Eva­lua­ción del Fes­ti­val de Cannes

Cró­ni­ca de Jor­ge Gutman

Deci­di­da­men­te supe­rior a la del año pasa­do, esta edi­ción que con­clu­yó el sába­do 19 dejó como balan­ce una pro­gra­ma­ción sufi­cien­te­men­te satis­fac­to­ria. Muchos de los fil­mes pre­sen­ta­dos serán exhi­bi­dos comer­cial­men­te y obje­to de una más ela­bo­ra­da crí­ti­ca; de todos modos he aquí un bos­que­jo de algu­nos de los títu­los apre­cia­dos por TRI­BU­NA CUL­TU­RAL en la Rivie­ra Francesa.

La codi­cia­da Pal­ma de Oro otor­ga­da al mejor film del fes­ti­val fue con­ce­di­do a Une Affai­re de Fami­lle (Japón) del direc­tor Hiro­ka­zu Koree-eda; esta dis­tin­ción ver­da­de­ra­men­te mere­ci­da recom­pen­sa a un dra­ma de pro­fun­da huma­ni­dad que se cen­tra en los ava­ta­res de una fami­lia japo­ne­sa sui-gene­ris. En la pri­me­ra esce­na que trans­cu­rre en un super­mer­ca­do de Tokio se apre­cia a Osa­mu (Lily Franky), un padre quien jun­to a su hijo ado­les­cen­te Sho­ta (Kai­ri Jyo), cubrién­do­se uno con el otro, van hur­tan­do pro­duc­tos ali­men­ti­cios y artícu­los de lim­pie­za. Al salir del esta­ble­ci­mien­to, en esa fría noche de invierno obser­van a una niña de seis años en el bal­cón de un edi­fi­cio que ha sido aban­do­na­da por sus padres; es así que ter­mi­nan invi­tán­do­la a su hogar a pesar de las reti­cen­cias ini­cia­les de Nobo­yu (Saku­ra Ando), la espo­sa de Osa­mu, don­de la cria­tu­ra es final­men­te adop­ta­da de hecho. Con deta­lla­da pre­ci­sión el rea­li­za­dor ilus­tra la com­po­si­ción de un humil­de gru­po fami­liar don­de con­vi­ven tres gene­ra­cio­nes y cuyos miem­bros no están nece­sa­ria­men­te liga­dos bio­ló­gi­ca­men­te; pese a todo, esa ori­gi­nal fami­lia recons­ti­tui­da se encuen­tra uni­da por lazos de afec­to, cari­ño y soli­da­ri­dad. A tra­vés de lo expues­to, el rea­li­za­dor efec­túa una mag­ní­fi­ca pin­tu­ra de las con­di­cio­nes de vida de los estra­tos más bajos de la socie­dad japo­ne­sa, las con­di­cio­nes de niños libra­dos al azar por sus padres ver­da­de­ros, como así tam­bién la difu­sa línea que sepa­ra la adop­ción ile­gal de un ver­da­de­ro secues­tro. En esen­cia, con una meticu­losa pues­ta escé­ni­ca y un esme­ra­do guión que le per­te­ne­ce, Kore-eda con­fir­ma una vez más su con­di­ción de lúci­do huma­nis­ta y sagaz explo­ra­dor de las rela­cio­nes familiares.

Une Affai­re de Famille¡

Aun­que cíni­ca­men­te se podría pen­sar que el Gran Pre­mio del Jura­do con­ce­di­do a la pelì­cu­la BlacKk­Klans­man (Esta­dos Uni­dos) de Spi­ke Lee obe­de­ce a razo­nes polí­ti­cas, lo cier­to es que esta audaz come­dia anti­rra­cis­ta reúne todos los ingre­dien­tes nece­sa­rios para satis­fa­cer tan­to al ciné­fi­lo exi­gen­te como al gran públi­co en pro­cu­ra de entretenimiento.

El cele­bra­do rea­li­za­dor cuen­ta una his­to­ria basa­da en hechos reales acon­te­ci­dos a prin­ci­pios de la déca­da del 70 duran­te la admi­nis­tra­ción del pre­si­den­te Nixon. En el rela­to de fic­ción basa­do en el libro de Ron Stall­worth, Ron (John David Washing­ton) es el pri­mer poli­cía afro­ame­ri­cano en ser admi­ti­do a los cuar­te­les poli­cia­les de Colo­ra­do Spring. Al ser asig­na­do para rea­li­zar tareas buro­crá­ti­cas ruti­na­rias él no pue­de demos­trar su real talen­to. Es así que logra con­ven­cer a sus supe­rio­res para hacer­se car­go de una inves­ti­ga­ción sobre las acti­vi­da­des del Ku Klux Klan (KKK); así jun­to con Flip Zim­mer­man (Adam Dri­ver), su cole­ga judío blan­co, logran infil­trar­se en el cora­zón de este orga­nis­mo adop­tan­do la iden­ti­dad de acé­rri­mos racis­tas. Con este increí­ble rela­to ali­men­ta­do de jugo­sos diá­lo­gos y mor­daz humor Lee brin­da un docu­men­to rei­vin­di­ca­to­rio de los dere­chos civi­les de la pobla­ción negra fren­te a una comu­ni­dad cuyos sen­ti­mien­tos racis­tas pre­va­le­cien­tes en esa épo­ca pue­den per­fec­ta­men­te aso­ciar­se a la era actual; es así que el com­ba­ti­vo rea­li­za­dor ha deci­di­do inser­tar un epí­lo­go con imá­ge­nes de lo acon­te­ci­do en agos­to de 2017 don­de el país fue tes­ti­go de la dra­má­ti­ca mar­cha supre­ma­cis­ta ocu­rri­da en Char­lot­tes­vi­lle. Este exce­len­te film será ana­li­za­do con mayor deta­lle en opor­tu­ni­dad de su estreno fija­do para el mes de agos­to y en don­de no cabe duda algu­na que logra­rá una gran reper­cu­sión popular.

