Cine­ma­nia (II)

Cró­ni­ca de Jor­ge Gutman

He aquí otras 5 pelí­cu­las juz­ga­das en esta mues­tra. 

Sla­lom (Fran­cia)

El títu­lo del film refe­ren­te al depor­te inver­nal de esquí alpino es el tema que Char­lè­ne Favier abor­da para refle­jar la rela­ción exis­ten­te entre una joven atle­ta y su instructor.

Jéré­mie Renier y Noée Abita

Noée Abi­ta quien impre­sio­nó gra­ta­men­te en Ava (2017) reafir­ma sus con­di­cio­nes artís­ti­cas brin­dan­do una mag­ní­fi­ca carac­te­ri­za­ción de Lyz, una estu­dian­te de ense­ñan­za media en los Alpes de Fran­cia que mani­fies­ta una gran pasión hacia el esquí. Es así que logra ser acep­ta­da en un selec­ti­vo club cuyo pro­pó­si­to es el de entre­nar a tra­vés de la prác­ti­ca del sla­lom a futu­ros esquia­do­res. Es allí don­de es adies­tra­da por Fred (Jéré­mie Renier), un ex cam­peón al que una seve­ra heri­da lo obli­gó a salir del ruedo.

Más allá de las múl­ti­ples esce­nas depor­ti­vas, el guión de la rea­li­za­do­ra y Marie Talon se inter­na en la psi­co­lo­gía de sus dos pro­ta­go­nis­tas. Liz es expues­ta como una joven que en su eta­pa ado­les­cen­te atra­vie­sa por una gama de sen­ti­mien­tos y con­tra­dic­cio­nes; en tal con­tex­to es fácil empa­ti­zar con su ambi­va­len­te con­duc­ta de que­rer supe­rar­se en la prác­ti­ca de un depor­te que exi­ge enor­me pre­ci­sión, habi­li­dad y velo­ci­dad, así como el tener que afron­tar el extre­ma­do esfuer­zo tan­to físi­co como emo­cio­nal. Por su par­te, Fred auto­ri­ta­ria­men­te explo­ta la vul­ne­ra­bi­li­dad de su alum­na para lograr que even­tual­men­te pue­da desem­pe­ñar un digno rol en las com­pe­ten­cias olím­pi­cas; pre­ci­sa­men­te, debi­do a su extre­ma­do nivel de exi­gen­cia que requie­re de su dis­cí­pu­la, se va crean­do entre ambos una rela­ción tóxi­ca de abso­lu­ta tensión.

Otro aspec­to impor­tan­te del rela­to está invo­lu­cra­do con el del abu­so gene­ra­do en el cam­po depor­ti­vo entre ins­truc­to­res y alum­nos. En este caso la infa­tua­ción que ejer­ce en Lyz la per­so­na­li­dad de su men­tor quien la va domi­nan­do has­ta lími­tes extre­mos, con­du­ce a un inevi­ta­ble víncu­lo sexual.

Con una sol­ven­te direc­ción y una inme­jo­ra­ble actua­ción de Abi­ta y Renier, Favier expre­sa muy bien los sen­ti­mien­tos que ani­man a sus pro­ta­go­nis­tas; asi­mis­mo ‑como no podía ser de otro modo- ofre­ce exce­len­tes secuen­cias de esquí sla­lom que son exce­len­te­men­te cap­ta­das por el direc­tor de foto­gra­fía Yann Mari­taud así como el esplen­do­ro­so pai­sa­je mon­ta­ño­so de los Alpes. En esen­cia, no se nece­si­ta ser esquia­dor para dis­fru­tar de este buen film. 

Mica (Marrue­cos-Fran­cia)

El rea­li­za­dor fran­co-marro­quí Ismaël Ferro­ukhi cono­ce muy bien la reali­dad impe­ran­te en su país natal y es por ello que no resul­ta extra­ño com­pro­bar la auten­ti­ci­dad que refle­ja en su des­crip­ción de la des­igual­dad social aún rei­nan­te en Marrue­cos. Para ello se vale de un excep­cio­nal niño actor como lo es Zaka­ria Inane quien prác­ti­ca­men­te por­ta sobre sus hom­bros todo el peso del con­mo­ve­dor rela­to con­te­ni­do en el guión del cineas­ta y Fadet­te Drouard.

