Crónica de Jorge Gutman
La 72ª edición del Festival que ha concluido el sábado pasado ha sido una de las mejores de los últimos años en la medida que de los 21 títulos proyectados en la Competencia Oficial — la más importante del evento- la mitad de los mismos ha alcanzado un nivel de gran calidad; en consecuencia, el balance arroja un saldo ampliamente positivo al haber satisfecho las expectativas de los miles de periodistas acreditados que asistieron a este prestigioso evento.
LOS PALMARES DE LA COMPETENCIA OFICIAL
Alejandro González Iñárritu que presidió el jurado de la competencia oficial afirmó que “el cine debe elevar la conciencia social a través del mundo”; por lo tanto no sorprende que varios de los títulos galardonados respondan a tal principio. Parasite (Corea del Sur) del gran director coreano Bong Joon Ho merecidamente ha obtenido la codiciada Palma de Oro al abordar con gran maestría el tema de la desigualdad social imperante en su país.
Dentro del género de la tragicomedia donde a su vez no están ausentes el suspenso y el terror, el film constituye una sagaz metáfora sobre la fractura existente entre los pobres miserables descriptos por el realizador y los integrantes de las clases pudientes quienes consideran a sus humildes sirvientes como parásitos de la sociedad. La historia concebida por el realizador y Han Jin-Won presenta una familia muy humilde conformada por Ki-taek, un desempleado individuo, su esposa Chung-Sook y sus dos hijos adultos viviendo en condiciones paupérrimas en un distrito de la clase trabajadora de Seúl. La vida rutinaria del grupo familiar cobra un vuelco sorpresivo cuando Ki-Woo, uno de los hijos, recibe un ofrecimiento de empleo por parte de su amigo Min; como éste debe partir al extranjero, el trabajo consiste en reemplazarlo como instructor de Da-Hye, una joven que él ama y es la hija de Park, un millonario hombre de negocios. Valiéndose de un falso diploma obtenido, Ki-Woo logra ese empleo. Quedando deslumbrado por la lujosa mansión en donde debe cumplir sus funciones de tutoría y el extraordinario confort del cual gozan los integrantes de esta opulenta familia, prontamente logra seducir con su simpatía a su alumna y conquistar la buena voluntad de su protectora madre. Al propio tiempo el avezado muchacho concibe un maquiavélico plan para que los miembros de su propia familia puedan realizar diferentes actividades en ese nuevo medio social y poder en consecuencia aspirar a un nivel de vida más auspicioso. Así logra que su padre sea reclutado como chofer, su hermana se luzca como profesora de arte de un chico sordomudo de la millonaria familia y que su madre sea conchabada como ama de llaves después de haber logrado que la precedente fuera despedida. Gracias a un ingenioso guión que ofrece unas vueltas de giro imposibles de prever anticipadamente, la historia es conducida hacia un terrorífico desenlace. Resuelta con gran imaginación y a través de una estupenda puesta escénica el realizador efectúa con esta fábula negra un devastador toque de alerta ilustrando la grieta social existente entre los poderosos y los desamparados de su tierra.
El Gran Premio del Jurado fue concedido a Atlantique (Francia-Bélgica-Senegal), ópera prima de la directora franco-senegalesa Mati Diop. La trama que transcurre en Dakar relata la difícil situación que atraviesa Souleiman (Ibrahima Traoré), uno de los trabajadores de la construcción que al igual que sus compañeros no han podido cobrar sus salarios por más de 3 meses; en tal sentido los patrones no consideran la difícil e injusta situación de sus empleados que deben afrontar los compromisos familiares en materia de alimentación y habitación. Simultáneamente, el film introduce a la joven Ada (Mama Sané) que mantiene un sólido vínculo sentimental con Souleiman pero que a través de un matrimonio arreglado por sus padres está obligada a casarse en pocos días más con Omar (Babacar Sylla), un hombre de excelente situación económica, a quien decididamente no ama. La situación se tensa cuando Souleiman decide dejar Senegal con sus compañeros con dirección a España en procura de un futuro mejor, utilizando una piragua como medio de transporte en la inmensidad del océano. Mezclando el romanticismo con el drama social que genera la inmigración clandestina, la realizadora introduce ciertos elementos supernaturales que no logran insertarse fluidamente en la narrativa de una historia que adquiere visos fantasmagóricos. Con todo, queda como resultado un film que se deja ver ilustrando las condiciones de vida de este país africano y la posición de la mujer en el marco de un sistema social que limita su libertad.
