El Popu­lar Héroe de Historieta

SPI­DER-MAN

Cele­bran­do el cen­te­na­rio de Colum­bia Pic­tu­res se repon­drá en las salas de cine Spi­der-Man y sus dos secue­las, así como la serie reini­cia­da pos­te­rior­men­te en 2012.

El film ori­gi­nal de 2002, así como todos los que lo han suce­di­do, está basa­do en el famo­so super héroe con­ce­bi­do en 1962 en la his­to­rie­ta de Stan Lee y Ste­ven Ditko.

Tobey Magui­re

Esta es la his­to­ria del ado­les­cen­te Peter Par­ker (Tobey Magui­re), quien que­dó huér­fano a tem­pra­na edad y ha sido cui­da­do y cria­do por sus tíos Ben (Cliff Rober­tson) y Mary (Rose­mary Harris) que lo ado­ran. Vivien­do en Queens, New York, es un ávi­do estu­dian­te ade­más de desem­pe­ñar­se como fotó­gra­fo para un dia­rio esco­lar como acti­vi­dad extra curri­cu­lar. Un buen día, en una visi­ta de la escue­la a un labo­ra­to­rio ofre­cien­do una demos­tra­ción cien­tí­fi­ca sobre las carac­te­rís­ti­cas de algu­nas espe­cies de arác­ni­dos, una ara­ña que ha sido mani­pu­la­da gené­ti­ca­men­te pica la mano de Peter y poco des­pués él com­prue­ba que el efec­to de la pica­du­ra le dota de pode­res inusua­les; es así que es due­ño de una fuer­za y extra­or­di­na­ria agi­li­dad que le per­mi­te des­pla­zar­se asom­bro­sa­men­te como una ara­ña, sal­van­do los esco­llos de las altu­ras. Con­ver­ti­do en “hom­bre ara­ña” uti­li­za su poder para lograr incre­men­tar sus ingre­sos a tra­vés de su par­ti­ci­pa­ción en un com­ba­te de lucha„ como tam­bién le per­mi­te defen­der­se de algu­nos com­pa­ñe­ros pen­den­cie­ros de su cole­gio. Intere­san­te com­pro­bar la meta­mor­fo­sis de Peter cuan­do este joven corrien­te y nor­mal se trans­for­ma en el sor­pren­den­te Hom­bre Araña.

Ade­más de los satis­fac­to­rios ingre­dien­tes de acción y aven­tu­ra que ani­man al rela­to, la his­to­ria adquie­re asi­mis­mo un cariz román­ti­co en la medi­da que Peter sus­pi­ran­do por su her­mo­sa veci­na Mary Jane (Kirs­ten Dunst) lle­ga­rá a con­quis­tar­la cuan­do la sal­va de un peli­gro­so trance.

Ade­más de la diná­mi­ca rea­li­za­ción de Sam Rai­mi, es des­ta­ca­ble la sóli­da actua­ción de Tobey Magui­re quien logra que el espec­ta­dor empa­ti­ce con Peter; a su lado Kirs­ten Dunst carac­te­ri­za con ple­na con­vic­ción a Mary Jane brin­dan­do sim­pa­tía y viva­ci­dad a su personaje..

Entre otros artis­tas del satis­fac­to­rio elen­co par­ti­ci­pan Willem Dafoe, Bru­ce Camp­bell, Lucy Law­less, James Fran­co, Ted Rai­mi, Michael Papa­john, Bill Nunn, J.K. Sim­mons y Eli­za­beth Banks.

La exhi­bi­ción de Spi­der-Man se efec­tua­rá el 15 de abril de 2024 en nume­ro­sas salas cana­dien­ses de Cine­plex.

Un Agra­da­ble Film Animado

SHREK 2

A 20 años de su estreno el públi­co podrá nue­va­men­te apre­ciar en la pan­ta­lla gran­de la repo­si­ción de Shrek 2, el agra­da­ble film de animación.

Aun­que esta pro­duc­ción de 2004 es la con­ti­nua­ción de su pri­mer seg­men­to rea­li­za­do tres años antes, lo cier­to es que uno vuel­ve a rego­ci­jar­se con las aven­tu­ras y des­ven­tu­ras del ogro más cari­ño­so que el cine haya brindado.

El rela­to comien­za don­de otros cuen­tos de hadas ter­mi­nan. De retorno al hogar des­pués de su luna de miel, Shrek y la Prin­ce­sa Fio­na reci­ben la invi­ta­ción de los padres de Fio­na para visi­tar­los al Rei­na­do del Muy Muy Lejos. Todo está pre­pa­ra­do para una recep­ción apo­teó­ti­ca.. Cla­ro está que los reyes esta­ban lejos de ima­gi­nar que su hija trans­for­ma­da en una por­ci­na corrien­te lle­ga­ría a casar­se nada menos que con un ogro. Es allí don­de el film intro­du­ce nue­vos per­so­na­jes a la his­to­ria, entre otros, la apa­ri­ción del hada madri­na, la de su hijo el Prín­ci­pe Encan­ta­dor y la del Gato con Botas que se espe­cia­li­za en ase­si­nar ogros. El diver­ti­do guión ilus­tra el com­plot del hada para eli­mi­nar a Shrek del camino a fin de que su gallar­do hijo pue­da casar­se con Fio­na. Varias com­pli­ca­cio­nes sur­gi­rán en el camino pero como es de supo­ner la san­gre jamás lle­ga­rá al río.