BlacKk­Klans­man

La direc­to­ra Nadi­ne Laba­ki con­mue­ve pro­fun­da­men­te con su des­ga­rra­dor dra­ma Caphar­naüm (El Líbano) don­de al fina­li­zar su pre­sen­ta­ción ofi­cial fue aplau­di­do duran­te 15 minu­tos con­se­cu­ti­vos. La fuer­za que emer­ge de sus imá­ge­nes moti­va a que nadie pue­da per­ma­ne­cer indi­fe­ren­te ante el devas­ta­dor cua­dro de una deso­la­do­ra infan­cia como la con­tem­pla­da aquí. Su pri­me­ra ima­gen pro­du­ce per­ple­ji­dad al con­tem­plar a Zain (Zain Al Rafeea), un niño de 12 años sin cer­ti­fi­ca­do de naci­mien­to quien cum­plien­do 5 años de pri­sión juve­nil por haber acu­chi­lla­do a alguien, mani­fies­ta en un estra­do judi­cial que quie­re deman­dar a sus padres por haber­le traí­do al mun­do. De allí en más, des­pla­zan­do la acción hacia el pasa­do se sabrá el moti­vo de tal sor­pren­den­te petición.

Pro­ve­nien­te de una fami­lia pau­pé­rri­ma y vivien­do en una uni­dad habi­ta­cio­nal de las villas mise­rias de Bei­rut, los padres de Zain (Kawthar Al Had­dad, Fadi Yous­sef), inca­pa­ces de pro­veer cari­ño alguno a sus nume­ro­sos hijos, nutren las nece­si­da­des finan­cie­ras del hogar tra­fi­can­do dro­gas recons­ti­tui­das envia­das a las cár­ce­les. Cuan­do el niño des­cu­bre que sus pro­ge­ni­to­res pla­nean casar a su que­ri­da her­ma­ni­ta Sahar (Cedra Izam) de 11 años con un hom­bre (Nour el Hus­sei­ni) que la tri­pli­ca en edad y que es el due­ño del lugar don­de habi­ta la fami­lia, Zain aban­do­na el hogar. En un par­que de diver­sio­nes sale al encuen­tro de Rahil (Yor­da­nos Shif­fe­ra), una inmi­gran­te ile­gal pro­ce­den­te de Etio­pía que allí tra­ba­ja; en ella y en su hiji­to Yonas (Trea­su­re Bankho­le) de dos años de edad, Zain encuen­tra el cari­ño y afec­to que su fami­lia le ha nega­do; con todo, cuan­do repen­ti­na­men­te Rahil des­apa­re­ce dejan­do sola a la cria­tu­ra, él se hace car­go del peque­ño aban­do­na­do. Con una narra­ción sóli­da y mane­jan­do una cáma­ra ner­vio­sa que cap­ta vibra­da­men­te las dife­ren­tes face­tas atra­ve­sa­das por los depri­men­tes luga­res en que trans­cu­rre la acción, este estre­me­ce­dor rela­to adop­ta las carac­te­rís­ti­cas de un docu­men­tal rea­lis­ta don­de varios de sus acto­res no pro­fe­sio­na­les asu­men su pro­pia con­di­ción. Por sus inne­ga­bles valo­res artís­ti­cos, sobre todo tenien­do en cuen­ta la nota­ble actua­ción del niño Al Rafeea omni­pre­sen­te a lo lar­go del rela­to, Caphar­naüm fue dis­tin­gui­do con el Pre­mio del Jurado.