El tercer premio en importancia que corresponde al de la Mejor Dirección ha sido otorgado a los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne por el análisis efectuado de un fanático musulmán en Le jeune Ahmed (Bélgica-Francia). Sin sentimentalismo alguno, los realizadores enfocan a Ahmed (Idir Ben Addi), un adolescente belga de 13 años que integrando una familia bien constituida, no obstante se muestra apartado de los suyos e iracundo con la gente que interactúa. El problema se debe a que al estar sumamente embebido en la religión musulmana y en la interpretación que realiza de los preceptos del Corán, su meta es la de ser un verdadero y fiel musulmán, cumpliendo con todas las reglas y ritos de dicha fe incluyendo las abluciones y plegarias que no comparte con sus famililares. Considerando como enemigos a quienes no coinciden con sus convicciones, critica a su madre (Claire Bodson) por no utilizar hiyab y menosprecia a su hermana por la forma moderna de su vestimenta. Asimismo, por su ardiente fervor religioso llega a odiar a su profesora (Myriem Akheddiou) con intención de matarla porque no enseña el requerido árabe expuesto en el Corán y porque la supone apóstata. He aquí la radicalización de un joven islamista que a pesar de ser estimulado por Youssouf (Othmane Moumen), el imam local, no existe una explicación psicológica sobre su total alienación.
Mediante la estupenda realización de los Dardenne este film altamente inquietante y perturbador permite que el público quede impactado con lo que observa. Si bien su desenlace optimista resulta poco realista, eso no empaña la excelente ilustración efectuada sobre el maléfico poder del fanatismo religioso impregnado en jóvenes que se convierten en enceguecidos asesinos a través de su integración en las células terroristas del yihadismo.
Dolor y Gloria (España), que a juicio de quien esto escribe ha sido el mejor film de la competencia, fue recompensado con el premio al Mejor Actor. Aludiendo a su título, si bien el dolor estaría dado por el hecho de que Pedro Almodóvar no logró obtener la Palma de Oro que la mayoría de los críticos daban por descontado, la gloria queda reflejada por haber sido galardonado Antonio Banderas personificando a Salvador Mallo, el alter ego de Almodóvar. En este film parcialmente biográfico el cineasta manchego ofrece una obra artística magistral exponiendo con profundidad los avatares de un cineasta después de varias décadas de haber logrado una exitosa labor profesional.
Salvador, apostado en su piso de Madrid, se encuentra cansado, afectado de dolores físicos y un tanto bloqueado por su estado anímico depresivo que le impide concebir nuevas ideas. A través de su memoria pasa revista a su vida de infancia transcurrida en un pueblo humilde donde su padre brilla por su ausencia y su devota madre coraje (Penélope Cruz) realiza lo imposible para dar a su hijo una buena educación. Su vida actual cobra un aliento inusitado a través de dos reencuentros: uno de ellos es con Alberto (Asier Etxeandia), un actor que protagonizó hace 32 años una película suya (Sabor) y que a raíz de la misma motivó el distanciamiento entre ambos; el otro reencuentro aún más significativo es la visita inesperada de Federico (Leonardo Sbaraglia), quien habiendo sido en el pasado su amante, eligió radicarse en Argentina, casarse y ser padre de familia. En esta sublime historia de autoficción Almodóvar ofrece uno de los trabajos más memorables de su carrera con algunas escenas inolvidables donde la emoción brota a flor de piel. El film se encuentra reforzado con un magnífico elenco donde sobresale la antológica actuación de Banderas, quien como gran conocedor del cineasta, al haber trabajado en 8 películas suyas, logra una extraordinaria compenetración de su personaje al mimetizarse por completo con su persona; en consecuencia, Banderas aquí deja de ser quien es para transmutarse brillantemente en Almodóvar.