Zaka­rie Inane y Sabri­na Oua­za­ni en MICA

En una villa mise­ria de la ciu­dad de Mek­nès, en el cen­tro nor­te del país, vive Saïd (Inane) ‑apo­da­do Mica- con su madre y su padre enfer­mo, quien tra­ta de obte­ner magros ingre­sos ven­dien­do bol­sas de plás­ti­co en el mer­ca­do local. Sabien­do de que en ese medio no pue­de aspi­rar mucho para su futu­ro, su deseo es emi­grar a Mar­se­lla, como lo hizo su ami­go, supo­nien­do que allí le aguar­da­rá un por­ve­nir más hala­güe­ño. Su ruti­na se ve alte­ra­da cuan­do Haj­ji Kad­dour (Moha­med Az Ela­rab), un ami­go de la fami­lia que se desem­pe­ña como guar­dián de un pres­ti­gio­so club de tenis pri­va­do en Casa­blan­ca, lle­va al niño para que lo ayu­de en cier­tas tareas domésticas.

En su nue­vo ambien­te el chi­co va con­fron­tan­do un mun­do para él des­co­no­ci­do, sufrien­do de las bur­las e inclu­so de los agra­vios físi­cos come­ti­dos por los chi­cos de fami­lias pudien­tes que prac­ti­can el tenis en dicho esta­dio depor­ti­vo. Con­tem­plan­do la prác­ti­ca del tenis, Mica se sien­te incli­na­do a prac­ti­car­lo y en tal sen­ti­do la suer­te le son­ríe cuan­do Sophia (Sabri­na Oua­za­ni), la entre­na­do­ra del club que des­cu­bre el poten­cial exis­ten­te en el chi­co, se con­vier­te en su devo­ta instructora.

A tra­vés de un rela­to que exce­de lo mera­men­te depor­ti­vo, el direc­tor enfa­ti­za los obs­tácu­los que Mica debe afron­tar, espe­cial­men­te en lo que con­cier­ne a la dis­cri­mi­na­ción de que es obje­to por su humil­de ori­gen; con todo, adqui­rien­do con­cien­cia de su con­di­ción social él se obs­ti­na­rá en cam­biar su des­tino gra­cias al tenis.

Tan­to el direc­tor como los inte­gran­tes del equi­po de pro­duc­ción intere­sa­dos en pro­mo­ver un cine com­pro­me­ti­do social­men­te han logra­do un film a todas luces rea­lis­ta que des­bor­dan­do inmen­sa huma­ni­dad per­mi­te sedu­cir tan­to al gran públi­co como al selec­ti­vo por su remar­ca­ble nivel de cali­dad. Ade­más de la exce­len­te direc­ción de Ferro­ukhi, cau­sa admi­ra­ción la inter­pre­ta­ción de Inane quien vive en car­ne pro­pia las des­ven­tu­ras de un chi­co que comien­za a per­der su ino­cen­cia fren­te a la reali­dad que lo cir­cun­da; a su lado tam­bién se lucen Kad­dour como el padre sus­ti­tu­to del niño y Oua­za­ni trans­mi­tien­do ter­nu­ra a la vez que fres­cu­ra y sim­pa­tía como la tenaz pro­fe­so­ra de Mica.  

Notre Dame du Nil (Fran­cia-Bél­gi­ca-Ruan­da)

El direc­tor afgano Atiq Rami­ni explo­ra las raí­ces del endé­mi­co odio entre hutus y tutsis valién­do­se de la nove­la publi­ca­da en 2012 de la escri­to­ra ruan­de­sa Scho­las­ti­que Muka­son­ga de etnia tutsi; la con­sa­gra­da nove­lis­ta que per­dió a casi una trein­te­na de fami­lia­res en la atroz matan­za que afec­tó a su país natal vuel­ca en su libro su pro­pia experiencia.

