro­du­cen en la lucha por el vacío de poder al morir el omi­no­so dic­ta­dor. Cual­quier inten­to de aso­ciar­lo a la estric­ta reali­dad de los hechos resul­ta­ría infruc­tuo­so dado que lo que el rea­li­za­dor pre­ten­de es satis­fa­cer a su audien­cia con un espec­tácu­lo diver­ti­do; así poco impor­ta que el elen­co que ani­ma al film hable un inglés car­ga­do con acen­to ruso en lugar de hacer­lo en el idio­ma del país en que trans­cu­rre la acción.

El rela­to se desa­rro­lla en Mos­cú y comien­za en la vís­pe­ra del falle­ci­mien­to de Sta­lin (Adrian McLough­lin) a quien se lo obser­va pre­pa­ran­do la lis­ta de las per­so­nas que debe­rán ser eje­cu­ta­das por disen­tir con él. El pri­mer momen­to del humo­rís­ti­co dra­ma se pro­du­ce cuan­do el dic­ta­dor colap­sa por haber sido afec­ta­do por una ines­pe­ra­da hemo­rra­gia cere­bral y su cuer­po es des­cu­bier­to en la siguien­te maña­na por su ínti­mo círcu­lo de con­se­je­ros; es una pena que los mejo­res facul­ta­ti­vos no se encuen­tren dis­po­ni­bles por­que han sido envia­dos al gulag de Sibe­ria. Cuan­do Sta­lin expi­ra, el selec­to Con­se­jo de Minis­tros deci­de ele­gir al ridícu­lo Georgy Malen­kov (Jef­frey Tam­bor) para que inte­ri­na­men­te asu­ma las fun­cio­nes de Secre­ta­rio Gene­ral del Par­ti­do Comu­nis­ta aun­que pron­ta­men­te se apre­cia que no es el más pre­pa­ra­do para lide­rar a la Unión Sovié­ti­ca; en con­se­cuen­cia será Niki­ta Khrus­chev (Ste­ve Bus­ce­mi) quien dis­pues­to a tomar las rien­das del poder desea impo­ner impor­tan­tes refor­mas. Entre otras figu­ras impor­tan­tes desig­na­das se encuen­tran Vya­ches­lav Molo­tov (Michael Palin) como minis­tro de rela­cio­nes exte­rio­res en tan­to que el depra­va­do Lavren­tiy Beria (Simon Rus­sell Bea­le) actúa como jefe de seguridad.

Jason Isaacs

Las deci­sio­nes que se van adop­tan­do en el seno del gobierno dis­tan de con­tar con el apo­yo uná­ni­me de sus inte­gran­tes con­tri­bu­yen­do a sem­brar las semi­llas vene­no­sas de la dis­cor­dia; de este modo la tran­qui­li­dad dis­ta de rei­nar en las altas esfe­ras ofi­cia­les en la medi­da que cada uno de los miem­bros de la éli­te comu­nis­ta está pre­pa­ra­do para com­plo­tar con­tra el otro con tal de adqui­rir mayor poder. Así, si bien Sta­lin ya des­can­sa en su tum­ba, la atmós­fe­ra de terror con­ti­núa rigien­do en toda su dimen­sión median­te mani­pu­la­cio­nes y des­leal­ta­des que se van urdien­do; por ejem­plo, el coman­dan­te de la arma­da Georgy Zhu­kov (Jason Isaacs) está lis­to en ayu­dar a Khrush­chev para expul­sar a Beria y a su poli­cía secreta.

Entre otros per­so­na­jes que aso­man en el rela­to se encuen­tra Vasily (Rupert Friend), el ebrio hijo de Sta­lin, y Svetla­na (Andrea Loui­se Rise­bo­rough), la neu­ró­ti­ca hija del tirano; ambos no agre­gan mucho a la esen­cia del film aun­que gene­ran algu­nas situa­cio­nes reide­ras. La edi­ción no siem­pre es pro­li­ja en la ila­ción de las esce­nas, pero en todo caso ésa obje­ción no alcan­za a per­ju­di­car mayor­men­te a esta áci­da far­sa polí­ti­ca que cuen­ta con un homo­gé­neo elen­co de exce­len­tes acto­res bri­tá­ni­cos y americanos.

Para fina­li­zar cabe seña­lar que no es extra­ño que la exhi­bi­ción de esta mor­daz sáti­ra se man­ten­ga prohi­bi­da en Rusia; si bien trans­cu­rre en otra épo­ca, mucho de lo que aquí se ilus­tra man­tie­ne rele­van­cia actual en el país del recien­te­men­te reelec­to pre­si­den­te Putin. Jor­ge Gutman