El premio a la Mejor Actriz femenina correspondió a Emily Beecham por su intervención en Little Joe (Austria-Gran Bretaña-Alemania) de la realizadora Jessica Hausner; este film lejanamente futurista sobre una diseñadora de plantas que crea una flor que destila un perfume capaz de brindar felicidad a quien lo respire, no logró despertar gran entusiasmo por parte de la crítica.
El Premio del Jurado fue compartido por Bacurau (Brasil-Francia) y Les Misérables (Francia).
Bacurau de Kleber Mendonca Filho quien hace tres años impresionó gratamente en Cannes con Aquarius, en este caso cuenta con la colaboración de Juliano Domelles como co-director, para ofrecer una historia de ciencia ficción que se desarrolla en un futuro cercano en la ficticia población que da título al film, ubicada al nordeste de Brasil. A la manera de un western latinoamericano, los realizadores e igualmente responsables del guión presentan un cuadro de desigualdad social. El relato expone la vida de humildes habitantes de la región que afectados por la sequía y con una completa indiferencia del estado por la falta de suministro del agua, están amenazados por el arribo de extranjeros con el propósito de cazar como si se tratara de un safari. Frente a esa inusitada y amenazadora presencia, los lugareños sabrán cómo imponer la resistencia de los intrusos. A pesar de no ser un film totalmente perfecto, el mismo se distingue con detalles preciosistas observados por los realizadores, demostrando cómo la vitalidad de un pueblo unido defiende su dignidad e identidad a través de la lucha armada para derrotar a quienes tienen la intención de oprimirlos. Sin que exista un personaje que gravite totalmente a lo largo del relato, se distinguen la veterana actriz Sonia Braga como una alcohólica doctora, Udo Kier liderando un grupo de facciosos invasores y Thardelly Lima animando a un corrupto alcalde.
Remarcable es la ópera prima de Ladj Ly Les Misérables cuyo título no alude a una nueva versión de la obra de Víctor Hugo pese a que también transcurre en el suburbio parisino de Montfermeil; es allí donde se encuentran hacinados inmigrantes africanos ilegales, musulmanes que tratan de imponer sus convicciones religiosas, así como niños y adolescentes librados de la mano de Dios con precarias condiciones de vida. En ese contexto, este duro film relata el accionar de una brigada anticriminal integrada por tres oficiales (Damien Bonnard, Djebril Zonga y Alexis Manenti); ellos deben lidiar con varios de los problemas de la zona pero al abusar de su poder con la aplicación de métodos de mano dura generan una inusitada violencia, la cual no hace más que engendrar otra de carácter más intenso. Adoptando un tono documental, el director capta con gran energía la autenticidad de los acontecimientos dentro de ese clima de miseria, logrando que su relato adquiera un potente efecto dramático con un final visceral que conmueve vivamente al espectador.
La distinción al Mejor Guión fue conferida a la realizadora Celina Sciamma quien con un ingenioso y original libreto ofrece en Portrait de la jeune fille en feu (Francia) un cautivante relato sobre la relación existente entre dos jóvenes mujeres. La realizadora ubica la acción en la región francesa de Bretaña en 1770, donde Marianne (Noémie Merlant) es contratada por una Condesa (Valeria Golino) para que pinte a su hija Heloïse (Adèle Haenel), recién salida del convento, con el propósito de enviar el trabajo realizado a quien será su futuro esposo, un hombre de buena condición económica que reside en Millán. Como la joven se niega a ser retratada después del esfuerzo intentado por otros artistas precedentes, Marianne debe adoptar el rol de dama de compañía para que estudiando atentamente sus facciones pueda luego reproducirlas en la tela sin que Héloïse se entere.
Si bien al principio el vínculo existente entre la pintora y la retratada es objeto de cierta tensión, a medida que transcurren los encuentros la situación tiende a alterarse a partir del momento en que Héloise acepta posar libremente para Marianne. A través de la frecuencia diaria entre ambas se produce una curiosa simbiosis que conducirá a una apasionada relación lésbica.
Sutil y delicada en su realización, Sciamma no solo considera el tema del amor sáfico, sino que también encara el tema del aborto clandestino a través de Sophie (Luàna Bajrami), la empleada doméstica en estado de embarazo, quien es testigo de lo que acontece en la residencia y forma parte del íntimo círculo integrado por Héloise y Marianne. Nada hace presumir cuál será el destino que aguarda a las protagonistas de esta historia pero en todo caso lo que más se destaca es la notable caracterización de Haenel y Merlant logrando una inmejorable química en la composición de sus personajes. Esencialmente el film constituye un buen aporte a la temática feminista, cada vez más frecuente en el cine actual.
