FNC 2023 (Pri­me­ra Parte)

Cró­ni­ca de Jor­ge Gutman

A par­tir de hoy y pro­si­guien­do has­ta el 15 de octu­bre tie­ne lugar en Mon­treal la 52ª edi­ción del Fes­ti­val du nou­veau ciné­ma (FNC) con la pre­sen­ta­ción de La Pas­sion de Dodin Bouf­fant del cineas­ta Tràn Anh Hùng. La pro­gra­ma­ción inclu­ye 105 lar­go­me­tra­jes y 90 cor­to­me­tra­jes pro­ve­nien­tes de 57 paí­ses. Ade­más de títu­los aplau­di­dos en los fes­ti­va­les de Ber­lín, Can­nes, Vene­cia y Toron­to de este año, hay una bue­na selec­ción de pelí­cu­las per­te­ne­cien­tes a nue­vos pro­mi­so­rios realizadores.

He aquí el comen­ta­rio de cua­tro de los fil­mes que serán exhibidos.

La Pas­sion de Dodin Bouf­fant (Fran­cia)

La comi­da fran­ce­sa como esti­lo de vida es lo que pro­po­ne el direc­tor viet­na­mi­ta Tràn Anh Hung en este rela­to que resul­ta­rá ape­ti­to­so para los aman­tes de la “hau­te cuisine”.

Adap­ta­do de la nove­la de Mar­cel Rouf La Vida y Pasión de Dodin Bouf­fant publi­ca­da en 1924, el guión del rea­li­za­dor ambien­ta su desa­rro­llo en una man­sión cam­pes­tre de Fran­cia hacia fina­les del siglo 19. En ese apa­ci­ble rin­cón se sale al encuen­tro de la impe­ca­ble coci­ne­ra Euge­nie (Juliet­te Bino­che) y del gas­tró­no­mo Dodin (Benoît Magi­mel) quie­nes duran­te 20 años con­jun­ta­men­te han tra­ba­ja­do en la pre­pa­ra­ción de exqui­si­tas deli­cias culinarias.

La Pas­sion de Dodin Bouffant

Duran­te los pri­me­ros 30 minu­tos del rela­to se obser­va cómo Euge­nie pre­pa­ra para el desa­yuno una ape­ti­to­sa tor­ti­lla de hue­vos reco­men­dan­do de que para su con­su­mo es nece­sa­rio valer­se de una cucha­ra. Pos­te­rior­men­te con la ayu­da de su asis­ten­te Vio­let­te (Gala­tea Bellu­gi) efec­túa los pre­pa­ra­ti­vos de una comi­da para cua­tro ami­gos de Dodin (Emma­nuel Salin­ger, Patrick D’Assumçao, Fré­dé­ric Fis­bach y Jan Ham­me­nec­ker), pre­via­men­te apro­ba­do por el chef, con­si­de­ra­do como el Napo­león de la gas­tro­no­mía. A su vez Dodin se encar­ga­rá de pre­pa­rar el “pot au feu”, el clá­si­co pla­to fran­cés de len­ta coc­ción que será des­ti­na­do a un supues­to prín­ci­pe de Esto­nia. Asi­mis­mo Dodin remar­ca la impor­tan­cia que tie­ne dis­po­ner de un vino ade­cua­do para degus­tar una bue­na comida.

La his­to­ria narra­da es míni­ma y en su mayor par­te no exis­ten mayo­res con­flic­tos dra­má­ti­cos sal­vo algu­nos des­va­ne­ci­mien­tos que expe­ri­men­ta Euge­nie, apa­ren­te­men­te por can­san­cio, aun­que se pre­su­me que pade­ce de una enfer­me­dad aun­que ella ter­mi­nan­te­men­te lo nie­gue. Para mati­zar el rela­to, se apre­cia el víncu­lo sen­ti­men­tal de la pare­ja; si bien es cla­ro el amor que los une, Euge­nie en prin­ci­pio ama­ble­men­te recha­za la pro­pues­ta de casa­mien­to de Dodin, pero pos­te­rior­men­te acep­ta­rá su invi­ta­ción en la medi­da que culi­na­ria e inte­lec­tual­men­te exis­te una armo­nio­sa complementación.

