Nue­va­men­te des­lum­bra Meryl Streep

FLO­REN­CE FOS­TER JEN­KINS. Gran Bre­ta­ña, 2016. Un film de Stephen Frears

Aun­que resul­ta­ría difí­cil pre­ci­sar quién fue o es la mejor soprano del mun­do, sin duda habrá una­ni­mi­dad en afir­mar que la peor de todos los tiem­pos ha sido Flo­ren­ce Fos­ter Jen­kins. Pue­de que ésa sea una de las razo­nes por las que su per­so­na­li­dad ha sido ya refle­ja­da en el tea­tro como en el cine (por par­te de Xavier Gian­no­li en Mar­gue­ri­te); es aho­ra el direc­tor bri­tá­ni­co Stephen Frears quien la abor­da en una atrac­ti­va tra­gi­co­me­dia que lle­va su nombre.

Lo que se con­tem­pla no es pre­ci­sa­men­te una bio­gra­fía de Flo­ren­ce sino más bien un muy buen retra­to de su per­so­na duran­te los últi­mos meses de su vida trans­cu­rri­da en Nue­va York en 1944. Con una pasión por la músi­ca y habien­do toma­do lec­cio­nes de can­to, se la ve mos­tran­do sus habi­li­da­des líri­cas a un públi­co que la sigue en el Club Ver­di ‑por ella fun­da­do y finan­cia­do-. A pesar de su poco sen­ti­do del rit­mo y un pési­mo oído musi­cal, la audien­cia se entu­sias­ma­ba con ella, posi­ble­men­te por su con­di­ción como filán­tro­pa de las artes y/o bien por el hila­ran­te entre­te­ni­mien­to que su des­afi­na­da ento­na­ción producía.

Meryl Streep y Hugh Grant

Meryl Streep y Hugh Grant

En el terreno artís­ti­co Flo­ren­ce (Meryl Streep) se encuen­tra res­pal­da­da por St.Clair Bay­field (Hugh Grant) quien como su mari­do y empre­sa­rio rea­li­za los máxi­mos esfuer­zos por real­zar las “vir­tu­des” voca­les de su espo­sa. Así no resul­ta extra­ño que, no habien­do pro­ble­mas finan­cie­ros de por medio por la for­tu­na que ella reci­bió como heren­cia, él con­tra­ta los ser­vi­cios de Car­lo Edwards (David Haig), direc­tor musi­cal del Metro­po­li­tan Ope­ra, para que la ayu­de a lograr el tono pre­ci­so den­tro del reper­to­rio ope­rís­ti­co por ella selec­cio­na­do que inclu­yen com­po­si­cio­nes de Mozart y Ver­di, entre otros. Simul­tá­nea­men­te, Bay­field tam­bién se preo­cu­pa en con­se­guir­le el pia­nis­ta que habrá de acom­pa­ñar­la en sus reci­ta­les; en tal sen­ti­do, el ele­gi­do es el joven Cos­mé McMoon (Simon Hel­berg) que en prin­ci­pio está feliz por haber logra­do un pues­to muy bien remunerado.

Como cabe espe­rar y tenien­do como pro­ta­go­nis­ta a la pro­di­gio­sa Streep, el públi­co real así como el de la fic­ción encuen­tra varios momen­tos de ple­na hila­ri­dad con la estre­pi­to­sa actua­ción de Flo­ren­ce don­de su horri­pi­lan­te voz lle­ga al paro­xis­mo cuan­do inter­pre­ta la céle­bre aria La Rei­na de la Noche de La Flau­ta Mági­ca de Mozart. Pero el tra­ta­mien­to que brin­da el rea­li­za­dor a este rela­to en base al guión de Nicho­las Mar­tin, es de res­pe­to y no de bur­la al des­cu­brir al paté­ti­co per­so­na­je protagónico.

Intere­san­te es cons­ta­tar, tal como real­men­te lo ha sido, que casi todo el mun­do era cons­cien­te de las nulas cali­fi­ca­cio­nes artís­ti­cas de Flo­ren­ce, sal­vo ella que esta­ba com­ple­ta­men­te con­ven­ci­da de que era una genial diva. Así, al haber asis­ti­do a un con­cier­to en el Car­ne­gie Hall de la céle­bre soprano Lily Pons diri­gi­da por el inmor­tal maes­tro Artu­ro Tos­ca­ni­ni (John Kava­nagh), Flo­ren­ce cree estar en con­di­cio­nes de emu­lar­la y es por eso que pre­sio­na a su mari­do para que orga­ni­ce un con­cier­to en ese pres­ti­gia­do audi­to­rio neo­yor­kino. A pesar de lo emba­ra­zo­so que resul­ta­ba para Bay­field satis­fa­cer sus deseos, él logra que el even­to se pro­duz­ca el 25 de octu­bre de 1944, un mes antes de su muerte.

Inter­ca­la­do con la his­to­ria narra­da, el rela­to ilus­tra la espe­cial rela­ción con­yu­gal ase­xua­da de Flo­ren­ce y Bay­field don­de él, a pesar de amar a su mujer, no tuvo pre­jui­cio alguno en man­te­ner una doble vida amo­ro­sa con su ami­ga Kath­leen (Rebe­ca Fer­gu­son). Que­da en el mis­te­rio saber si Flo­ren­ce tenía cono­ci­mien­to de ese vínculo.

El film que más se pare­ce a una fábu­la que a una his­to­ria real cuen­ta con tres actua­cio­nes remar­ca­bles. De Streep ya no exis­te sor­pre­sa algu­na en cons­ta­tar que cual­quier rol le vie­ne como ani­llo al dedo al estar dota­da de una ver­sa­ti­li­dad extra­or­di­na­ria; aquí des­cue­lla dan­do vida a una mujer que goza con su arte sin saber lo ridí­cu­la que resul­ta con su actua­ción y a su vez la actriz rea­li­za un esfuer­zo extra­or­di­na­ria­men­te logra­do para can­tar fal­sa­men­te sobre todo en las notas agu­das. Grant logra el mejor tra­ba­jo de su carre­ra como un hom­bre que lle­ga casi a enga­ñar­se a sí mis­mo para man­te­ner la fan­ta­sía de su espo­sa has­ta el pun­to de sobor­nar a un perio­dis­ta musi­cal (Chris­tian McKay) para que evi­te escri­bir una crí­ti­ca nega­ti­va sobre ella. La gran sor­pre­sa es la pres­ta­ción rea­li­za­da por Hel­berg como el pia­nis­ta acom­pa­ñan­te de Flo­ren­ce que debe hacer gran­des esfuer­zos para con­te­ner su risa mien­tras ella can­ta; sus expre­sio­nes facia­les cons­ti­tu­yen un nota­ble acierto.

Que­da como resul­ta­do una agri­dul­ce his­to­ria muy bien rela­ta­da que com­bi­na una come­dia reide­ra con la tra­ge­dia de una excén­tri­ca meló­ma­na que sin saber­lo vivió una vida de fic­ción.  Jor­ge Gutman