Una Mención Especial mereció It Must Be Heaven (Francia-Qatar-Alemania-Canadá-Turquía) del director y guionista Elia Suleiman quien también recibió el Premio de la Crítica Internacional por la sección competitiva.
El Premio Caméra d’Or que se entrega a la mejor primera película presentada en cualquiera de las secciones de la Selección Oficial, Quincena de los Realizadores y Semana de la Crítica, fue adjudicado a Nuestras Madres (Guatemala-Bélgica-Francia). Este remarcable documento de César Díaz impacta por la meticulosa investigación efectuada de episodios que tuvieron lugar en la sangrienta y despiadada guerra civil que azotó a Guatemala durante más de tres décadas y que dejó un saldo de más de 200.000 muertos y desaparecidos.
Lo que más se destaca en el trabajo de Díaz es cómo evita el estremecimiento emocional que el tema genera para privilegiar en su lugar las observaciones realizadas por el protagonista de esta historia. Inspirado por la desaparición en 1982 de su propio padre que fue un militante político, Díaz ambienta su relato en 2013 presentando a Ernesto (Armando Espitía) un joven antropólogo que se desempeña en el instituto médico forense tratando de identificar a las víctimas enterradas en fosas comunes en los cementerios de Guatemala. Allí se presenta ante él Nicolasa (Aurelia Caal), una mujer indígena, que procura hallar el cuerpo de su amado esposo Mateo asesinado durante el período del conflicto armado. Coincidentemente esta señora le brinda a Ernesto ciertas pistas para que él pueda a su vez localizar el cuerpo de su padre al que nunca llegó a conocer. Sin embargo, Ernesto debe vencer la resistencia de su propia madre (Emma Dib) que rehúsa testificar. Un elenco de muy buenos intérpretes, algunos de ellos no profesionales como en el caso de Caal, otorgan autenticidad a este lacerante y sensible docudrama de sufrimiento y compasión que el espectador selectivo sabrá apreciar. En esencia, el film constituye una excelente carta de presentación para el novel realizador.
Para completar los premios de la Competición Oficial el cortometraje The Distance Between Us and the Sky (Grecia-Francia) de Vasilis Kekatos obtuvo la Palma de Oro en tanto que Monstruo Dios (Argentina) de Agustina San Martin fue objeto de la Mención Especial en dicha categoría.
OTROS FILMES DESTACADOS
Con medio centenar de películas en su haber el casi octogenario realizador Marco Bellocchio sigue ofreciendo sólidas obras, sobre todo de naturaleza política vinculadas con Italia, su país de origen. Aunque el tema de la mafia ha sido enfocado en numerosas oportunidades, el director italiano lo considera por primera vez en Il Traditore (Italia-Francia-Alemania-Brasil) reconstruyendo la historia de Tommaso Buscetta (Pierfrancesco Favino), un mafioso siciliano que actuó como informante para el gobierno de Italia.
El film comienza en 1980 cuando Buscetta después de haber huido de Sicilia reside en Brasil junto a su esposa brasileña Cristina (Maria Fernanda Cândido) donde de este modo logra un respiro en la guerra entablada entre los diferentes padrinos de la mafia siciliana por el tráfico de heroína; aunque los grupos rivales logran llegar a un acuerdo de tregua, el mismo es de efímera duración. En Brasil Buscetta se entera que la familia enemiga asesinó en Palermo a dos de sus hijos y a su hermano, entre otros parientes cercanos. Al ser extraditado a Italia por las autoridades brasileñas, al llegar a destino y temiendo que él pueda ser la próxima víctima, decide quebrar el pacto de silencio que existe en la mafia, testimoniando ante el juez Giovanni Falcone (Fausto Russo Alesi) bajo el amparo del programa de protección de testigos. Sus declaraciones revelan los trapos sucios ocultos del clan enemigo liderado por el padrino Toto Riina (Nicola Cali) y su antiguo asociado Totuccio Contorno (Luigi Lo Cascio) así como las vinculaciones de la Cosa Nostra con las altas esferas políticas del gobierno incluyendo a Giulio Andreotti y otros jerarcas del Partido Demócrata. Como resultado de los juicios que tuvieron lugar posteriormente cerca de 400 integrantes de la mafia siciliana fueron encarcelados.