Una esce­na de NOTRE-DAME DU NIL

En una bue­na adap­ta­ción el guión del rea­li­za­dor y de Rama­ta Sly está estruc­tu­ra­do en un pró­lo­go y cua­tro par­tes ‑Ino­cen­cia, Sagra­do, Sacri­le­gio y Sacri­fi­cio- ubi­can­do la acción en Ruan­da en 1973. Allí se sigue los pasos de un gru­po de alum­nas inter­na­das en una eli­tis­ta escue­la cató­li­ca bel­ga de ense­ñan­za media don­de la mayo­ría de las estu­dian­tes per­te­ne­ce a fami­lias encum­bra­das de la zona. Den­tro del con­tex­to social en que la pobla­ción hutu pro­di­ga ame­na­zas a la mino­ría tutsi, la escue­la tam­bién admi­te a tra­vés de una cuo­ta esta­ble­ci­da a alum­nas tutsis.

El rela­to adquie­re gra­dual­men­te un cli­ma de ten­sión al inter­nar­se en zonas más oscu­ras don­de que­dan refle­ja­dos los resi­duos del colo­nia­lis­mo, como así tam­bién una mues­tra del mar­ca­do racis­mo exis­ten­te de los hutus hacia los tutsis, a mane­ra de pre­lu­dio de lo que sobre­ven­drá en el omi­no­so geno­ci­dio de la gue­rra civil de 1994.

Aun­que en cier­tos momen­tos la narra­ción adquie­re un carác­ter errá­ti­co, lo cier­to es que el rea­li­za­dor se com­pe­ne­tra en los com­ple­jos veri­cue­tos de la reali­dad impe­ran­te; así, brin­da un dra­ma cier­ta­men­te hip­nó­ti­co real­za­do por la sóli­da pres­ta­ción de jóve­nes actri­ces ruan­de­sas, entre ellas Cla­rie­lla Bizi­ma­ni como la estu­dian­te tutsi y Albi­na Kiren­ga ani­man­do a una pro­vo­ca­do­ra con­dis­cí­pu­la hutu.

La troi­siè­me gue­rre (Fran­cia)

En su pri­mer film de fic­ción el rea­li­za­dor Gio­van­ni Aloi no alu­de a una futu­ris­ta ter­ce­ra gue­rra mun­dial sino a la que lamen­ta­ble­men­te la huma­ni­dad se ve expues­ta enfren­tan­do suce­sos de extre­ma­da vio­len­cia que vic­ti­mi­zan a innu­me­ra­bles per­so­nas ino­cen­tes; es en tal sen­ti­do que el rea­li­za­dor se ins­pi­ró en los san­grien­tos aten­ta­dos terro­ris­tas que azo­ta­ron a Fran­cia en los últi­mos años.

Anthony Bajon en LA TROI­SIЀ­ME GUERRE

La his­to­ria gira en torno de Leo (Anthony Bajon), un joven fran­cés quien deci­dió enlis­tar­se en el ejér­ci­to para que como sol­da­do pudie­ra ser­vir mejor a su patria; jun­to con otros cama­ra­das y muy espe­cial­men­te con su com­pin­che Hicham (Karim Leklou) pro­ce­den­te de Áfri­ca, reco­rren las calles de París tra­tan­do de estar en máxi­ma aler­ta fren­te a cual­quier indi­cio o sos­pe­cha de que pudie­ra acon­te­cer un aten­ta­do. Estan­do a las órde­nes de la sar­gen­to Coli­ne (Leï­la Bekh­ti), Leo se encuen­tra obli­ga­do a mode­rar sus impul­sos de per­se­guir a sos­pe­cho­sos fren­te al celo poli­cial que se lo impide.

El guión de Domi­ni­que Bau­mard en su mayor par­te se dedi­ca a mos­trar el inter­cam­bio que se pro­du­ce entre los sol­da­dos a tra­vés de anéc­do­tas que si bien al prin­ci­pio pue­den inte­re­sar, al irse alar­gan­do resien­ten su rit­mo. A ello se agre­gan algu­nas esce­nas poco con­vin­cen­tes como las que trans­cu­rren en los con­tac­tos tele­fó­ni­cos man­te­ni­dos entre Leo y la pare­ja de un sos­pe­cho­so arres­ta­do a tra­vés de su celu­lar que le ha sido expropiado.