Des­pués de Ida, uno de los mejo­res fil­mes de 2015, el direc­tor Pawel Paw­li­kows­ki regre­sa con Cold War (Polo­nia) don­de en esca­sos 85 minu­tos de dura­ción ofre­ce una peque­ña joya que tie­ne como telón de fon­do la gue­rra fría vivi­da en Euro­pa des­pués de la Segun­da Gue­rra Mun­dial. El rela­to que se desa­rro­lla entre los últi­mos años de la déca­da del 40 y los pri­me­ros del 60 se cen­tra en la rela­ción tem­pes­tuo­sa de una pare­ja. Cuan­do Wik­tor (Tomasz Kot), un direc­tor musi­cal y des­cu­bri­dor de talen­tos repa­ra en Zula (Joan­na Kulig), una can­tan­te y bai­la­ri­na que ambi­cio­na desa­rro­llar sus con­di­cio­nes artís­ti­cas, comien­za entre ambos un víncu­lo artís­ti­co a la vez que sen­ti­men­tal; en la medi­da que los núme­ros musi­ca­les de natu­ra­le­za fol­cló­ri­ca deben estar al ser­vi­cio de los deten­to­res del régi­men comu­nis­ta siguien­do las orien­ta­cio­nes de Sta­lin, ambos sien­ten que resul­ta cada vez más opre­si­vo tra­ba­jar en Polo­nia y por lo tan­to se impon­drá un exi­lio a París. A tra­vés del con­ci­so rela­to se asis­te a las con­ti­nuas sepa­ra­cio­nes, reen­cuen­tros y recha­zos de estos aman­tes quie­nes no pue­den vivir ale­ja­dos uno del otro pero tam­po­co per­ma­ne­cer uni­dos debi­do al alto impac­to emo­cio­nal que les pro­du­ce el com­pli­ca­do víncu­lo que los une y que pare­cie­ra estar sig­na­do por un amor impo­si­ble. Este melo­dra­ma román­ti­co aus­te­ra­men­te fil­ma­do en blan­co y negro, ade­más de su vir­tuo­sis­mo esti­lís­ti­co y bue­nas inter­pre­ta­cio­nes cen­tra­les, se enri­que­ce con el apor­te de atrac­ti­vos núme­ros musi­ca­les de jazz de la épo­ca en que se desa­rro­lla el rela­to. Por su logra­da pues­ta escé­ni­ca Paw­li­kows­ki ha sido recom­pen­sa­do con el pre­mio al mejor director.

Un film natu­ra­lis­ta y poé­ti­co que adquie­re el carác­ter de una fábu­la cris­tia­na es lo que la rea­li­za­do­ra y guio­nis­ta Ali­cia Rohr­wa­cher expo­ne en Laz­za­ro Feli­ce (Ita­lia-Fran­cia-Ale­ma­nia-Sui­za). En una plan­ta­ción taba­ca­le­ra de la ita­lia­na aldea pas­to­ral de Invio­la­ta habi­tan varios cam­pe­si­nos que tra­ba­jan para una mar­que­sa alta­ne­ra (Nico­let­ta Bras­chi) quien no tie­ne escrú­pu­lo alguno para explo­tar­los como si fue­ran sus escla­vos. Es, con­tem­plan­do lo que suce­de; él logra crear un sóli­do víncu­lo con Tan­cre­di (Tomas­so Ragno), el hijo de la mar­que­sa, quien simu­la un fal­so secues­tro a fin de extraer dine­ro a su madre. Un acon­te­ci­mien­to no pre­vis­to pro­du­ce la muer­te acci­den­tal de Laz­za­ro e inme­dia­ta­men­te el rela­to se des­pla­za en el tiem­po obser­van­do su resu­rrec­ción como así tam­bién a los per­so­na­jes de la pri­me­ra par­te del film que aho­ra con­vi­ven en una villa mise­ria del entorno urbano. Lo que de aquí en más suce­de pue­de per­fec­ta­men­te aso­ciar­se al rea­lis­mo mági­co impe­ran­te en cier­tas obras lite­ra­rias de Amé­ri­ca Lati­na; en todo caso lo impor­tan­te es que este mís­ti­co y melan­có­li­co cuen­to fan­tás­ti­co, no exen­to de con­no­ta­cio­nes socia­les, está muy bien rea­li­za­do y aun­que deno­ta cier­tos des­ni­ve­les en su des­en­la­ce eso no des­me­dra la impre­sión favo­ra­ble que deja su visión. Este film fue galar­do­na­do con el pre­mio al mejor guión com­par­ti­do con 3 Ros­tros de Jafar Panahi que se comen­ta a continuación.

Laz­za­ro Felice

Una vez más cabe expre­sar la admi­ra­ción a Jafar Panahi quien some­ti­do a arres­to domi­ci­lia­rio des­de 2010 por par­te de las auto­ri­da­des ira­níes, no obs­tan­te sigue con­ser­van­do el espí­ri­tu y la ener­gía nece­sa­ria para seguir fil­man­do mara­vi­llo­sa­men­te; como siem­pre el rea­li­za­dor con­ti­núa abor­dan­do con suti­le­za los aspec­tos socia­les de su país, don­de la con­di­ción feme­ni­na es uno de sus temas recu­rren­tes, tal como lo vuel­ve a expo­ner en 3 Ros­tros (Irán). La pri­me­ra esce­na, sin duda paté­ti­ca, mues­tra un video en el que la joven Mar­zi­yeh (Mar­zi­yeh Rezaei) mani­fies­ta que había desea­do ser actriz y que a pesar de haber sido admi­ti­da en el Con­ser­va­to­rio de Arte Dra­má­ti­co de Tehe­rán, sus padres se lo han impe­di­do y es por eso que ha deci­di­do ahor­car­se. Ese video envia­do a la actriz ira­ní Beh­naz Jafa­ri ‑inter­pre­tán­do­se a sí misma‑, moti­va a que con la cola­bo­ra­ción de Panahi efec­túen un via­je en su camio­ne­ta para diri­gir­se a la remo­ta aldea don­de la chi­ca se sui­ci­dó a fin de inda­gar sobre ella; en esa lar­ga tra­ve­sía, los pasa­je­ros se topa­rán con una varie­dad de per­so­na­jes que ofre­cen al espec­ta­dor una sem­blan­za cul­tu­ral de las regio­nes atra­ve­sa­das. Al lle­gar a des­tino los via­je­ros se impon­drán de que allí vive com­ple­ta­men­te ais­la­da Shahr­zad, una actriz (a quien no se la ve) que había sido muy popu­lar antes de la revo­lu­ción de 1979 y que con la lle­ga­da del nue­vo régi­men fue prohi­bi­da por la sen­sua­li­dad que irra­dia­ba en sus actua­cio­nes. Con tres muje­res de dife­ren­tes gene­ra­cio­nes (Mar­zi­yeh, Beh­naz y la ausen­te Shahr­zad), Panahi ha ela­bo­ra­do una obra fas­ci­nan­te sal­pi­ca­da de atrac­ti­vo humor don­de la fic­ción se entre­mez­cla con el docu­men­tal; a tra­vés de un cine tes­ti­mo­nial don­de que­dan refle­ja­dos la ausen­cia de liber­tad, el peso que ejer­cen las tra­di­cio­nes y sobre todo la con­di­ción femi­nis­ta en un con­tex­to opre­si­vo. No es nece­sa­rio agre­gar que el resul­ta­do es óptimo.