Bellocchio se abstiene de juzgar la moralidad de Buscetta aunque eso no le impide efectuar un buen estudio psicológico de su persona. Imprimiendo un ritmo ágil a la narración el realizador logra igualmente una muy buena reconstrucción de los hechos y de los múltiples juicios que tienen lugar. El único bemol reside en la inmensa acumulación de datos así como los numerosos incidentes que contiene el relato que impide su completa absorción en una primera visión; sin embargo, esa objeción no llega a eclipsar los méritos de este film que el público sigue con máxima atención.
Después de haber obtenido su segunda Palma de Oro hace 3 años con I, Daniel Blacke, el veterano realizador Ken Loach, siempre acompañado de su excelente guionista Paul Laverty, describe en Sorry We Missed You una conmovedora historia. Apelando a una narración realista Loach ilustra las injusticias de gente común y sencilla que no tiene escapatoria frente al estado de situación en que se encuentra para poder sobrevivir. Aquí se sale al encuentro de una humilde familia integrada por Rick (Kris Hitchen), su amada esposa Abby (Debbie Honeywood) y sus dos hijos Seb (Rhys Stone) de 15 años y Liza Jane (Katie Proctor) de 12. Habiendo perdido su trabajo en la construcción y viviendo día a día con lo que se puede, Rick desea aspirar a un nivel de vida superior para poder tener una casa propia y dejar el dilapidado lugar habitacional donde reside su familia así como ofrecer a sus hijos un futuro mejor; en tanto Abby prosigue en su tarea de servidora social ofreciendo magnánimamente ayuda a discapacitados y ancianos. A través de una franquicia obtenida para el despacho de mercadería a domicilio, Kris logra que su mujer venda su vehículo para que él pueda adquirir una camioneta a fin de transportar los pedidos y de este modo poder trabajar por su cuenta y ser su propio empleador. Sin embargo, la autonomía que deseaba lograr es ficticia en la medida que está sometido despiadadamente por la compañía concesionaria a tener que cumplir con el despacho de los paquetes en un reducido espacio de tiempo. A pesar de que su abnegada mujer trata de templar los ánimos frente a la deshumanización y humillación que Rick experimenta diariamente, cada vez resulta más difícil mantener la armonía familiar frente a la situación imperante; el hecho tiende a agravarse debido al comportamiento de su hijo que faltando a la escuela para dedicarse a realizar graffitis efectúa pequeños robos para disponer del dinero que le permita comprar la pintura necesaria. Si bien el cuadro descripto es evidentemente sombrío Loach trata de atenuarlo con algunas notas de humor; en todo caso a pesar de su negrura su desenlace no es fatal dado que deja la puerta abierta al querer demostrar cómo la sólida unión del lazo familiar adquiere sustancial gravitación para alentar esperanzas. Como en todos los filmes del realizador, resulta fácil de empatizar con el sentimiento de sus personajes perfectamente caracterizados por un conjunto de actores excelentes. En esencia, Loach nuevamente brinda un film de gran humanidad y compasión.