La exce­len­te direc­ción de Anh Hung per­mi­te resal­tar bri­llan­te­men­te la pasión de la pare­ja por el arte culi­na­rio; en tal sen­ti­do la par­ti­ci­pa­ción del renom­bra­do chef Pie­rre Gag­nai­re como con­sul­tor refle­ja la auten­ti­ci­dad de los man­ja­res pre­pa­ra­dos. Pero pre­ci­sa­men­te por su pro­pio bien, el rela­to se extien­de más allá de lo nece­sa­rio en la medi­da que a la pos­tre en la mayor par­te se asis­te a un cur­so de comi­da que aun­que sin duda remar­ca­ble pue­de ase­me­jar­se a los que sue­len difun­dir­se en la televisión.

No obs­tan­te la obje­ción que ante­ce­de, el film se valo­ri­za por la insu­pe­ra­ble actua­ción de Bino­che y Magi­mel quie­nes com­pe­ne­tra­dos por com­ple­to en sus per­so­na­jes irra­dian la inmen­sa ter­nu­ra que los ani­ma. Así, una de las esce­nas emo­ti­vas del film tie­ne lugar cuan­do Dodin por pri­me­ra vez le pre­pa­ra a su com­pa­ñe­ra que yace enfer­ma un exqui­si­to pla­to de comi­da, o bien en el poé­ti­co des­en­la­ce de esta his­to­ria que resul­ta­ría indis­cre­to comen­tar. Una vez más que­da demos­tra­do como en cier­tos casos bri­llan­tes acto­res pue­den engran­de­cer la visión de una pelí­cu­la, sin dejar de lado la nota­ble pues­ta escé­ni­ca del rea­li­za­dor que le valió en Can­nes el pre­mio a la mejor dirección.

Los Colo­nos (Chi­le-Argen­ti­na-Fran­cia-Dina­mar­ca-Gran Bretaña-Suecia-Taiwán)

Resul­ta gra­ti­fi­can­te para el crí­ti­co de cine com­pro­bar el sur­gi­mien­to de nove­les rea­li­za­do­res capa­ces de mos­trar inusi­ta­da madu­rez en sus pri­me­ros tra­ba­jos. Ese es el caso del direc­tor chi­leno Feli­pe Gál­vez quien des­pués de una expe­rien­cia como guio­nis­ta y edi­tor en cor­to­me­tra­jes debu­ta en el lar­go­me­tra­je ilus­tran­do lúci­da­men­te de mane­ra fic­cio­nal un dra­ma his­tó­ri­co sobre el tra­ta­mien­to reci­bi­do por la pobla­ción autóc­to­na de Chile.

Los Colo­nos

El guión del rea­li­za­dor escri­to con Anto­nia Girar­di y la cola­bo­ra­ción de Mariano Lly­nás en su comien­zo ubi­ca la acción en 1901 en la región pata­gó­ni­ca de Chi­le y Argen­ti­na. Allí el pode­ro­so terra­te­nien­te José Menén­dez (Alfre­do Cas­tro), dedi­ca­do a la explo­ta­ción de ove­jas, quie­re des­pe­jar la vas­ta ruta con­du­cen­te a una sali­da en el Océano Atlán­ti­co. Para efec­tuar el reco­rri­do de esa zona con­tra­ta los ser­vi­cios del fun­cio­na­rio esco­cés MacLen­nan (Mark Stan­ley) para que eli­mi­ne a la pobla­ción autóc­to­na que pue­da encon­trar en el camino; para rea­li­zar su tarea con­ta­rá con la cola­bo­ra­ción del mer­ce­na­rio ame­ri­cano Bill (Ben­ja­mín West­fall) y del ayu­dan­te Segun­do (Cami­lo Aran­ci­bia) que es un mes­ti­zo oriun­do de la isla Chi­loé. En con­se­cuen­cia, para cum­plir su misión este hete­ro­gé­neo gru­po no vaci­la­rá en sem­brar a lo lar­go del camino un sen­de­ro de san­gre al per­se­guir y ase­si­nar a la comu­ni­dad indí­ge­na Selk’nam.

