Espe­luz­nan­te Tragedia

HOTEL MUM­BAI Aus­tra­lia, 2018. Un film de Anthony Maras

La recons­truc­ción dra­má­ti­ca de una espe­luz­nan­te tra­ge­dia que a fina­les de noviem­bre de 2008, duran­te 4 días con­se­cu­ti­vos enlu­tó a la ciu­dad de Mum­bay con un sal­do de 164 muer­tos e innu­me­ra­bles heri­dos, está veraz­men­te ilus­tra­da en Hotel Mum­bai,

La vio­len­cia está entre noso­tros y el cine lo ha refle­ja­do en varias pelí­cu­las, como por ejem­plo en Uni­ted 93 (2006), retra­tan­do el secues­tro de un avión con pasa­je­ros a bor­do por par­te de terro­ris­tas islá­mi­cos, o bien enfo­can­do al supre­ma­cis­ta norue­go Anders Beh­ring Brei­vik en el film July 22 (2018), fecha que en 2011 su desen­fre­na­da locu­ra de ata­car a ino­cen­tes per­so­nas estre­me­ció al país nór­di­co. En este caso es el turno del novel direc­tor aus­tra­liano Anthony Maras quien en un guión escri­to con John Collee pre­sen­ta a cua­tro jóve­nes yiha­dis­tas (Aman­deep Singh, Suhail Nay­yar, Yash Tri­ve­di, Gau­rav Pas­wa­la) reci­bien­do pre­ci­sas ins­truc­cio­nes tele­fó­ni­cas de extre­mis­tas des­de Pakis­tán para ata­car a la ciu­dad de Mumbai.

Dev Patel

La acción comien­za con los terro­ris­tas ame­tra­llan­do al públi­co en una esta­ción ter­mi­nal ferro­via­ria ubi­ca­da al sur de la ciu­dad, para con­ti­nuar la matan­za en el Café Leo­pold y final­men­te des­ple­gar la furia ase­si­na en el lujo­so Taj Mahal Pala­ce Hotel. Antes de la embes­ti­da, el rela­to pre­sen­ta a algu­nos de sus hués­pe­des, enfo­can­do entre otros a una pare­ja de recién casa­dos (Armie Ham­mer, Naza­nin Bonia­di) con su bebé y la nana (Til­da Cobham-Her­vey) que lo cui­da, como así tam­bién a un hom­bre de nego­cios ruso (Jason Isaacs). Alre­de­dor de ellos se encuen­tran los miem­bros del hotel tra­tan­do de aga­sa­jar de la mejor mane­ra posi­ble a sus visi­tas, don­de entre ellos se des­ta­can un hones­to e ínte­gro emplea­do de coci­na (Dev Patel) y el exi­gen­te chef (Anu­pam Kher). Lo que pare­ce­ría cons­ti­tuir un pla­cen­te­ro paraí­so para des­can­sar y dis­fru­tar de las como­di­da­des por par­te de sus visi­tan­tes, al poco tiem­po se con­vier­te en un infierno dan­tes­co cuan­do arri­ban los criminales.

Repro­du­cien­do fiel­men­te la masa­cre acon­te­ci­da, don­de los ase­si­nos ame­tra­llan a tro­che y moche a quie­nes encuen­tran a su paso, el direc­tor no pue­de evi­tar que en un momen­to dado esa des­pia­da­da car­ni­ce­ría huma­na se con­vier­ta en un ver­da­de­ro sufri­mien­to para el espec­ta­dor ade­más de dejar­lo exhaus­to; eso es así por­que dejan­do de lado las situa­cio­nes anec­dó­ti­cas que se pre­sen­tan a tra­vés de sus per­so­na­jes, la pre­sen­cia de una vio­len­cia des­car­na­da moti­va a que su visión resul­te poco pla­cen­te­ra, agra­va­da aún más por su exce­si­va duración.

Téc­ni­ca­men­te esta pro­duc­ción es inob­je­ta­ble y sus acto­res res­pon­dan ade­cua­da­men­te a los reque­ri­mien­tos del libre­to. Sin embar­go, aun­que no haya sido su inten­ción, lo que Maras expo­ne aquí no con­tri­bu­ye a des­alen­tar el sen­ti­mien­to de isla­mo­fo­bia por par­te de aque­llas per­so­nas que injus­ta­men­te aso­cian al Islam con terro­ris­mo; en tal sen­ti­do y a modo de refle­xión bas­ta­ría tener en cuen­ta la tra­ge­dia cau­sa­da hace pocos días por un supre­ma­cis­ta ase­sino en una mez­qui­ta de Christ­church en Nue­va Zelandia.
Jor­ge Gutman