Terrence Malick, que en 2011 logró el máximo premio con Tree of Life, regresa a Cannes con A Hidden Life (Alemania-Estados Unidos) considerando la historia real del campesino austríaco Franz Jägerstätter. El relato que transcurre entre 1939 y 1943 muestra en su comienzo a Franz (August Diehl), viviendo apaciblemente junto a Fani (Valerie Pachner), su amada mujer, y sus tres hijitas. Esa tranquila existencia pastoral se interrumpe cuando se encuentra forzado a ingresar al ejército alemán; respetando sus principios antibélicos se niega a combatir por el régimen y comprometer su lealtad a Hitler. Su comportamiento motiva a que además de ser considerado un paria dentro de su comunidad al propio tiempo sea encarcelado como traidor al régimen nazi. De allí en más el relato transcurre en dos escenarios diferentes: por una parte reseña lo que acontece con su familia donde Fani sigue trabajando en la granja y añora la ausencia de su marido que se comunica con ella a través del intercambio epistolar; simultáneamente se aprecian las penurias físicas y emocionales que sufre Franz durante su encierro. Cuando llega el momento del juicio, al no retractarse de su férrea posición de objetor de conciencia es condenado a muerte; si bien su abogado defensor se esfuerza para que recapacite a fin de lograr la conmutación de la pena capital, él se mantiene firme con sus principios. Dentro del estilo distintivo de Malick donde lo espiritual se funde con lo divino y lo cósmico, el film destila una atmósfera de apreciable lirismo y melancolía. Con todo, el metraje de casi tres horas de duración se nutre con muchas escenas repetitivas y por más que uno pueda admirar el coraje de su protagonista de sacrificar su vida y dejar sin esposo ni padre a su querida familia, el relato no logra generar en el espectador la emoción necesaria que permita una mayor identificación con la suerte corrida por Franz.
Sin ser una obra maestra Rocketman (Gran Bretaña) es un film autobiográfico estupendamente realizado por Dexter Fletcher centrándose en el gran rockero nacido como Reginald Dwight y artísticamente conocido como Elton John. A pesar de que el relato basado en el magnífico guión de Lee Hall deja de ser complaciente con el artista, lo cierto es que lo expuesto ha sido por él aprobado como productor ejecutivo de esta película.
En la primera escena Elton (Taron Egerton) ataviado excéntricamente entra en una sala de una clínica de rehabilitación donde tiene lugar una reunión de alcohólicos anónimos; su presentación frente al grupo no puede ser más elocuente al confesar de haber sido adicto al alcohol, a la cocaína, a las pastillas químicas no prescriptas por facultativo alguno, además de bulímico.
A través de flashbacks el comppositor recuenta su vida. Así, el grupo se impone de la infancia de Reggie (Matthew Illesley) transcurrida en Londres durante la década del 50 quien denota una notable afinidad hacia la música y al piano dentro de un marco familiar poco satisfactorio; en el mismo se detecta a un padre que decididamente lo desprecia (Steven Mackintosh), una madre (Bryce Dallas Howard) frívola que se preocupa más en ella que en el niño y una adorable abuela (Gemma Jones) quien es la única que además de brindarle su cariño aprecia sus aptitudes musicales y será quien lo haga entrar como alumno de la Royal Academy of Music. La historia se desplaza años después cuando ya adulto efectúa su transición hacia la música rock y se produce un fortuito encuentro con Bernie Taupin (Jamie Bell); como su talentoso letrista él es el artífice que encuentra las palabras adecuadas para expresar los sentimientos y emociones que transmite Elton en sus creaciones musicales; ese vínculo profesional cimentará una entrañable amistad que perdurará a través del tiempo.
Posteriormente se ilustra su debut en el club nocturno Troubadour de Los Ángeles, donde logra un resonante éxito y es allí donde conoce al apuesto y elegante John Reid (Richard Madden) quien será su manager a la vez que su amante. Su triunfal carrera que a los 25 años de edad lo convierte en superestrella y la ruptura del vínculo amoroso con Reid, traerá aparejado su desmesurado consumo de alcohol así como su afición por las drogas que terminarán abatiéndolo anímicamente.
El film se valoriza por varias razones. En primer lugar la dinámica puesta escénica unida al inteligente guión logra insertar adecuadamente la música dentro de la narración efectuada; eso contribuye a crear un clima de fantasía acertadamente entremezclado con las facetas reales del relato y favorecido por un remarcable despliegue coreográfico.
En una admirable mimetización, la interpretación protagónica de Egerton transmite con holgura la compleja personalidad del artista donde la imagen pública de un Elton triunfador contrasta con la angustia y soledad de un ser ansioso que íntimamente desea encontrar un verdadero amor como así también el temor que experimenta de ser desenmascarado en su orientación sexual; asimismo Egerton se luce como cantante entonando satisfactoriamente con su voz la mayoría de las canciones de John, incluyendo entre otras a Goodbye Yellow Brick Road, Thank You For All your Loving, Don’t Go Breaking My Heart, Tiny Dancer y The Bitch is Back.