Lo más impor­tan­te del rela­to resi­de en los tra­mos fina­les cuan­do una masi­va demos­tra­ción calle­je­ra abo­gan­do con­tra el capi­ta­lis­mo se enfren­ta con la poli­cía y se pro­du­cen las refrie­gas con­si­guien­tes; es allí que nue­va­men­te se ori­gi­na el dile­ma de has­ta dón­de la bri­ga­da anti­te­rro­ris­ta del ejér­ci­to tes­ti­mo­nian­do hechos vio­len­tos debe per­ma­ne­cer aje­na para que úni­ca­men­te inter­ven­ga la auto­ri­dad poli­cial. En ese esce­na­rio, la his­to­ria adquie­re vigor cuan­do Leo no pudien­do admi­tir su impo­ten­cia deci­de actuar como un digno sol­da­do, des­obe­de­cien­do las órde­nes de sus superiores.

El film, cier­ta­men­te bien inten­cio­na­do, intere­sa más por su temá­ti­ca que por su rea­li­za­ción; eso es debi­do a que su narra­ti­va no está con­ve­nien­te­men­te esbo­za­da como así tam­bién no exis­te una mayor explo­ra­ción psi­co­ló­gi­ca de sus per­so­na­jes; de todos modos, que­da cla­ro su men­sa­je de que “el enemi­go está entre noso­tros” y de algún modo es nece­sa­rio superarlo.

Mes jours de gloi­re (Fran­cia)

La sim­pa­tía que ofre­ce Vin­cent Lacos­te como pro­ta­go­nis­ta de este film de Antoi­ne DeBary no com­pen­sa la falen­cia de su ende­ble guión escri­to con Elias Bel­ked­dar dan­do como resul­ta­do una ende­ble e intras­cen­den­te comedia.

Vin­cent Lacos­te en MES JOURS DE GLOIRE

Lacos­te da vida a Adrien, un joven de 25 años que se acer­ca a su trein­te­na pero que aún no logró la madu­rez com­ple­ta como adul­to dado su com­por­ta­mien­to pro­pio de un ado­les­cen­te qui­cea­ñe­ro. Así en la pri­me­ra esce­na se le obser­va haber lla­ma­do a los bom­be­ros por la ame­na­za de fue­go que se cier­ne en su depar­ta­men­to; obvia­men­te, ese es un fal­so pre­tex­to para que pue­da pene­trar en su vivien­da por­que olvi­dó su lla­ve. Ese paso de come­dia cede inme­dia­ta­men­te lugar a otra secuen­cia en la que Adrien como actor ani­ma el rol del joven Char­les de Gau­lle para una pelí­cu­la a car­go de un rea­li­za­dor alemán.

Lo esen­cial de la tra­ma resi­de en la vul­ne­ra­bi­li­dad de Adrien al sen­tir­se ame­dren­ta­do y teme­ro­so por pro­ble­mas de erec­ción; eso moti­va a que en sus encuen­tros con Léa (Noée Abi­ta), una mucha­cha que sim­pa­ti­za con él, evi­te cual­quier acer­ca­mien­to dema­sia­do ínti­mo para que no se refle­je su impotencia.

Si bien la cri­sis exis­ten­cial que afec­ta al mucha­cho con su viri­li­dad pues­ta a prue­ba podría gene­rar una sóli­da come­dia dra­má­ti­ca, el efec­to se dilu­ye a tra­vés de dife­ren­tes peri­pe­cias que no ter­mi­nan de encuadrar.

Con una rea­li­za­ción no exen­ta de situa­cio­nes este­reo­tio­pa­das, la his­to­ria deja en un segun­do plano el ámbi­to fami­liar de su pro­ta­go­nis­ta en don­de Emma­nue­lle Devos como la psi­có­lo­ga madre y Chris­tophe Lam­bert como el alcohó­li­co padre de Adrien poco apor­tan a este desa­bri­do relato.