Una dis­tin­ción otor­ga­da por pri­me­ra vez en la his­to­ria del fes­ti­val es la Pal­ma de Oro Espe­cial cuyo des­ti­na­ta­rio es el emble­má­ti­co rea­li­za­dor Jean-Luc Godard por Le Livre d’i­ma­ge (Sui­za-Fran­cia), su recien­te tra­ba­jo, y por toda su tra­yec­to­ria artís­ti­ca. Este film, más acce­si­ble que los últi­mos que ha veni­do rea­li­zan­do, se nutre de imá­ge­nes mon­ta­das de dife­ren­tes fuen­tes, extrac­tos de fil­mes, noti­cie­ros de tele­vi­sión, repro­duc­cio­nes de obras artís­ti­cas, citas lite­ra­rias, todo ello apo­ya­do de una ban­da sono­ra muchas veces dis­rup­ti­va como así tam­bién res­pal­da­do con comen­ta­rios a veces entre­cor­ta­dos. El con­jun­to de los ele­men­tos cita­dos más la men­ción de algu­nos afo­ris­mos que se des­li­zan entre dife­ren­tes esce­nas con­tri­bu­yen a que este ensa­yo del rea­li­za­dor pro­por­cio­ne cier­ta emo­ción esté­ti­ca en mate­ria visual. Como ocu­rre con los fil­mes de Godard de las últi­mas déca­das, no hay una línea argu­men­tal pre­ci­sa o defi­ni­da de mane­ra tra­di­cio­nal pero en esa con­jun­ción de imá­ge­nes, soni­dos y tex­tos se des­pren­de su pen­sa­mien­to sobre la reali­dad actual don­de no están ausen­tes la reli­gión, la repre­sión poli­cial, el terro­ris­mo en su más cru­da dimen­sión y fun­da­men­tal­men­te la situa­ción del Medio Orien­te con refe­ren­cia a los paí­ses ára­bes. Así como los fie­les segui­do­res de Godard segu­ra­men­te se delei­ta­rán con este expe­ri­men­to sen­so­rial, habrá otro sec­tor del públi­co que no que­de satis­fe­cho con­tem­plan­do un mosai­co frag­men­ta­do sin con­ti­nui­dad den­tro del con­tex­to de una narra­ción cuya rup­tu­ra lo tor­na en cier­tas par­tes incomprensible.

El direc­tor Mat­teo Garro­ne ofre­ce en Dog­man (Ita­lia-Fran­cia) una poten­te his­to­ria de sub­yu­ga­ción y ven­gan­za ambien­ta­da en un peque­ño pue­blo cos­te­ro al nor­te de Nápo­les. Basa­do en un hecho real, el guión del cineas­ta con la cola­bo­ra­ción de Ugo Chi­ti, Mau­ri­zio Brauc­ci y Mas­si­mo Gau­dio­sio se cen­tra en Mar­ce­llo (Mar­ce­llo Fon­te), un indi­vi­duo noble divor­cia­do y que ama a su hija Sofía (Ali­da Bal­da­ri Cala­bria) como así tam­bién a los perros que cui­da en su pelu­que­ría cani­na; sus víncu­los socia­les son los due­ños de otros nego­cios del lugar y muy en espe­cial con Simon­cino (Edoar­do Pes­ce), un ex boxea­dor y for­ni­do matón local que ate­rro­ri­za al vecin­da­rio y en espe­cial se apro­ve­cha del débil carác­ter de Mar­ce­llo invo­lu­crán­do­lo en acti­vi­da­des delic­ti­vas de las cual éste no pue­de zafar­se a ries­go de ser cas­ti­ga­do. Cuan­do la situa­ción se tor­na insos­te­ni­ble, Mar­ce­llo tra­ta de reafir­mar su dig­ni­dad; al hacer­lo va per­dien­do su natu­ral ino­cen­cia urdien­do un feroz plan cuyo obje­ti­vo es ven­gar­se de su explo­ta­dor. El dra­má­ti­co des­en­la­ce con esce­nas vio­len­tas que de nin­gún modo resul­tan gra­tui­tas, crean el cli­ma de ten­sión nece­sa­ria para que esta suer­te de wes­tern moderno con­cen­tre la per­ma­nen­te aten­ción de la audien­cia. La com­ple­ta entre­ga de Mar­ce­llo Fon­te como el hom­bre dócil y frá­gil de esta tra­gi­co­me­dia, le ha vali­do obte­ner la recom­pen­sa de mejor actor por par­te del jura­do ofi­cial del festival.