Igualmente debe distinguirse el suntuoso vestuario como un factor importante que enriquece al relato; en tal sentido, el diseñador Julian Day reproduce fielmente los trajes extravagantemente exagerados y coloridos utilizados por Elton en sus conciertos.
En esencia, esta melodramática comedia musical recreando algunos de los momentos estelares así como la tumultuosa vida y redención del emblemático compositor y pianista reúne todos los elementos necesarios para satisfacer plenamente al gran público.
El film que mayor expectativa despertó en esta muestra fue Once Upon a Time…in Hollywood debido a la magnética personalidad de su realizador Quentin Tarantino como así también por la enorme popularidad de sus dos protagonistas, Leonardo DiCaprio y Brad Pitt. En una sala colmada en la proyección prevista para los periodistas, antes de comenzar la exhibición se leyó un comunicado del director donde con un tono amable y agradeciendo anticipadamente a la audiencia solicitaba que no se revelaran ciertos aspectos del film. Ciertamente el pedido tiene sentido porque esta película ofrece algunas sorpresas que sería indiscreto revelarlas.
La historia transcurre en 1969 en Los Ángeles donde durante los últimos años Rick Dalton (Di Caprio) se desempeña como actor de cowboys en series televisivas que han ganado la adhesión del público y en películas de menor repercusión; a su lado se encuentra Cliff Booth (Pitt) quien es su doble en acciones riesgosas a la vez que su chofer y hombre de confianza. Como la industria de Hollywood está en plena mutación, Martin Schwarzs (Al Pacino), un sagaz publicista, le hace notar a Rick que los tiempos han cambiado y le sugiere que se desplace a Roma donde podrá seguir interpretando a vaqueros del oeste dado que en Italia el spaguetti western se halla en pleno apogeo.
El relato que no es precisamente lineal, muestra a Rick habitando en una amplia mansión de Beverly Hills que se encuentra vecina a la de Roman Polanski (Rafal Zawierucha) y su esposa Sharon Tate (Margot Robbie). En la medida que el personaje de Sharon adquiere cierta importancia en el relato, ese hecho crea la intriga de saber cómo se relacionará con los de Rick y Cliff, teniendo en cuenta que el destino de esta joven mujer está ligado al clan Manson. Evitando suministrar más detalles, cabe mencionar que una de las mejores escenas del film tiene lugar cuando Cliff se introduce en un amplio desvencijado rancho donde se encuentra una banda de hippies pertenecientes al siniestro clan y se produce un enfrentamiento que genera un clima de considerable tensión.
Esta película constituye un homenaje del realizador a un cine que ya no existe más y lo hace ofreciendo múltiples referencias cinéfilas, algunas de las mismas vinculadas con los westerns de Sergio Leone y Sergio Corbucci, además de extractos de filmes alusivos. Las impecables actuaciones del elenco, sobre todo la de Pitt, la excelente reproducción de época y la incorporación de acertados temas musicales utilizados en la banda sonora permiten disfrutar de este nostálgico y entretenido relato cuyo final no es precisamente el que uno aguarda.
Un film de gran ternura y emotividad es lo que el imbatible romántico Claude Lelouch ofrece con Les Plus Belles Années d’une Vie (Francia) donde 53 años después de haber realizado Un Homme et une Femme se dispone a contar qué es lo que acontece hoy día con sus personajes principales, Anne (Anouk Aimée) y Jean-Louis (Jean-Louis Trintignant). A pesar del amor que los unió en Deauville, lugar en que se conocieron en 1966, cada uno de ellos ha llevado una vida separada. Anne es hoy día una viuda de edad madura que rodeada de su familia incluyendo a su hija Françoise (Souad Amidou) está a cargo de un pequeño negocio. Un buen día Antoine (Antoine Sire), el hijo de Jean-Louis, llega a localizarla y le pide que vaya a visitar a su padre que reside en un hogar para ancianos y que a pesar de su pérdida de memoria la sigue recordando con afecto. Es así que Anne se dirige a verlo y el encuentro resulta altamente conmovedor donde el ex corredor de automóviles está confinado ahora a una silla de ruedas y en un estado de considerable envejecimiento. Aunque él no parece reconocerla, a través del diálogo que se establece entre ambos surgen indicios contrarios al oír su voz y observar el rostro de la mujer que amó y que admite que es la persona que mayor significación tuvo en su vida. El film que se complementa con extractos del original con el acompañamiento del famoso tema musical de Francis Lai, va destilando una dulce nostalgia al comprobar que el paso del tiempo no ha eliminado por completo la pasión de antaño de estos dos seres y que pareciera dejar sus huellas en el crepúsculo de sus vidas.
