Pros­ti­tu­ción Juvenil

NOÉ­MIE DIT OUI. Cana­dá, 2022. Un film escri­to y diri­gi­do por Gene­viè­ve Albert. 113 minutos.

La ven­ta del cuer­po a per­so­nas adul­tas como acti­vi­dad habi­tual con­fi­gu­ra lo que se cono­ce como la pro­fe­sión más anti­gua del mun­do. Con todo, más cues­tio­na­ble lo es si chi­cas que tran­si­tan el perío­do de la ado­les­cen­cia, se pros­ti­tu­yen para estar al ser­vi­cio de des­pre­cia­bles explo­ta­do­res que las uti­li­zan para obte­ner un bene­fi­cio pecu­nia­rio. La novel rea­li­za­do­ra Gene­viè­ve Albert quien des­de hace tiem­po está intere­sa­da en la pros­ti­tu­ción juve­nil deci­dió abor­dar este urti­can­te tópi­co en Noé­mie dit oui con resul­ta­dos alta­men­te satisfactorios.

Kelly Depeault y James Edward Métayer

La acción se desa­rro­lla en Mon­treal y en la pri­me­ra esce­na se con­tem­pla a Noé­mie (Kelly Depeault) de 15 años resi­dien­do en un cen­tro juve­nil; aun­que se igno­ra des­de cuán­do esta ahí, lo que sí se obser­va es que se encuen­tra a dis­gus­to, expre­san­do su males­tar a tra­vés de ges­tos poco ami­ga­bles con algu­nas de sus com­pa­ñe­ras. Cuan­do todo pare­cía indi­car que pron­to deja­ría el lugar, su madre en una audien­cia judi­cial mani­fies­ta a la jue­za actuan­te que no está en con­di­cio­nes de reci­bir a su hija.

Deses­pe­ra­da­men­te y des­pro­vis­ta del afec­to de su pro­ge­ni­to­ra, Noé­mie huye de la resi­den­cia para unir­se a su ami­ga Léa (Emi Chi­coi­ne) quien habi­tó en ese cen­tro; de allí en más se vin­cu­la sen­ti­men­tal­men­te con Zach (James Edward Méta­yer), un joven caris­má­ti­co que tra­ta de con­ven­cer­la para que actúe de cor­te­sa­na y con el dine­ro obte­ni­do poder en un futu­ro pró­xi­mo vivir jun­tos libre­men­te. Bien reluc­tan­te al prin­ci­pio de acep­tar la tarea, Noé­mie final­men­te es per­sua­di­da y dis­pues­ta a tra­ba­jar como tal en el fin de sema­na en que el Gran Pre­mio de Fór­mu­la 1 tie­ne lugar en Montreal.

Lo que pro­si­gue es el vía cru­cis atra­ve­sa­do por esta joven en el hotel en que se encuen­tra reci­bien­do a suce­si­vos hom­bres de dife­ren­tes orí­ge­nes, sedien­tos de sexo. Con gran sobrie­dad y sin sen­sa­cio­na­lis­mo alguno Albert cui­da que los encuen­tros ínti­mos man­te­ni­dos sean míni­ma­men­te ilus­tra­dos, evi­tan­do expo­ner grá­fi­ca­men­te a Noé­mie; lo que en cam­bia sí se ilus­tra es su ros­tro tris­te, angus­tia­do y alta­men­te peno­so al tener que some­ter su cuer­po e inclu­so su boca al sexo oral deman­da­do por los clien­tes de turno; lo más humi­llan­te resul­ta cuan­do en una esce­na se ve obli­ga­da a reci­bir a dos hom­bres al mis­mo tiem­po y en otra a un padre ‑con quien ya había man­te­ni­do sexo- retor­nan­do con su hijo de 18 años para que debu­te con ella.

Según lo mani­fes­ta­do a la pren­sa, al pre­pa­rar su film Albert entró en con­tac­to con jóve­nes pros­ti­tu­tas e inclu­so con un joven pro­xe­ne­ta para invo­lu­crar­se mejor en dicho mun­do. Cier­ta­men­te lo logró por­que esta pelí­cu­la rebo­sa com­ple­ta auten­ti­ci­dad y en cier­tos momen­tos la audien­cia pare­ce­ría estar con­tem­plan­do un docu­men­tal sobre esta materia.

Si bien cabe apre­ciar la madu­rez que refle­ja la direc­to­ra en su ópe­ra pri­ma, ella encon­tró en Depeault a una estu­pen­da actriz quien car­gan­do todo el peso del rela­to en cuer­po y alma se ha vol­ca­do ínte­gra­men­te para brin­dar a su per­so­na­je los dife­ren­tes mati­ces emo­cio­na­les que la envuel­ven; con gran sen­si­bi­li­dad ella trans­mi­te la cri­sis de iden­ti­dad de la ado­les­cen­te que en pro­cu­ra del amor que estu­vo ausen­te en su vida, equi­vo­ca­da­men­te cree haber encon­tra­do en el pro­xe­ne­ta de Zach su alma gemela.

En los cré­di­tos fina­les se lee que Le Con­seil du sta­tu de la fem­me del gobierno de Que­bec indi­ca que la edad pro­me­dio de incor­po­ra­ción a la pros­ti­tu­ción en Cana­dá es entre los 14 y 15 años. En todo caso, más allá de ese dato esta­dís­ti­co, lo cier­to es que denun­cian­do ese tre­men­do dra­ma social, Albert logró un film duro, incon­for­ta­ble y alta­men­te per­tur­ba­dor que hon­da­men­te sen­si­bi­li­za al espec­ta­dor. Jor­ge Gutman