El Bal­cón de Golda

Cró­ni­ca de Jor­ge Gutman

GOL­DA’S BAL­CONY.  Autor: William Gib­son. Direc­ción Ori­gi­nal de Broad­way: Scott Sch­wartz. Actua­ción Uni­per­so­nal: Tovah Feldshuh. Con­sul­to­ría Esce­no­grá­fi­ca: Anna Loui­zos. Con­sul­tor de Ves­tua­rio: Jess Golds­tein. Ilu­mi­na­ción: Jeff Croi­ter. Dise­ño de Soni­do: Alex Hawthorn. Pro­yec­cio­nes: Bat­win & Robin Pro­duc­tions, Inc. Dura­ción: 1h35 sin entre­ac­to Repre­sen­ta­cio­nes: Has­ta el 10 de junio de 2018 en la sala Syl­van Adams del Segal Cen­tre (www.segalcentre.org)

(Foto de Aaron Epstein)

El Cen­tro Segal fina­li­za la pre­sen­te tem­po­ra­da con un bro­che de oro pre­sen­tan­do Gol­da’s Bal­cony del dra­ma­tur­go ame­ri­cano William Gib­son. Al hacer la rese­ña de esta pie­za resul­ta difí­cil sepa­rar su con­te­ni­do de quien la inter­pre­ta. El increí­ble tour de for­ce de la gran actriz Toyah Feldshuh, quien en el esce­na­rio se encuen­tra ata­via­da con una pelu­ca y con una pró­te­sis en la nariz, des­ti­la una sen­sa­ción de éxta­sis al creer que se está con­tem­plan­do a la real Gol­da Meir olvi­dán­do­se por com­ple­to de que ella ya no está más. Con la insu­pe­ra­ble carac­te­ri­za­ción de Feldshuh la audien­cia sigue las vici­si­tu­des de la gran esta­dis­ta en dis­tin­tos aspec­tos que jalo­na­ron su glo­rio­sa existencia.

El rela­to comien­za en octu­bre de 1973 en el momen­to en que Gol­da Meir, la cuar­ta Pri­me­ra Minis­tra del Esta­do de Israel, a tra­vés de un lla­ma­do tele­fó­ni­co se impo­ne que una coa­li­ción de las fuer­zas ára­bes está ata­can­do al país con el pro­pó­si­to de des­truir­lo. Sin dudar un ins­tan­te, adop­ta las medi­das urgen­tes que el caso requie­re y des­oyen­do a algu­nos con­se­je­ros ‑entre ellos al del minis­tro de defen­sa Moshé Dayán- deci­de movi­li­zar a las reser­vas, al pro­pio tiem­po que medi­ta si aca­so debe­rá o no recu­rrir al des­plie­gue del arse­nal nuclear israe­lí para eli­mi­nar a sus enemigos.

(Foto de Aaron Epstein)

De ahí en más, entre el momen­to pre­sen­te y el pasa­do, Gol­da de 75 años de edad ape­lan­do a la memo­ria pasa revis­ta a su vida. Naci­da en Kiev en 1898 pero cria­da y edu­ca­da en Mil­wau­kee debi­do a que su fami­lia emi­gró de Euro­pa por los pogroms anti­se­mi­tas de Rusia, des­de peque­ña demues­tra un carác­ter y per­so­na­li­dad espe­cial que no se atie­ne pre­ci­sa­men­te a lo que se espe­ra de una joven de esos días. Así, a los 14 años deja el hogar de sus padres, para no tener que acep­tar la con­cer­ta­ción de un matri­mo­nio arre­gla­do; diri­gién­do­se a Den­ver don­de vive por un lap­so con su her­ma­na Shey­na, allí lle­ga a cono­cer a Morris Meyer­son, el hom­bre de su vida, con quien se habrá de casar en 1917. Para cris­ta­li­zar su entu­sias­mo sio­nis­ta deci­de con su com­pa­ñe­ro des­pla­zar­se a Pales­ti­na en 1921 ‑en ese enton­ces a car­go del pro­tec­to­ra­do bri­tá­ni­co- para tra­ba­jar duran­te 4 años en un kibutz y des­pués de dejar la vida comu­nal se rein­te­gra a la civil. De allí en más esta excep­cio­nal mujer va subien­do los diver­sos esca­lo­nes de una exi­to­sa carre­ra polí­ti­ca don­de en gran medi­da su actua­ción con­tri­bu­ye al logro de la inde­pen­den­cia de Israel en 1948, vol­can­do per­ma­nen­te­men­te su devo­ción por la super­vi­ven­cia del esta­do judío.

Median­te imá­ge­nes pro­yec­ta­das como telón de fon­do y en fun­ción de los momen­tos en que sus inter­ven­cio­nes tie­nen lugar en el rela­to, van aso­man­do los ros­tros de Dayan, el mari­do de Gol­da, David Ben-Gurion como así tam­bién la del rey Abdu­llah de Trans­jor­da­nia con quien man­tu­vo un encuentro.

Resul­ta impo­si­ble con­den­sar en una hora y media todos los impor­tan­tes inci­den­tes de la vida de una mujer quien con su polí­ti­ca intran­si­gen­te y de autén­ti­co lide­raz­go fue apo­da­da como la “Dama de Hie­rro”, títu­lo que años des­pués sería tam­bién adju­di­ca­do a Mar­ga­ret That­cher. En tal sen­ti­do, si aca­so el tex­to de Gib­son se hubie­se remi­ti­do exclu­si­va­men­te a los años en que Gol­da Meier ocu­pó el alto ran­go nacio­nal, des­de 1969 has­ta su renun­cia en 1974, podría haber­se aden­tra­do más inten­sa­men­te en su psi­co­lo­gía. De todos modos, eso no alcan­za a dis­mi­nuir la efi­ca­cia de esta pie­za, sobre todo por­que que­da más que com­pen­sa­da por la extra­or­di­na­ria com­po­si­ción que Feldshuh logra del caris­má­ti­co per­so­na­je. Estan­do sola y expues­ta ante el públi­co duran­te 95 con­ti­nua­dos minu­tos, con una asom­bro­sa resis­ten­cia físi­ca y pro­di­gio­sa memo­ria, la artis­ta supera el gran desa­fío que impli­ca el monó­lo­go; cau­sa admi­ra­ción ver­la cómo en algu­nos momen­tos se des­do­bla en otros per­so­na­jes a la vez que asu­me las voces de per­so­na­li­da­des polí­ti­cas con quie­nes la esta­dis­ta tuvo que tra­tar, como en el caso de Henry Kis­sin­ger. En esa tarea, Feldshuh va expre­san­do los esta­dos de áni­mo que embar­gan a la joven rebel­de, la fer­vien­te sio­nis­ta, la espo­sa y madre de sus hijos y obvia­men­te a la Pri­me­ra Minis­tra. Si bien la direc­ción del espec­tácu­lo que ori­gi­nal­men­te tuvo lugar en Broad­way corres­pon­de a Scott Scha­warts, a esta altu­ra del par­ti­do don­de en for­ma inter­mi­ten­te Feldshuh encar­nó el mis­mo rol duran­te 15 años, se pue­de afir­mar que ella se diri­ge a sí mis­ma con un resul­ta­do a todas luces excelente.

En esen­cia, si Gol­da Meir hubie­ra con­tem­pla­do este excep­cio­nal uni­per­so­nal no hay duda que habría mani­fes­ta­do su entu­sias­mo excla­man­do. “Feli­ci­ta­cio­nes Tovah Feldshuh por haber­me retra­ta­do tan bien”.