Con las impecables actuaciones de los veteranos Trintignant y Aimée donde aquí se agrega Monica Belucci animando a la hija de Jean-Louis, Lelouch ha logrado un relato donde la poesía impregnada y algunos momentos de buen humor atenúan el inexorable paso del tiempo. Si acaso queda un mensaje de este bello film éste se hace notar en una cita que el realizador extrae de Víctor Hugo quien sostiene: “los mejores años de nuestra vida son aquéllos que aún nos restan para vivir”.
El director británico Asif Kapadia logra un muy buen documental abordando la vida de un excepcional futbolista en Diego Maradona (Gran Bretaña). A través de poco más de dos horas, que no se hacen sentir, el film sin ofrecer mucho más de lo que ya se sabía a través de los medios de difusión permite no obstante brindar algunas pistas para conocer mejor algunas características de la compleja personalidad de Maradona. El relato se centra en su mayor parte durante el período de su actuación en Nápoles desde 1984 hasta 1991. Durante ese lapso Kapadia reseña cómo el mítico deportista llega a ser endiosado por los napolitanos para que finalmente sea considerado peor que el mismo diablo. A través de esta saga, muy bien narrada, está expuesta su niñez viviendo en un medio familiar de considerable pobreza en uno de los barrios más desfavorecidos de la ciudad de Buenos Aires, para pasar a registrar sus extraordinarias dotes futbolísticas desde temprana edad. Entre otros aspectos, se destaca el triunfo logrado en el Mundial de México de 1986, así la manera en que su relevante participación permite que el club Napoli de segunda categoría llegue a encumbrarse entre las más renombradas ligas de Italia. Sin embargo, su fuerte adicción a la cocaína con los consabidos efectos negativos producidos y la lamentable vinculación con algunos miembros de la camorra napolitana, originan el comienzo de la etapa lúgubre de su existencia que se agrava más cuando en 1991 es acusado de posesión de drogas. Simultáneamente el documental incluye algunos aspectos de su vida personal con la presencia de una de sus hermanas, su madre, su compañera Claudia Villafañe con quien contraerá matrimonio y su relación fugaz con la napolitana Cristina Sinagra que produjo una paternidad que él no quiso admitir hasta que casi 30 años después reconoció a Diego Jr. como su hijo. En líneas generales, el film mantiene constante interés demostrando una vez más cómo el venerable culto de la celebridad puede ser tan volátil provocando el hundimiento de un mito.
Algo decididamente sorprendente aconteció con la exhibición de Que Sea Ley (Argentina), cuando previamente a la misma irrumpió en la sala un grupo de mujeres activistas de Argentina y Francia agitando los pañuelos verdes y entonando canciones con palabras alusivas a la lucha feminista que se lleva a cabo para la legalización del aborto. Esa conmovedora demostración se exteriorizó nuevamente cuando comenzó a proyectarse el film dirigido por Juan Solanas. Este logrado documental narra las vicisitudes atravesadas para la aprobación en Argentina del proyecto de ley de despenalización del aborto; habiendo recibido el visto bueno de la Cámara de Diputados en junio de 2018 el Senado lo desaprobó por escasa mayoría cuando fue considerado dos meses después. A través de un relato austero a la vez que emotivo Solanas brinda los testimonios de personas que han sufrido la pérdida de familiares directos como consecuencia de abortos ilegales realizados en condiciones inseguras.
Lejos de ser un mero panfleto propagandístico, este documental se caracteriza por su sobriedad y en tal sentido ofrece también la palabra a los que piensan opuestamente. En última instancia y teniendo en cuenta que cada día en la Argentina una mujer muere como consecuencia de abortos clandestinos, queda la sensación de que en última instancia, un aborto legal, seguro y gratuito, terminará imponiéndose.