Adiós a Indiana

INDIA­NA JONES AND THE DIAL OF DES­TINY. Esta­dos Uni­dos, 2023. Un film de James Man­gold. 154 minutos

No hay nada que dure eter­na­men­te y eso lo prue­ba el quin­to y últi­mo capí­tu­lo de la popu­lar saga India­na Jones crea­da por el rea­li­za­dor ame­ri­cano Geor­ge Lucas y con­for­ma­da por varias pelí­cu­las que tuvie­ron como direc­tor al remar­ca­ble Ste­ven Spiel­berg. Es aho­ra que 42 años des­pués de su ini­cio con Rai­ders of the Lost Ark se asis­te a la des­pe­di­da del que­ri­ble arqueó­lo­go y aven­tu­re­ro India­na Jones. Natu­ral­men­te, el emble­má­ti­co per­so­na­je sigue sien­do carac­te­ri­za­do por el nota­ble octo­ge­na­rio actor Harri­son Ford y en tal sen­ti­do esta his­to­ria final es un doble home­na­je hacia India­na como así tam­bién a quien lo ha mag­ní­fi­ca­men­te caracterizado.

Harri­son Ford

En esta secue­la es James Man­gold quien se ocu­pa de diri­gir­la y lo pri­me­ro que se cons­ta­ta es que la impron­ta de Spiel­berg ha des­apa­re­ci­do. Si bien Man­gold es un buen rea­li­za­dor que tie­ne en su haber exi­to­sos títu­los como lo han sido entre otros 3:10 to Yuma (2007), Logan (2017) y Ford V Ferrary (2019), aquí se limi­ta a apli­car los típi­cos ingre­dien­tes de un rela­to de aven­tu­ras pero sin la magia, fres­cu­ra o bri­llo brin­da­do por Spielberg.

The Dial of Des­tiny comien­za con un pró­lo­go de 20 minu­tos de dura­ción que se desa­rro­lla en Ale­ma­nia en 1944 con el Ter­cer Reich a pun­to de des­mo­ro­nar­se; en ese ámbi­to, median­te efec­tos espe­cia­les se apre­cia a nues­tro héroe reju­ve­ne­ci­do lidian­do con Júr­gen Voller (Mads Mik­kel­sen), un nefas­to cien­tí­fi­co nazi. Al haber encon­tra­do par­te de la anti­ci­te­ra, un arte­fac­to que había sido con­ce­bi­do por el mate­má­ti­co y filó­so­fo grie­go Arquí­me­des quien vivió tres siglos antes de la era cris­tia­na; todo indi­ca que ese dial es un engra­na­je pode­ro­so que per­mi­ti­rá con­tro­lar el espa­cio y el tiem­po para quien lo posea, con­vir­tién­do­se por lo tan­to en due­ño del mun­do, sin embar­go en manos de Voller y sus secua­ces, eso resul­ta­ría extre­ma­da­men­te peligroso.

De inme­dia­to el guión del cineas­ta escri­to con Jez But­ter­worth, John-Henry But­ter­worth y David Koepp, tras­la­da la acción a New York en 1969 don­de obser­va­mos a India­na en su hogar, un tan­to can­sa­do y ape­sa­dum­bra­do al tener que acce­der al divor­cio soli­ci­ta­do por su que­ri­da espo­sa Marion (Karen Allen). Dis­pues­to a jubi­lar­se él se apres­ta a dic­tar su últi­ma cla­se de pro­fe­sor uni­ver­si­ta­rio y es en el aula que se reen­cuen­tra con su ahi­ja­da Hele­na, (Phoe­be Waller-Brid­ge), una arqueó­lo­ga a quien no había vis­to por lar­go tiem­po y que es la hija de su difun­to cola­bo­ra­dor arqueó­lo­go Basil Shaw (Toby Jones). El hecho es que esta diná­mi­ca joven lo indu­ce a que le ayu­de a lograr las dos par­tes de la anti­ci­te­ra en don­de tam­bién par­ti­ci­pa­rá su sim­pá­ti­co huér­fano com­pin­che Teddy (Ethann Isi­do­re). Cla­ro está que en esa misión Jones ten­drá que vér­se­la nue­va­men­te con su impla­ca­ble enemi­go Voller quien con nom­bre cam­bia­do es aho­ra un fun­cio­na­rio del gobierno ame­ri­cano tra­ba­jan­do en el pro­gra­ma espa­cial de la Nasa; él tam­bién está suma­men­te intere­sa­do en adue­ñar­se del pode­ro­so dis­po­si­ti­vo y por lo tan­to a par­tir de allí una lucha sin res­pi­ro se gene­ra entre ambos.

Con intré­pi­das esce­nas de acción, en don­de en una de las mis­mas India­na mon­ta­do a caba­llo se sumer­ge en los túne­les del metro sub­te­rrá­neo neo­yor­kino, él jun­to a Hele­na y Teddy via­ja­rán a Casa­blan­ca, Tán­ger, Gre­cia y Sici­lia para loca­li­zar la par­te fal­tan­te del valio­so dial en tan­to que Voller y sus laca­yos esta­rán per­si­guién­do­les a más no poder. Enfren­tan­do des­agra­da­bles insec­tos, algu­nos mons­truos sub­ma­ri­nos y peli­gro­sos via­jes aéreos, la tra­ve­sía de India­na y Helen adqui­ri­rá inusual vértigo.

Glo­bal­men­te con­si­de­ra­do, este film que ado­le­ce de incon­sis­ten­cias del guión se pue­de ver aun­que de modo alguno pue­de com­pa­rar­se a los pri­me­ros 3 capí­tu­los de esta fran­qui­cia. Su exce­si­va dura­ción moti­va a que en cier­tas ins­tan­cias la acción des­ple­ga­da ter­mi­ne fati­gan­do. Hay pocos momen­tos en que el rela­to se vuel­ve más ínti­mo; es así que hay refe­ren­cias a la infan­cia de Hele­na, el dolor expe­ri­men­ta­do por India­na por la muer­te de su hijo en Viet­nam, o bien el enfren­ta­mien­to man­te­ni­do con su padre, pero eso no alcan­za a que el film esca­pe de su razón de ser en don­de en gran par­te pue­de asi­mi­lar­se a los rela­tos de super héroes. Otro aspec­to a remar­car es el uso exce­si­vo de la compu­tación digi­tal para lograr esce­nas des­ca­be­lla­das que de nin­gún modo podrían físi­ca­men­te apli­car­se en la realidad.

Con una direc­ción correc­ta de Man­gold, aun­que sin apor­tar nada nue­vo a lo ya cono­ci­do, y una actua­ción en líneas gene­ra­les sóli­da, sobre todo la de la entu­sias­ta Waller-Brid­ge, la razón que jus­ti­fi­ca este capí­tu­lo final es la pre­se­nia de Ford des­pi­dién­do­se de India­na. El vete­rano actor trans­mi­te muy bien el sen­ti­mien­to que ani­ma a su vejez con su sole­dad, des­con­cier­to y cier­ta ter­nu­ra en su ros­tro echan­do una mira­da nos­tál­gi­ca al brío osten­ta­do por Jones en sus años de com­ple­ta plenitud.
Jor­ge Gutman