Dog­man

Des­pués de Poetry /2010) y Secret Sunshi­ne (2013), los dos fil­mes pre­mia­dos en Can­nes, el direc­tor Lee Chang-Dong efec­túa un retorno triun­fal con Bur­ning (Corea del Sur), un estu­pen­do a la vez que mis­te­rio­so rela­to basa­do en un cuen­to de Haru­ki Mura­kam y adap­ta­do por el rea­li­za­dor y Oh Jung-mi. En la enig­má­ti­ca tra­ma, Jong­su (Ah-in Yoo), uno de los per­so­na­jes pro­ta­gó­ni­cos, es un joven que tra­ba­ja a tiem­po par­cial en una com­pa­ñía de dis­tri­bu­ción cuan­do cir­cuns­tan­cial­men­te se topa con Hae­mi (Jong-seo Jun), una ani­ma­da joven que en su infan­cia había sido su ami­ga; la atrac­ción ini­cial cede paso a una inme­dia­ta rela­ción sexual pero el víncu­lo será de bre­ve dura­ción cuan­do ella le anun­cia que pien­sa efec­tuar un via­je a Áfri­ca y le pide que cui­de a su gato duran­te su ausen­cia. Cuan­do a su retorno ella le pre­sen­ta a Ben (Ste­ven Yeun), su nue­vo y enig­má­ti­co ami­go de exce­len­te posi­ción eco­nó­mi­ca que tie­ne como hobby incen­diar gra­ne­ros, esa situa­ción moti­va­rá a que se pro­duz­can natu­ra­les celos en Jong­su. Si bien en un comien­zo se cree estar en pre­sen­cia de un clá­si­co trián­gu­lo román­ti­co, la his­to­ria muy bien desa­rro­lla­da por el rea­li­za­dor cede paso a un dra­ma que pone en evi­den­cia las con­tra­dic­cio­nes huma­nas. Aun­que su dra­má­ti­co des­en­la­ce pue­de pres­tar­se a dife­ren­tes inter­pre­ta­cio­nes, que­da como resul­ta­do un film exce­len­te­men­te arti­cu­la­do cuya natu­ra­le­za ambi­gua es una de las razo­nes que con­cen­tra el inte­rés del espec­ta­dor. El film fue pre­mia­do por la Fipres­ci como el mejor de los pre­sen­ta­dos en la Com­pe­ten­cia Oficial.

Bor­der (Sue­cia-Dina­mar­ca) es una pelí­cu­la que fas­ci­na por su esme­ra­da rea­li­za­ción y por haber logra­do armo­nio­sa­men­te com­ple­men­tar un thri­ller don­de lo real se con­fun­de con lo fan­tás­ti­co. Basa­do en el rela­to cor­to Let the Right One in de John Alvi­de Lindq­vist, el rea­li­za­dor Ali Abba­si pre­sen­ta a Tina (Eva Melan­der), una efi­caz agen­te adua­ne­ra que tie­ne un sen­ti­do del olfa­to tan extra­or­di­na­rio capaz de ser com­pa­ra­do con el de los perros sabue­sos que se sue­len uti­li­zar en los aero­puer­tos para detec­tar a los pasa­je­ros por­ta­do­res de dro­gas ocul­tas en sus male­tas. Due­ña de un ros­tro muy espe­cial que se ase­me­ja a un ejem­plar pre­his­tó­ri­co, com­par­te su vida per­so­nal en una caba­ña bos­co­sa con su com­pa­ñe­ro Roland (Jör­gen Thors­son) quien es due­ño de tres perros Dober­man. Todo cam­bia para Tina cuan­do en su tra­ba­jo se topa con Vore (Eero Milo­noff), un via­je­ro que al ser revi­sa­do apa­re­ce como un hom­bre sos­pe­cho­so. De ahí en más, este indi­vi­duo, igual­men­te posee­dor de una defor­mi­dad facial y agra­cia­do con un espe­cial olfa­to, logra­rá que Tina sien­ta hacia él una atrac­ción par­ti­cu­lar desa­rro­llán­do­se al poco tiem­po una com­ple­ja rela­ción. No es nece­sa­rio ade­lan­tar más sal­vo anti­ci­par que la tra­ma asu­me la carac­te­rís­ti­ca de un entre­ve­ra­do cuen­to de hadas dota­do de cier­tas carac­te­rís­ti­cas refle­ja­das en la mito­lo­gía nór­di­ca. Con situa­cio­nes absur­das y fol­cló­ri­ca­men­te surrea­lis­tas que sin ser ridi­cu­li­za­das se encuen­tran bien cohe­sio­na­das, Abba­si ha logra­do un film atra­yen­te real­za­do por las exce­len­tes actua­cio­nes de Melan­der y Milo­noff y la nota­ble foto­gra­fía de Nadim Carl­sen. El jura­do de Un Cer­tain Regard ha reco­no­ci­do sus méri­tos dis­tin­guién­do­lo como el mejor film de esa sec­ción de la Selec­ción Oficial.

