Una Vida Agitada

SUZAN­NE. Fran­cia-Bél­gi­ca, 2013. Un film de Katell Quillévéré

Un film de gran inten­si­dad y deci­di­da­men­te rea­lis­ta es lo que la rea­li­za­do­ra Katell Qui­llé­vé­ré expo­ne en Suzan­ne. A tra­vés de un perío­do de 25 años se asis­te a la his­to­ria de una mujer que por deci­sio­nes equi­vo­ca­das adop­ta­das fue cimen­tan­do un des­tino lamen­ta­ble y triste.

Sara Forestier

Sara Forestier

Las pri­me­ras esce­nas del film son de algún modo las más pla­cen­te­ras don­de se ve a la peque­ña Suzan­ne (Apo­llo­nia Lui­set­ti) y a su her­ma­na mayor María (Fanie Zani­ni) en esce­na para un espec­tácu­lo de dan­za y evi­den­cian­do el gran afec­to que las une; pos­te­rior­men­te se las obser­va jun­to con Nico­las (Fra­nçois Damiens), su padre viu­do, visi­tan­do la tum­ba de su madre. A pesar del carác­ter a veces auto­ri­ta­rio del pro­ge­ni­tor las pocas esce­nas domés­ti­cas tras­lu­cen un fuer­te lazo de fami­lia. Pos­te­rior­men­te en for­ma abrup­ta en el tiem­po, el rela­to cam­bia de regis­tro al pre­sen­tar a la aho­ra ado­les­cen­te Suzan­ne (Sara Fores­tier) cur­san­do estu­dios secun­da­rios y encon­trán­do­se en esta­do de gra­vi­dez; sin que se sepa quién es el padre, ella deci­de man­te­ner el emba­ra­zo. Los acon­te­ci­mien­tos que sobre­vie­nen indi­ca­rán que los pasos adop­ta­dos por Suzan­ne van de mal en peor cuan­do se afe­rra sen­ti­men­tal­men­te a Julien (Paul Hamy), un peque­ño ban­di­do que ade­más de pro­me­ter­le un supues­to amor eterno e invo­lu­crar­la por el camino del deli­to, moti­va a que ella aban­do­ne a su hiji­to, que esta­rá a car­go de una fami­lia sus­ti­tu­ta, como así tam­bién deja­rá de lado a su leal her­ma­na (Adè­le Hae­nel) y a su padre. Gra­dual­men­te, la vida de esta chi­ca comien­za un des­cen­so a los infier­nos que la con­du­ci­rá a la cárcel.

Si bien el ser humano no siem­pre se encuen­tra en ple­na liber­tad para deci­dir los pasos que se siguen en la vida y lo que la mis­ma pue­de ofre­cer­le a cam­bio, en la des­crip­ción de esta mujer ‑según el guión de la rea­li­za­do­ra Qui­llé­vé­ré escri­to jun­to a Mariet­te Desert– que­da cla­ro que su exis­ten­cia caó­ti­ca, des­or­de­na­da y sin rum­bo fijo ha sido pro­duc­to de su pro­pia elec­ción y no de cir­cuns­tan­cias impo­si­bles de evi­tar. Es en ese sen­ti­do que un per­so­na­je tan irres­pon­sa­ble y egoís­ta como el de Suzan­ne no pue­de ins­pi­rar mucha sim­pa­tía; con todo, la excep­cio­nal actua­ción que Fores­tier ofre­ce brin­dan­do una varia­da gama de emo­cio­nes en la carac­te­ri­za­ción de esta anti­he­roí­na moti­va a que Suzan­ne ins­pi­re un pro­fun­do sen­ti­mien­to de com­pa­sión; en tal sen­ti­do mere­ce men­cio­nar la emo­cio­nan­te esce­na en la que su padre y her­ma­na con­tem­plan el momen­to en que ella es sen­ten­cia­da a cum­plir una pena en prisión.

A pesar de su narra­ción no del todo estruc­tu­ra­da con algu­nos sal­tos en el tiem­po (por ejem­plo nada se sabe que suce­dió duran­te el perío­do trans­cu­rri­do des­de la niñez has­ta la ado­les­cen­cia de Suzan­ne) que le res­tan un poco de desa­rro­llo dra­má­ti­co, la rea­li­za­do­ra ofre­ce un film ambi­cio­so, humano, y de hon­da sen­si­bi­li­dad en la pin­tu­ra logra­da por sus per­so­na­jes, que a su vez se ven refor­za­das por las sóli­das pres­ta­cio­nes de su elen­co, des­ta­can­do –una vez más- la gra­vi­ta­ción que ejer­ce Fores­tier en el rol pro­ta­gó­ni­co. Jor­ge Gutman