Sie­te años des­pués de la masa­cre, el pre­si­den­te chi­leno Pedro Montt desig­na al ofi­cial Vicu­ña (Mar­ce­lo Alon­so), con el bene­plá­ci­to de Menén­dez, para que visi­te Chi­loé a fin de tener un pre­ci­so cono­ci­mien­to acer­ca del ase­si­na­to come­ti­do al pue­blo autóc­tono; para ello inten­ta obte­ner infor­ma­ción de Segun­do que aho­ra modes­ta­men­te habi­ta allí jun­to con su mujer Kiep­ja (Mishell Gua­ña). En todo caso, las bue­nas inten­cio­nes no repa­ran el geno­ci­dio producido.

Los per­so­na­jes están muy bien esbo­za­dos y sobre todo el más elo­cuen­te es el de Segun­do que a tra­vés de su ópti­ca se asis­te a lo que acon­te­ce en el rela­to; si bien se pue­de empa­ti­zar con el mis­mo, lo cier­to es que él fue un cola­bo­ra­dor pasi­vo de los gra­ves inci­den­tes ocu­rri­dos a pesar de su ori­gen autóctono.

Con un buen elen­co, Gál­vez tie­ne la deli­ca­de­za de suge­rir antes que demos­trar en toda su mag­ni­tud las atro­ci­da­des come­ti­das. Impri­mien­do un apro­pia­do rit­mo, el rea­li­za­dor con­tó con el valio­so apor­te de la foto­gra­fía de Simo­ne D’Arcangelo cap­tan­do el agres­te pai­sa­je en que trans­cu­rre la acción. Que­da como resul­ta­do un muy buen arti­cu­la­do dra­ma que con­tun­den­te­men­te denun­cia la acción arra­sa­do­ra y des­truc­ti­va de los pue­blos ori­gi­na­rios que tuvo lugar en la Pata­go­nia a comien­zos del siglo pasa­do; todo ello en nom­bre de una tris­te colo­ni­za­ción ten­dien­te a apli­car el racis­mo y el cri­men a fin de lograr una civi­li­za­ción más purificada.

Here (Bél­gi­ca)

El res­pe­ta­do cineas­ta y guio­nis­ta bel­ga Bas Devos ofre­ce una pelí­cu­la de aus­te­ra dimen­sión y de valio­sa cali­dad que ha sido apre­cia­da en oca­sión de su estreno mun­dial en el fes­ti­val de Ber­lin de este año don­de obtu­vo el pre­mio al mejor film de la sec­ción Encounters.

Here

A tra­vés de un esti­lo diá­fano la dimi­nu­ta his­to­ria pre­sen­ta a dos seres que se des­co­no­cen pero cuyo encuen­tro for­tui­to per­mi­te brin­dar­les el con­fort de trans­mi­tir sus inquie­tu­des. Uno de ellos es Ste­fan (Ste­fan Gota), un obre­ro rumano que tra­ba­ja en Bru­se­las en el rubro de la cons­truc­ción. Apro­ve­chan­do sus vaca­cio­nes de verano se dis­po­ne via­jar a su país natal y para ello coci­na los vege­ta­les que aún res­tan en el refri­ge­ra­dor, pre­pa­ran­do una sopa que le ofre­ce­rá a sus más cer­ca­nos com­pa­ñe­ros de labor. A su vez apro­ve­cha la oca­sión para des­pe­dir­se de su her­ma­na Anca (Ali­na Cons­tan­tin) que es enfer­me­ra y que tam­bién resi­de en la capi­tal belga.

El otro per­so­na­je es Shu­xiu (Liyo Gong), una cien­tí­fi­ca inves­ti­ga­do­ra chi­na que se dedi­ca a ana­li­zar con su micros­co­pio las plan­tas no vas­cu­la­res con espe­cial énfa­sis en los mus­gos sil­ves­tres; ade­más par­te de su tiem­po lo des­ti­na a ayu­dar a su tía que tie­ne a su car­go un peque­ño restaurante.

Mien­tras Ste­fan aguar­da unos días para que le repa­ren su auto­mó­vil a fin de tras­la­dar­se a Ruma­nia, en una jor­na­da de inten­sa llu­via, entra al res­tau­ran­te don­de se halla Shu­xiu; pos­te­rior­men­te pasean­do por un par­que de la ciu­dad el azar quie­re que Ste­fan nue­va­men­te se encuen­tre con la inves­ti­ga­do­ra. Es allí don­de cada uno apren­de algo del otro y todo hace pre­su­mir que se esta­ble­ce una mutua cone­xión entre el taci­turno rumano y la soli­ta­ria china.