Una agra­da­bi­lí­si­ma sor­pre­sa depa­ra Girl (Bél­gi­ca) de Lukas Dhont que en su pri­mer tra­ba­jo detrás de la cáma­ra demues­tra una excep­cio­nal madu­rez tra­tan­do el tema de la tran­se­xua­li­dad. Este tópi­co que ya abor­dó mara­vi­llo­sa­men­te Ser­gio Lelio en Una Mujer Fan­tá­sit­ca es aquí con­si­de­ra­do des­de un ángu­lo dife­ren­te y deci­di­da­men­te cau­ti­van­te. El guión del direc­tor y Ange­lo Tijs­sens intro­du­ce a Lara (Vic­tor Pols­ter), una bella joven de 15 años de edad que nació en un cuer­po de hom­bre pero que habien­do deci­di­do el cam­bio de sexo aguar­da ansion­sa­men­te el momen­to en que se pro­duz­ca la ope­ra­ción qui­rúr­gi­ca que la trans­for­ma­rá com­ple­ta­men­te en mujer. Duran­te este pro­ce­so de tran­si­ción cuen­ta con el apo­yo y ter­nu­ra de su padre (Arieh Worthal­ter) al pro­pio tiem­po que dada su afi­ción hacia la dan­za y con­di­cio­nes natu­ra­les al res­pec­to es acep­ta­da en una pres­ti­gio­sa escue­la de ballet. La exte­nua­da dis­ci­pli­na a la que debe some­ter­se y que ejer­ce gran pre­sión sobre su cuer­po, así como la pose­sión de su órgano geni­tal mas­cu­lino que le pro­du­ce una gran frus­tra­ción, van gene­ran­do en ella una alta pre­sión que reper­cu­te nega­ti­va­men­te en su esta­do aní­mi­co y físi­co. Con un sor­pren­den­te final, pocas veces el cine ha ofre­ci­do tan inten­sa­men­te la rela­ción exis­ten­te entre una per­so­na y su cuer­po. El film ade­más de su intrín­se­co con­te­ni­do tan bien mane­ja­do por Dhont ofre­ce una inter­pre­ta­ción mag­né­ti­ca de Pols­ter quien trans­mi­te ple­na­men­te la inquie­tud emo­cio­nal de su per­so­na­je. Por sus méri­tos, esta ópe­ra pri­ma ha sido pre­mia­da con la Cáma­ra de Oro ‑que se otor­ga al mejor pri­mer film pre­sen­ta­do en cual­quier sec­ción de la selec­ción ofi­cial y de las para­le­las- como así tam­bién el de la Fipres­ci en la cate­go­ría Un Cer­tain Regard.

Girl

Den­tro de un tono docu­men­ta­lis­ta En Gue­rre (Fran­cia) es un film efer­ves­cen­te­men­te colé­ri­co que invo­lu­cra com­ple­ta­men­te al espec­ta­dor en el tema pro­pues­to por Stepha­ne Bri­ze. Si bien el pro­ble­ma humano que pro­vo­ca el des­em­pleo ha sido tra­ta­do por el rea­li­za­dor en La loi du mar­ché (2015), el rea­li­za­dor vuel­ve a con­si­de­rar­lo con un enfo­que dife­ren­te. En el guión que le per­te­ne­ce y escri­to con Oli­vier Gor­ce, Bri­ze efec­túa la cró­ni­ca de una huel­ga labo­ral. A pesar de los sacri­fi­cios finan­cie­ros rea­li­za­dos por los asa­la­ria­dos de una fábri­ca indus­trial de manu­fac­tu­ra de par­tes y pie­zas de auto­mó­vi­les en el sur de Fran­cia, cuya casa matriz está ubi­ca­da en Ale­ma­nia, sus 1100 tra­ba­ja­do­res deci­den efec­tuar una huel­ga gene­ral cuan­do se impo­nen que la plan­ta cerra­rá sus puer­tas defi­ni­ti­va­men­te en dicha sucursal.

A tra­vés del voce­ro Lau­rent Amé­déo (Vin­cent Lin­don) quien es a su vez uno de los líde­res sin­di­ca­les, que­da mani­fes­ta­da la fir­me opo­si­ción a la clau­su­ra de la usi­na para sal­var la fuen­te labo­ral. En tan­to que la pri­me­ra mitad del rela­to está con­for­ma­da por las dife­ren­tes reunio­nes y asam­bleas obre­ras con pro­tes­tas calle­je­ras y brus­cos encuen­tros con la poli­cía, es en su segun­da mitad don­de el rela­to adquie­re mayor vigor, cuan­do Lau­rent logra que el pre­si­den­te de la com­pa­ñía via­je a Fran­cia para man­te­ner una con­ver­sa­ción con los sin­di­ca­lis­tas; sin embar­go las nego­cia­cio­nes no lle­gan a buen tér­mino y para peor, la situa­ción se vuel­ve más difí­cil cuan­do sur­ge la dispu­ta en el seno obre­ro por par­te de quie­nes pre­fie­ren acep­tar las com­pen­sa­cio­nes lega­les de la com­pa­ñía enfren­ta­dos con aque­llos otros que no están dis­pues­tos a ceder en sus deman­das. Si bien la impe­ca­ble actua­ción de con­jun­to des­ti­la com­ple­ta auten­ti­ci­dad, sobre­sa­le la pres­ta­ción de Lin­don quien ofre­ce una mara­vi­llo­sa carac­te­ri­za­ción del hom­bre empe­ci­na­do en evi­tar el licen­cia­mien­to de los ope­ra­rios de la usi­na; ade­más emo­cio­na en el úni­co momen­to ínti­mo del film cuan­do lle­ga a cono­cer a su nie­to que aca­ba de nacer.

