El Calle­jón de las Almas Perdidas

NIGHT­MA­RE ALLEY. Esta­dos Uni­dos, 2021. Un film de Gui­ller­mo del Toro. 150 minutos

Cua­tro años des­pués de haber roda­do The Sha­pe of Water que obtu­vo el tro­feo del Oscar al mejor film, el pres­ti­gio­so rea­li­za­dor mexi­cano Gui­ller­mo del Toro retor­na con Night­ma­re Alley, un thri­ller psi­co­ló­gi­co basa­do en la nove­la de William Lind­say Gresham publi­ca­da en 1946.

La adap­ta­ción efec­tua­da por el cineas­ta y Kim Mor­gan cons­ti­tu­ye una nue­va ver­sión de la rea­li­za­da en 1947 por el direc­tor Edmund Goul­ding con la inter­pre­ta­ción pro­ta­gó­ni­ca de Tyro­ne Power, en don­de nue­va­men­te resal­ta el nivel de degra­da­ción moral que envuel­ve a varios de sus personajes.

Brad­ley Cooper

La acción comien­za en 1939 en una feria de cir­co de Chica­go don­de lle­ga Stan­ton (Brad­ley Cooper), un vaga­bun­do aven­tu­re­ro con un pasa­do no muy cla­ro. Atraí­do por el espec­tácu­lo pro­mo­cio­na­do por un hábil pre­go­ne­ro (William Dafoe), logra ser reclu­ta­do como ayu­dan­te de la cla­ri­vi­den­te Zee­na (Toni Collet­te); pron­ta­men­te se con­vier­te en su aman­te a pesar de que ella con­vi­ve con su alcohó­li­co mari­do Pete (David Strathairn) quien posee un libro deta­llan­do los intri­ca­dos pasos a adop­tar para con­ver­tir­se en men­ta­lis­ta. Como buen apren­diz, Stan­ton se impo­ne de los gajes del ofi­cio para ser un efi­cien­te lec­tor de la men­te y poder enga­ñar a la audien­cia. Al poco tiem­po logra con­quis­tar el cora­zón de Molly (Roo­ney Mara), una de las par­ti­ci­pan­tes del show, que lle­ga­rá a ser su mujer.

La pri­me­ra par­te que está nutri­da con los dife­ren­tes núme­ros del espec­tácu­lo cir­cen­se se alar­ga dema­sia­do y al vol­ver­se repe­ti­ti­va afec­ta el rit­mo del rela­to. Es a par­tir de la segun­da mitad que trans­cu­rre en 1941 don­de la his­to­ria adquie­re mayor interés.

Des­pués de haber con­ven­ci­do a Molly de dejar la feria, ambos aho­ra están ins­ta­la­dos en la ciu­dad de Búfa­lo don­de Stan­ton habien­do mon­ta­do su pro­pio espec­tácu­lo en el mun­do del vode­vil delei­ta como men­ta­lis­ta a un públi­co sofis­ti­ca­do; es así como su actua­ción cap­ta la aten­ción de Lilith (Cate Blan­chett), una psi­quia­tra que ha des­cu­bier­to sus patra­ñas y lo supera en ambición.

A par­tir de allí y dejan­do de lado a su espo­sa, Stan­ton man­tie­ne una rela­ción par­ti­cu­lar­men­te sin­gu­lar con esta doc­to­ra, don­de cada uno de ellos encuen­tra estí­mu­los para sacar el mejor pro­ve­cho de esta aso­cia­ción; en con­se­cuen­cia con­vie­nen en explo­tar la bue­na fe de Ezra (Richard Jen­kins), un cré­du­lo millo­na­rio que es pacien­te de la psi­quia­tra, a quien ter­mi­nan esquil­mán­do­lo. Si en prin­ci­pio el víncu­lo entre el embau­ca­dor y la deni­gran­te pro­fe­sio­nal mar­cha sobre rue­das, no tar­da mucho para que entre ambos sur­jan irre­con­ci­lia­bles dife­ren­cias que con­du­ci­rán a un inexo­ra­ble final.

Ale­ján­do­se en esta opor­tu­ni­dad del cine fan­tás­ti­co al cual es adep­to y ajus­tán­do­se a lo que Grasham des­ta­ca en la nove­la ori­gi­nal, Del Toro ofre­ce una lec­tu­ra som­bría del ser humano a tra­vés de la pre­sen­cia dia­bó­li­ca del mal. No es la pri­me­ra vez que en su fil­mo­gra­fía abor­da a per­so­na­jes som­bríos, pero en este caso la narra­ción es un tan­to fría sin per­mi­tir que exis­ta la emo­ción nece­sa­ria para invo­lu­crar­se con las per­so­na­li­da­des de sus pro­ta­go­nis­tas que van tran­si­tan­do por un calle­jón de almas per­di­das. El elen­co de pri­me­ras figu­ras es muy bueno con un Cooper impe­ca­ble aun­que debi­do a la insu­fi­cien­cia del guión no alcan­za la com­ple­ta enver­ga­du­ra dra­má­ti­ca logra­da por Power en el mis­mo rol; cier­ta­men­te quien más se luce es Blan­chett como la cal­cu­la­do­ra y mani­pu­la­do­ra mujer fatal que no tie­ne escrú­pu­los para ejer­cer su pro­fe­sión malévolamente.

Como es usual en la fil­mo­gra­fía del rea­li­za­dor, Del Toro no esca­ti­ma deta­lle alguno para brin­dar a este dra­ma una sin­gu­lar belle­za visual median­te la esme­ra­da foto­gra­fía de Dan Laus­ten y el dise­ño de pro­duc­ción de Tama­ra Deve­rell que per­mi­ten crear una expre­si­va visión atmos­fé­ri­ca de la épo­ca en que trans­cu­rre el rela­to. Jor­ge Gutman