Con míni­mos diá­lo­gos que­da con­cre­ta­da una his­to­ria sen­ci­lla pero lo sufi­cien­te­men­te pre­ci­sa en el estu­dio de carac­te­res que rea­li­za el com­pe­ten­te rea­li­za­dor de sus dos pro­ta­go­nis­tas como a su vez la pre­pon­de­ran­cia que adquie­re el mar­co de la natu­ra­le­za que les rodea. En esen­cia, Devos brin­da un film sutil y aun­que nada dra­má­ti­ca­men­te acon­te­ce, des­ti­la la sen­si­bi­li­dad nece­sa­ria para sedu­cir al espec­ta­dor ávi­do de un cine dia­me­tral­men­te opues­to a lo ofre­ci­do por los tra­di­cio­na­les block­bus­ters. Ade­más de Devos, pala­bras de elo­gio igual­men­te mere­ce la extra­or­di­na­ria foto­gra­fía de Grimm Van­de­kerckho­ve brin­dan­do una cau­ti­van­te sin­fo­nía de luz y color, sobre todo crean­do una espe­cial atmós­fe­ra de la ciu­dad en las horas nocturnas.

El Ros­tro de la Medu­sa (Argen­ti­na)

La novel rea­li­za­do­ra Meli­sa Lie­benthal en su pri­mer lar­go­me­tra­je de fic­ción par­te de una pre­mi­sa extra­ña cuyo pro­pó­si­to resul­ta difí­cil de cap­tar a tra­vés de su desarrollo.

El guión de Agus­tín Godoy y Lie­benthal pre­sen­ta a Mari­na (Rocío Ste­lla­to), una docen­te de 30 años de edad que ha vis­to su ros­tro cam­bia­do como resul­ta­do de una hin­cha­zón que comen­zó tiem­po atrás. Habien­do recu­rri­do a varios médi­cos para resol­ver su situa­ción y retor­nar a su cara ori­gi­nal, aún no ha encon­tra­do solu­ción al pro­ble­ma que le aflige..

El Ros­tro de la Medusa

Nada se sabe sobre la cau­sa de su infla­ma­ción pero lo cier­to es que su acti­tud la impul­sa a man­te­ner­se ocul­ta en la medi­da de lo posi­ble, lo que impli­ca el haber soli­ci­ta­do licen­cia en su tra­ba­jo como asi­mis­mo evi­tar el encuen­tro con su novio (Vla­di­mir Durán), por temor de que fue­se recha­za­da por su nue­vo aspec­to. Eso exclu­ye a sus padres que ya están habi­tua­dos a ver­la tal cual es.

En prin­ci­pio se pue­de acep­tar el hecho de que la iden­ti­dad de una per­so­na se aso­cie a cómo ella se vea y que cual­quier cam­bio rotun­do afec­te la pér­di­da de la mis­ma. Pero la direc­to­ra adop­ta un tra­ta­mien­to con­fu­so en que el trau­ma psi­co­ló­gi­co de Mari­na no lle­ga a com­pren­der­se cla­ra­men­te. Afron­tan­do su cri­sis ella visi­ta un zoo­ló­gi­co para obser­var los sem­blan­tes de los ani­ma­les tra­tan­do de bus­car algu­na aso­cia­ción con el suyo. A todo ello Lie­benthal intro­du­ce esce­nas de ani­ma­ción digi­tal con imá­ge­nes de ros­tros que dis­traen la narra­ción; tam­po­co ayu­da mucho la rela­ción espe­cial que Mari­na man­tie­ne con su abue­la y el affai­re con un estu­dian­te de la facul­tad a fin de escla­re­cer la cri­sis de iden­ti­dad que la aflige.

Deci­di­da­men­te expe­ri­men­tal y sin que el pun­to de par­ti­da adquie­ra enver­ga­du­ra dra­má­ti­ca, la enig­má­ti­ca pro­pues­ta de la rea­li­za­do­ra si bien inten­cio­nal­men­te audaz no alcan­za a tras­cen­der; en con­se­cuen­cia, al final de la pro­yec­ción que­da abier­ta la pre­gun­ta ¿y aho­ra qué?