Una Obra Clá­si­ca de Racine

Cró­ni­ca de Jor­ge Gutman

BRI­TAN­NI­CUS. Autor: Jean Raci­ne – Tra­duc­ción: Mary­se War­da – Direc­ción y Dra­ma­tur­gia: Flo­rent Staud — Ase­so­ra­mien­to en Dra­ma­tur­gia: Evely­ne de la Che­ne­liè­re — Elen­co: Marc Béland, Syl­vie Dra­peau, Fran­cis Duchar­me, Maxim Gau­det­te, Marie-Fran­ce Lam­bert, Éric Robi­doux y Evely­ne Rom­pré – Esce­no­gra­fía: Romain Fabre — Ves­tua­rio: Jean-Daniel Vui­ller­moz – Ilu­mi­na­ción: Nico­las Des­co­teaux – Con­cep­ción Video: David B. Ricard — Con­cep­ción Sono­ra: Julien Éclan­cher — Maqui­lla­je: Flo­ren­ce Cor­net — Dura­ción: 1 hora y 55 minu­tos (sin entre­ac­to). Repre­sen­ta­cio­nes: Has­ta el 20 de abril de 2019 en el Théâ­tre du Nou­veau Mon­de (www.tnm.qc.ca)

Entre las pie­zas más cono­ci­das del dra­ma­tur­go fran­cés Jean Raci­ne (1633 – 1699) Bri­tan­ni­cus, su segun­da crea­ción lite­ra­ria escri­ta en 1669 con­ce­bi­da des­pués de Andro­ma­que, es la que más ha sido repre­sen­ta­da inter­na­cio­nal­men­te y que aho­ra el públi­co de Mon­treal tie­ne la opor­tu­ni­dad de juz­gar­la en el TNM.

Syl­vie Dra­peau y Fran­cis Duchar­me. (Foto: Yves Renaud)

Ins­pi­ra­do en la Roma Anti­gua, en esta obra maes­tra el autor bri­llan­te­men­te expo­ne las inmo­ra­li­da­des, mani­pu­la­cio­nes polí­ti­cas, des­leal­ta­des y las angus­tias inter­nas de sus per­so­na­jes que si bien trans­cu­rren en el pri­mer siglo de la era cris­tia­na sus pen­sa­mien­tos tie­nen una con­no­ta­ción contemporánea.

Es impor­tan­te des­ta­car que el mon­ta­je de esta pie­za pue­de dife­rir según sea la apro­xi­ma­ción del direc­tor escé­ni­co. Eso es impor­tan­te por­que, por ejem­plo, la pues­ta escé­ni­ca ofre­ci­da el año pasa­do por el direc­tor Stépha­ne Braunsch­weig para la Comé­die Fra­nçai­se que ha sido fil­ma­da y exhi­bi­da en Que­bec, difie­re del enfo­que que deci­dió impri­mir­le Flo­rent Staud para la actual pro­duc­ción. Sien­do él asi­mis­mo el autor de la adap­ta­ción rea­li­za­da, con el ase­so­ra­mien­to de Evely­ne de la Che­ne­liè­re, su pues­ta escé­ni­ca exi­ge del públi­co una con­si­de­ra­ble con­cen­tra­ción. Esto es así por­que ha deci­do recu­rrir a los ver­sos ale­jan­dri­nos emplea­dos por Raci­ne, los que median­te un len­gua­je poé­ti­co brin­dan una sin­gu­lar musi­ca­li­dad al oído; sin embar­go, se requie­re pres­tar máxi­ma aten­ción para poder absor­ber cada una de las pala­bras ver­ti­das con su doble sen­ti­do a fin de dis­fru­tar de la obra en su total dimen­sión. En con­se­cuen­cia, antes de su comien­zo, a tra­vés de un video el neó­fi­to espec­ta­dor pue­de leer los ante­ce­den­tes que pre­ce­den al desa­rro­llo de la acción.

