Un Diá­lo­go Necesario

RES­PI­RE. Cana­dá (Que­bec), 2022. Un film escri­to y diri­gi­do por Onur Kara­man. 90 minutos.

No es muy fre­cuen­te que el tema de la inmi­gra­ción cana­dien­se y más espe­cí­fi­ca­men­te el de la pro­vin­cia de Que­bec sea fre­cuen­ta­do por el cine. De allí que resul­ta intere­san­te la incur­sión efec­tua­da por el rea­li­za­dor Onur Kara­man quien naci­do en Tur­quía lle­gó con su fami­lia a Que­bec a los 8 años de edad.

Ins­pi­ra­do en su expe­rien­cia, el cineas­ta Onur Kara­man plan­tea en Res­pi­re, su cuar­to lar­go­me­tra­je, un dra­ma fic­cio­nal con­tras­tan­do dos seres dia­me­tral­men­te opues­tos en don­de lo úni­co en común que los vin­cu­la es el gra­do de des­ilu­sión que expe­ri­men­tan por dife­ren­tes motivos.

Ame­da­mi­ne Ouerghi

En su guión, Kara­man pre­sen­ta a Fouad (Ame­da­mi­ne Ouerghi), un ado­les­cen­te marro­quí de 15 años aman­te de la poe­sía y del fút­bol que vive en un barrio popu­lar de Mon­treal con su padre Atif (Moham­med Maroua­zi) y su madre Rachi­da (Hou­da Riha­ni); no obs­tan­te que Atif es un inge­nie­ro diplo­ma­do en su país de ori­gen, tra­ba­ja en un res­tau­ran­te don­de Fouad cola­bo­ra con él en tan­to que Rachi­da está emplea­da en un cen­tro de lla­ma­das. A tra­vés de dife­ren­tes situa­cio­nes plan­tea­das que­da en evi­den­cia la frus­tra­ción del mucha­cho que es cons­cien­te que por ser inmi­gran­te hay una dis­cri­mi­na­ción que se refle­ja en dife­ren­tes ins­tan­cias que le toca vivir y que vuel­ca su pesar en mani­fes­ta­cio­nes vio­len­tas. Simul­tá­nea­men­te se sale al encuen­tro de Max (Fré­dé­ric Lemay), un que­be­quen­se de pura lana de 27 años que fre­cuen­ta el res­tau­ran­te de Atif; lle­van­do una vida des­or­ga­ni­za­da tan­to en lo pro­fe­sio­nal en don­de ha per­di­do su empleo como en su rela­ción sen­ti­men­tal al haber sido deja­do por su ami­ga (Clau­dia Bou­vet­te) él habi­ta con su madre depre­si­va (Marie Char­le­bois) y su padre (Roger Léger) que es una per­so­na de buen tem­pe­ra­men­to y due­ño de un taller mecá­ni­co que tie­ne como asis­ten­te a su sobrino Jére­mie (Gui­llau­me Laurin).

Si en prin­ci­pio no hay mayor pre­sun­ción de que Max sea una per­so­na into­le­ran­te, a ins­tan­cias de su pér­fi­do pri­mo Jére­mie que es abier­ta­men­te racis­ta, pro­vo­ca­rá accio­nes vio­len­tas que con­du­ci­rán a un pun­to de no retorno tan­to para él como para Fouad, afec­tan­do a sus res­pec­ti­vas familias.

Kara­man ofre­ce un dra­ma en don­de la exclu­sión, la dis­cri­mi­na­ción, el no reco­no­ci­mien­to, el racis­mo y sobre todo la cri­sis de iden­ti­dad de los inmi­gran­tes neo que­be­quen­ses son algu­nos de los aspec­tos refle­ja­dos. Pero la inten­ción del rea­li­za­dor ‑de acuer­do a lo mani­fes­ta­do en las notas de prensa‑, es de abrir un diá­lo­go que per­mi­ta un sanea­mien­to entre la gen­te de dife­ren­te ori­gen y cla­se social que habi­ta en Quebec.

Aun­que a veces repe­ti­ti­vo y con cier­tos deta­lles dra­má­ti­cos inne­ce­sa­rios, el film nutri­do de un enco­mia­ble elen­co se reve­la creí­ble a tra­vés de un tema que per­mi­te refle­xio­nar y que abre la posi­bi­li­dad para ser dis­cu­ti­do al con­cluir la pro­yec­ción.  Jor­ge Gutman