BEANPOLE. Rusia, 2019. Un film de Kantemir Balagov
Después de haber visto en el Festival de Cannes de 2017 Tesnota, el excelente drama del joven realizador ruso Kantemir Balagov, considerables expectativas se generaron frente a su reciente trabajo; afortunadamente con Beanpole ratifica su idoneidad y madurez relatando un drama que se desarrolla pocos meses después de haber concluido la Segunda Guerra Mundial.
El guión del realizador co-escrito con Alexander Terekhov ‑lejanamente basado en la novela The Unwomanly Face of War publicada en 1985 de la escritora Svetlana Alexievich, ganadora del Premio Nóbel de Literatura de 2015- tiene lugar en Leningrado, una ciudad prácticamente devastada por el conflicto bélico. Con veteranos que han regresado en dramáticas condiciones se observa a la enfermera Iya (Viktoria Miroshnichenko) ‑apodada “Beanpole”- quien trabajando en un hospital militar los está asistiendo; asimismo se ocupa de cuidar a Pashka (Timofey Glazkov) de 4 años que lo quiere como si fuera su propio vástago; en realidad el pequeño es hijo de Masha (Vasilisa Perelygina),quien es gran amiga de Iya y que partió al frente de combate cuando el chico era un bebé de escasos meses. Sin embargo una tragedia acontece con la inesperada muerte del niño por lo que Masha experimenta un inmenso dolor cuando retorna a la vida civil.
Gran parte del relato se centra en la íntima amistad entre estas dos mujeres de opuesta personalidad y los conflictos surgidos por cuestiones de maternidad. Al propio tiempo el relato expone las relaciones sentimentales que mantienen la tímida Iya con el jefe médico oficial Nikolay Ivanovich (Andrey Bykov) y la más abierta y extrovertida Masha con el joven Sasha (Igor Shirokov) que es el hijo de un oficial del Partido.
En su relato Balagov transmite un tono sombrío y desgarrador a medida que va exponiendo las consecuencias físicas y emocionales de los supervivientes; eso se refleja claramente en Iya y Masha. Tanto Miroshnichenko como Perelygina sin haber tenido previa experiencia delante de una cámara demuestran poseer un talento inusual al haber logrado transmitir con gran intensidad la resiliencia de dos almas traumatizadas que tratan de encontrar un nuevo sentido a sus vidas en el ámbito de un mundo próximo a ser reconstruido. En los factores técnicos, tanto la fotografía de Kseniya Sereda como los diseños de producción de Sergey Ivanov refuerzan los valores de esta magnífica producción.
Esencialmente, el realizador logra un conmovedor melodrama espiritual que se distingue por su gran rigurosidad y que a pesar de su triste telón de fondo merece la pena de ser contemplado. Jorge Gutman