GUY. Francia, 2018. Un film de Alex Lutz.
Habiendo clausurado exitosamente la Semana de la Crítica del Festival de Cannes de este año, ahora se estrena Guy, segundo largometraje de Alex Lutz quien es un popular comediante de la televisión francesa; en este caso igualmente actúa y es uno de sus guionistas.
Un aspecto distintivo de esta película es que adoptando la forma de un documental brinda la completa impresión de que es real lo que se está presenciando a pesar de tratarse de una historia ficticia.
Aquí hay dos protagonistas, un joven periodista y su padre biológico al que no ha llegado a conocer. Cuando Gauthier (Tom Dingler) se entera por su madre de que él es el hijo ilegítimo de Guy Jamet (Lutz), un artista y crooner septuagenario que tuvo su momento de celebridad entre los años 60 y 90, logra contactarlo y convencerlo para efectuar un film sobre su persona; la ocasión es la publicación de su último álbum por el que el artista recorrerá el país junto con sus músicos a fin de promocionarlo. Es así que durante ese trayecto la cámara del documentalista sigue a su entrevistado de 70 años a fin de conocerlo mejor; filmándolo a diario y en variadas ocasiones comprueba de qué modo Guy aún disfruta de las audiencias de edad madura que lo conoce de sus mejores épocas pero que no obstante lo siguen, sobre todo el público femenino.
A través de esta gira donde el director recurre a falso material de archivo referido al pasado del cantante y a algunos episodios del presente, se asiste a la relación establecida entre el hijo y su supuesto padre, en especial cuando Guy lo lleva a un club nocturno donde comparte momentos íntimos de su vida pasada. De este modo, a medida que el relato progresa va dejando de lado su tono satírico para devenir en uno más tierno y emotivo.
En líneas generales, el espectador contempla un film melancólico, no exento de poesía, en donde salen a relucir tópicos vinculados con la filiación, la celebridad, la nostalgia que trae aparejada el pasaje del tiempo con errores cometidos imposibles de subsanar y finalmente la vejez que no resulta fácil disimular.
Con una fluida dirección, buen guión, la completa naturalidad expresiva que Lutz infunde a su personaje y la fluida dinámica establecida con el de Dingler, el espectador asiste a un muy agradable falso documental. Jorge Gutman