Evely­ne Rom­pré y Éric Robi­doux. (Foto: Yves Renaud)

En una bre­ve sinop­sis se pue­de anti­ci­par que a la muer­te del empe­ra­dor Clau­dio, su viu­da Agri­pi­na des­car­ta de la suce­sión a su hijo adop­ti­vo Bri­tan­ni­cus ‑el legí­ti­mo here­de­ro- para colo­car en su lugar a Nerón, su hijo bio­ló­gi­co pro­duc­to de un matri­mo­nio ante­rior. A su pesar, cuan­do comien­za la pie­za Agripina,inquieta y alte­ra­da, sien­te que el poder que en algún momen­to pose­yó ha sido absor­bi­do por com­ple­to por el joven empe­ra­dor que tra­ta de des­em­ba­ra­zar­se de ella; a todo ello, por razo­nes sen­ti­men­ta­les uni­das a otras de con­te­ni­do polí­ti­co, Agri­pi­na no con­sien­te que Nerón haya rap­ta­do a Junie, la novia de su her­ma­nas­tro, por quien se sien­te atraí­do. Sin agre­gar más deta­lles, el rela­to desem­bo­ca­rá en tragedia.

Con una esce­no­gra­fía prác­ti­ca­men­te mini­ma­lis­ta ‑un sillón y una peque­ña mesa‑, y un ves­tua­rio moderno que de nin­gún modo lle­ga a afec­tar, con la adi­ción de una apro­pia­da ilu­mi­na­ción que se aso­cia a su natu­ra­le­za dra­má­ti­ca, el direc­tor ofre­ce aquí una visión atem­po­ral de la pie­za sin des­na­tu­ra­li­zar su esen­cia. Así, la intri­ga polí­ti­ca y pasión amo­ro­sa que se des­pren­de de la mis­ma, per­mi­te a Staud ofre­cer una muy bue­na explo­ra­ción psi­co­ló­gi­ca de sus per­so­na­jes refle­jan­do la com­ple­ji­dad y con­tra­dic­ción de la natu­ra­le­za huma­na en el ejer­ci­cio del poder.

El elen­co es remar­ca­ble don­de cada uno de los acto­res des­plie­ga una envi­dia­ble ener­gía para carac­te­ri­zar lo que su per­so­na­je les exi­ge. Syl­vie Dra­peau des­lum­bra refle­jan­do bra­vu­ra, rabia y des­en­can­to como la madre pose­si­va que pier­de el con­trol que solía man­te­ner sobre su hijo; en una de las vibran­tes esce­nas man­te­ni­da con Nerón ella logra trans­mi­tir el laten­te víncu­lo freu­diano que la une a él. Nerón encuen­tra en Fran­cis Duchar­me al intér­pre­te ideal quien uti­li­za su cruel­dad para afir­mar­se en el poder refle­jan­do al pro­pio tiem­po su vul­ne­ra­bi­li­dad lo que lo tor­na más humano. Sin ser la figu­ra pro­ta­gó­ni­ca como su títu­lo lo indi­ca­ría, Éric Robi­doux ofre­ce sen­si­bi­li­dad y ter­nu­ra tan­to en su rela­ción sen­ti­men­tal con su ama­da Junie como en el enfren­ta­mien­to con su rival her­ma­nas­tro tan­to en el plano román­ti­co como a nivel polí­ti­co. Por su par­te Evely­ne Rom­pré encar­na de mane­ra irre­pro­cha­ble a la dul­ce Junie quien ena­mo­ra­da de Bri­tan­ni­cus resis­te los avan­ces de Nerón. No menos impor­tan­te es la con­tri­bu­ción de Maxim Gau­det­te dan­do vida a Burrus, el devo­to con­se­je­ro de Nerón, y el apor­te de Marc Béland quien como Nar­cis­se, con­se­je­ro de Bri­tan­ni­cus, es el des­leal intri­gan­te que lo trai­cio­na. Final­men­te, aun­que en un papel menor, Marie-Fran­ce Lam­bert sale airo­sa como Albi­ne, la con­fi­den­te de Agri­pi­na a quien tra­ta de brin­dar­le su apoyo.

Que­da como resul­ta­do una enco­mia­ble pro­duc­ción que a la vez cons­ti­tu­ye un buen ejer­ci­cio inte­lec­tual para apre­ciar este clá­si­co escri­to hace tres siglos y medio cuyo con­te­ni­do adquie­re en la actua­li­dad reso­nan­cia universal.