En Gue­rre

Den­tro del pano­ra­ma cine­ma­to­grá­fi­co de len­gua espa­ño­la, el cine de Amé­ri­ca Lati­na y Espa­ña se ha luci­do con algu­nos fil­mes des­ta­ca­bles. Uno de ellos es el El Ángel (Argen­ti­na) de Luis Orte­ga quien en un guión por él escri­to jun­to con Rodol­fo Pala­cios y Ser­gio Olguín, ofre­ce un retra­to de Car­los Puch, uno de los ase­si­nos en serie más cono­ci­dos de Argen­ti­na que en su bre­ve carre­ra cri­mi­nal ha come­ti­do 11 crí­me­nes y 42 robos sien­do en la actua­li­dad el pre­si­dia­rio quien con 45 años de encar­ce­la­mien­to es el más anti­guo que regis­tra el país. Loren­zo Ferro carac­te­ri­za a Car­los de 17 años de edad vivien­do en Bue­nos Aires y que a par­tir de 1971 con su cara ange­li­cal comien­za sus fecho­rías delic­ti­vas vio­lan­do domi­ci­lios en la ausen­cia de sus due­ños de mane­ra total­men­te des­preo­cu­pa­da. Sus acti­vi­da­des fue­ra de la ley se inten­si­fi­can al entrar en con­tac­to con Ramón (Chino Darín) cuyo padre (Daniel Fane­go) les ense­ña cómo mane­jar las armas de fue­go. El rela­to se adhie­re a los hechos con la inser­ción de cier­tas licen­cias que de nin­gún modo alte­ran el pro­pó­si­to del mis­mo. Aun­que sin menos­ca­bar la cali­dad del film, no que­da cla­ro la moti­va­ción psi­co­ló­gi­ca que impul­sa a este “ángel de la muer­te” (tal como se lo cono­cía), a empren­der la vio­len­ta carre­ra cri­mi­nal, sobre todo por­que pro­vie­ne de un hogar don­de sus padres (Ceci­lia Roth y Luis Gnec­co) res­pon­den a per­so­nas hones­tas que man­tie­nen una bue­na comu­ni­ca­ción con su hijo sin sos­pe­char de sus corre­rías. La actua­ción de Ferro es remar­ca­ble sin menos­ca­bar la del elen­co que le rodea. Gra­cias a una flui­da narra­ción y ape­lan­do a un ele­gan­te esti­lo Orte­ga ofre­ce una muy con­vin­cen­te cró­ni­ca cri­mi­nal que logra sedu­cir a la platea.

El Ángel

Con­fir­man­do sus dotes de buen rea­li­za­dor des­pués del suce­so artís­ti­co de El Abra­zo de la Ser­pien­te (2015), Ciro Gue­rra retor­na con Pája­ros de Verano (Colom­bia-Méxi­co-Dina­mar­ca-Fran­cia), esta vez con la cola­bo­ra­ción de Cris­ti­na Galle­go. La pelí­cu­la ambien­ta­da en los años 70 se desa­rro­lla en La Gua­ji­ra y cen­tra­li­za su aten­ción en el pue­blo wayú, cons­ti­tui­do por los abo­rí­ge­nes que viven en esa región. Ilus­tran­do el modo de vida y cos­tum­bres de esa pobla­ción autóc­to­na, en las pri­me­ras imá­ge­nes se asis­te a la tran­si­ción hacia el mun­do adul­to de Zai­da (Nata­lia Reyes), cuya madre Úrsu­la (Car­mi­ña Mar­tí­nez), la matriar­ca de la comu­ni­dad, entre­ga la mano de su hija a Rapa­yet (José Acos­ta), un empo­bre­ci­do cor­te­jan­te. Este joven comien­za a per­ci­bir que la ven­ta de marihua­na a los ame­ri­ca­nos a tra­vés del cul­ti­vo que rea­li­za un clan indí­ge­na cer­cano le ren­di­rá bue­nos ingre­sos. A par­tir de allí se mues­tra como el gran poder del dine­ro pro­du­ci­do por el trá­fi­co de dro­gas hacia Esta­dos Uni­dos gene­ra un enfren­ta­mien­to vio­len­to entre las dife­ren­tes tri­bus loca­les hacien­do peli­grar sus vidas, tra­di­cio­nes y cul­tu­ra. En esen­cia, Gue­rra y Galle­go han logra­do un fas­ci­nan­te wes­tern autóctono.

