Una Fami­lia Diferente

SHO­PLIF­TERS. Japón, 2018. Un film escri­to y diri­gi­do por Hiro­ka­zu Kore-eda

Con­si­de­ra­do como uno de los más impor­tan­tes rea­li­za­do­res de Japón, Hiro­ka­zu Kore-eda vuel­ve a impre­sio­nar gra­ta­men­te con su más recien­te film Sho­plif­ters. Aquí, como en sus ante­rio­res tra­ba­jos, con­si­de­ra la diná­mi­ca de la fami­lia aun­que esta vez lo es a tra­vés de una inte­gra­ción basa­da no nece­sa­ria­men­te en víncu­los con­san­guí­neos; es así que a tra­vés de su desa­rro­llo deja­rá al espec­ta­dor para que res­pon­da qué es lo que deter­mi­na la con­fi­gu­ra­ción de un núcleo fami­liar: ¿es úni­ca­men­te el aspec­to bio­ló­gi­co que une a sus miem­bros o qui­zá sea igual­men­te váli­do la nutri­ción de afec­to, amor y cari­ño que une a per­so­nas no liga­das por la sangre?

Lily Franky y Jyo Kairi

En base a lo que ante­ce­de, el guión del rea­li­za­dor intro­du­ce al espec­ta­dor en una humil­de fami­lia sui-gene­ris que vive api­ña­da en una modes­ta vivien­da de Tokio. Ahí se encuen­tra el padre Osa­mu Shi­ba­ta (Lily Franky), la madre Nobu­yo (Saku­ra Ando), el ado­les­cen­te hijo Sho­ta (Jyo Kai­ri, su her­ma­na mayor Aki (Mayu Matsuo­ka) y la abue­la Hatsue (Kirin Kiki). Los limi­ta­dos recur­sos finan­cie­ros pro­vie­nen de la pen­sión que la abue­la reci­be, el sala­rio per­ci­bi­do por Osa­mu como obre­ro de la cons­truc­ción, el de Nobu­yo tra­ba­jan­do en una lavan­de­ría y el de Aki que se vale del sexo como herra­mien­ta de tra­ba­jo en un peep show.

Como el dine­ro no alcan­za para sub­ve­nir a las nece­si­da­des del hogar, el astu­to Osa­mu se vale de las rate­rías rea­li­za­das en com­bi­na­ción con Sho­ta; así, en la pri­me­ra esce­na del film se los ve en un super­mer­ca­do don­de uno cubre al otro en el hur­to de pro­duc­tos ali­men­ti­cios y de lim­pie­za que Osa­mu los uti­li­za para reven­der­los. Al salir del esta­ble­ci­mien­to, en esa fría noche de invierno obser­van a Yuri (Miyu Sasa­ki), una niña de cin­co años en el bal­cón de un edi­fi­cio que ha sido aban­do­na­da por sus padres; en un acto de com­pa­sión, Osa­mu deci­de lle­var­la a su hogar. A pesar de las reti­cen­cias ini­cia­les de Nobu­yo, al des­cu­brir algu­nas heri­das en su cuer­po debi­do a malos tra­tos reci­bi­dos de sus padres, los Shi­ba­ta deci­den incor­po­rar­la a la fami­lia. A tra­vés de ese ges­to de cari­ño, la niña sien­te el afec­to que reci­be y es así que gus­to­sa­men­te com­par­te su vida con su nue­vo her­mano, her­ma­na, padre, madre y abue­la. Si bien la adop­ción implí­ci­ta de Yuri, téc­ni­ca­men­te cons­ti­tu­ye un acto de secues­tro de sus ver­da­de­ros padres, aquí nadie tra­ta de obte­ner una suma de res­ca­te sino más bien cobra impor­tan­cia la moti­va­ción de ofre­cer a esa vul­ne­ra­ble cria­tu­ra un futu­ro mejor.

Aun­que en casi la mayor par­te del metra­je, el rela­to ilus­tra cómo esta fami­lia nada con­ven­cio­nal logra den­tro de sus limi­ta­cio­nes man­te­ner una sóli­da unión y ser feliz a su mane­ra, en su tre­cho final el rela­to que adquie­re con­te­ni­do emo­cio­nal adop­ta un cli­ma som­brío debi­do a cir­cuns­tan­cias que no con­vie­ne develar.

Como en sus fil­mes pre­ce­den­tes, Koree-da infun­de a los inte­gran­tes del gru­po des­crip­to un pro­fun­do huma­nis­mo sin juz­gar­lo por sus accio­nes; al tra­tar­lo en for­ma deli­ca­da y sutil demues­tra una vez más que es un sagaz explo­ra­dor de las rela­cio­nes fami­lia­res. Exce­len­te­men­te diri­gi­do y con actua­cio­nes impe­ca­bles, este dra­ma de con­no­ta­cio­nes socia­les, que mere­ci­da­men­te obtu­vo la Pal­ma de Oro en el fes­ti­val de Can­nes, per­mi­te que su cali­dad sea apre­cia­da tan­to por los crí­ti­cos más exi­gen­tes como igual­men­te por el gran públi­co al empa­ti­zar ple­na­men­te con sus per­so­na­jes. Jor­ge Gutman