Muy bue­na impre­sión deja la visión de Car­men y Lola (Espa­ña), la ópe­ra pri­ma de la direc­to­ra Arantxa Eche­va­rría incur­sio­nan­do en el deli­ca­do tema del amor lés­bi­co. Si bien la orien­ta­ción sexual dife­ren­te afor­tu­na­da­men­te no cons­ti­tu­ye hoy día moti­vo de asom­bro ni menos aún razón de ocul­ta­mien­to o dis­cri­mi­na­ción, no lo es así para deter­mi­na­das cul­tu­ras y eso es lo que se apre­cia en este film. Car­men (Rosy Rodrí­guez), una joven de 17 años, vive en una comu­ni­dad gita­na ubi­ca­da en los subur­bios de Madrid; como toda mucha­cha de dicho medio está dis­pues­ta a casar­se con un hom­bre a tra­vés del matri­mo­nio con­cer­ta­do por sus padres. En esa mis­ma comu­ni­dad habi­ta Lola (Zai­ra Rome­ro) quien a tra­vés de la pri­me­ra mira­da que cru­za con Car­men en la feria local, don­de sus res­pec­ti­vos padres tie­nen pues­tos para la ven­ta de sus res­pec­ti­vos pro­duc­tos, se pro­du­ce un fle­cha­zo ins­tan­tá­neo. Esa atrac­ción con­si­de­ra­da “tabú” jun­to a los encuen­tros pos­te­rio­res que se pro­du­cen entre ambas mucha­chas deben man­te­ner­se rigu­ro­sa­men­te ocul­ta­das para que nadie des­cu­bra la pasión amo­ro­sa que las une; cla­ro está que eso resul­ta impo­si­ble que se man­ten­ga inde­fi­ni­da­men­te; así cuan­do la ver­dad sale a relu­cir, Paco (Bor­ja Moreno), el padre de Lola, pre­fie­re ver­la muer­ta antes que acep­tar su orien­ta­ción sexual. Tan­to los ras­gos de la cul­tu­ra gita­na como así tam­bién las reac­cio­nes nega­ti­vas que pro­du­ce el amor homo­se­xual están muy bien refle­ja­dos. El film sobria­men­te diri­gi­do se des­ta­ca igual­men­te por la expre­si­vi­dad de sus dos pro­ta­go­nis­tas feme­ni­nas quie­nes como ver­da­de­ras gita­nas se desem­pe­ñan con total auten­ti­ci­dad al pro­pio tiem­po que trans­mi­ten las emo­cio­nes pro­pias de quie­nes son cons­cien­tes de vivir un amor prohibido.

El Moto­arre­ba­ta­dor (Argen­ti­na-Uru­guay-Fran­cia) de Agus­tín Tos­cano, se des­ta­ca por refle­jar las con­di­cio­nes socia­les del medio en que trans­cu­rre como así tam­bién por la bue­na des­crip­ción de sus per­so­na­jes. El guión del rea­li­za­dor ubi­ca la acción en la ciu­dad de Tucu­mán de Argen­ti­na cuya difí­cil situa­ción eco­nó­mi­ca y el des­em­pleo impe­ran­te moti­va a que cier­tos jóve­nes ape­len a prác­ti­cas delic­ti­vas para pro­veer­se de recur­sos finan­cie­ros. En ese con­tex­to, Miguel (Ser­gio Pri­ma) mane­jan­do su moto­ci­cle­ta y su com­pin­che Colo­rao (Daniel Elías) ubi­ca­do en el asien­to tra­se­ro obser­van cómo una mujer de edad madu­ra se diri­ge a un caje­ro auto­má­ti­co para extraer dine­ro; el esce­na­rio está pre­pa­ra­do para que Colo­rao sin salir­se del vehícu­lo le arre­ba­te brus­ca­men­te su car­te­ra arras­tran­do a la mujer que cayen­do en el sue­lo que­da con­si­de­ra­ble­men­te heri­da. El inci­den­te pro­du­ce en Miguel un pro­fun­do sen­ti­mien­to de cul­pa y es así que al revi­sar la car­te­ra don­de se encuen­tra su docu­men­ta­ción des­cu­bre la iden­ti­dad de la víc­ti­ma lla­ma­da Ele­na (Lilia­na Juá­rez) y su domi­ci­lio; al ente­rar­se que se encuen­tra hos­pi­ta­li­za­da por el acci­den­te y habien­do per­di­do su memo­ria comien­za a asis­tir­la y cui­dar­la devo­ta­men­te asu­mien­do una fal­sa iden­ti­dad. Lo que comien­za como un thri­ller devie­ne en un rela­to psi­co­ló­gi­co don­de un ladron­zue­lo de poca mon­ta tra­ta de redi­mir­se. El film aun­que peque­ño en dimen­sión logra amplia­men­te su come­ti­do a tra­vés de un rela­to muy bien arti­cu­la­do que con­fir­ma la efi­cien­cia de Tos­cano como rea­li­za­dor ya evi­den­cia­da en opor­tu­ni­dad de su pri­mer film Los Due­ños pre­mia­do en la Sema­na de la Crí­ti­ca de 2013.

El Moto­arre­ba­ta­dor