Las voces que dan vida a los per­so­na­jes son mara­vi­llo­sas. Mike Myers como Shrek, Eddie Murphy en un bue­na­zo aun­que entro­me­ti­do asno, Rupert Eve­rett ani­man­do al vani­do­so prín­ci­pe, Julie Andrews como la rei­na y Jen­ni­fer Saun­ders en la voz de la malé­vo­la hada madri­na están irre­pro­cha­bles, aun­que si uno tuvie­ra que cali­fi­car a la mejor de todas ellas sin duda que Anto­nio Ban­de­ras sería el gran gana­dor pres­tan­do su tim­bre espe­cial al mer­ce­na­rio Gato con Botas.

Con un mar­ca­do sen­ti­do del rit­mo y dota­do de exce­len­te humor, el trío de direc­to­res con­for­ma­do por Andrew Adam­son, Kelly Asbury y Con­rad Ver­non han logra­do una deli­cio­sa fábula.capaz de encan­tar tan­to a la pobla­ción menu­da como a los espec­ta­do­res adultos.

La repo­si­ción de Shrek 2 se efec­tua­rá en las salas de Cine­plex a par­tir del 12 de abril de 2024.

Visi­ta a Washing­ton, La Ciu­dad de Renom­bre Mundial

Cró­ni­ca de José Ridoutt Polar

Gra­cias a la gen­ti­le­za de Des­ti­na­tion DC, pudi­mos visi­tar Washing­ton DC.

Ciu­dad de polí­ti­ca y poder. Ciu­dad de intri­ga, pasión e his­to­ria. Museos y monu­men­tos de renom­bre mun­dial, amplias ave­ni­das, vas­tos espa­cios ver­des y una arqui­tec­tu­ra impre­sio­nan­te se com­bi­nan para hacer de esta una de las ciu­da­des más bellas, cau­ti­va­do­ras y emo­cio­nan­tes del mun­do. La capi­tal fede­ral de Esta­dos Uni­dos tie­ne la par­ti­cu­la­ri­dad de que se pue­de dis­fru­tar a pleno sin ero­gar un dólar en sus par­ques y museos o con­cier­tos al aire libre.

Músi­ca en el Second World War Memo­rial. (Foto: Sil­via Vale­ria Cárdenas)

Lle­na de sím­bo­los monu­men­ta­les y museos intere­san­tes. Washing­ton es ade­más, uno de los mayo­res cen­tros polí­ti­cos del pla­ne­ta, con todo lo que esto con­lle­va, y una ciu­dad enor­me­men­te diná­mi­ca. Los turis­tas sue­len dedi­car todo el día a visi­tar sus nume­ro­sos museos y duran­te la tar­de y la noche a bus­car el lugar don­de tomar una cer­ve­za o cenar en barrios muy animados.

Un paseo por el Natio­nal Mall

Inclu­so los habi­tan­tes de Washing­ton, cuya vida dia­ria rara vez los lle­va al Natio­nal Mall, con­si­de­ran este mag­ní­fi­co par­que como el cora­zón de la ciu­dad. Tal como lo visua­li­zó Pie­rre Char­les L’En­fant en su plan ori­gi­nal para Washing­ton, DC, se extien­de 4 km des­de el Capi­to­lio has­ta el río Poto­mac, un poco más allá del Monu­men­to a Lin­coln. Al lado y cer­ca se encuen­tran sím­bo­los cla­ve de la ciu­dad y la nación: monu­men­tos a los sufri­mien­tos y triun­fos del pasa­do, los luga­res de tra­ba­jo del gobierno fede­ral y los museos Smith­so­nian. El Natio­nal Mall tam­bién sir­ve como pla­za públi­ca nacio­nal: se lle­na al máxi­mo para los des­lum­bran­tes fue­gos arti­fi­cia­les del 4 de julio y se lle­na a dia­rio con gen­te local para correr, pasear o sim­ple­men­te dis­fru­tar de las extra­or­di­na­rias vistas.

El Natio­nal Mall es la pri­me­ra para­da impres­cin­di­ble de nues­tro reco­rri­do. Hay quien lla­ma al Mall “el jar­dín delan­te­ro de EE UU”. Y se com­pren­de al ver el ver­de cés­ped que se extien­de des­de el Capi­to­lio has­ta el Lin­coln Memo­rial y que con­for­ma el gran espa­cio públi­co del país; ese es, el lugar don­de se acu­de tan­to para pro­tes­tar con­tra el Gobierno como a inyec­tar­se una dosis de orgu­llo patrio, pues aquí están los sacro­san­tos sím­bo­los, plas­ma­dos en már­mol y pie­dra, que dan for­ma al idea­rio patrió­ti­co esta­dou­ni­den­se. En el Mall se encuen­tran la mayo­ría de los museos y gran­des monu­men­tos de la ciudad.

Vis­ta de Reflec­ting Pool y el obe­lis­co del Washing­ton Memo­rial. (Foto: Sil­via Vale­ria Cárdenas)

En un día se pue­de ver bas­tan­te, aun­que será una lar­ga jor­na­da total­men­te recom­pen­sa­da. Se sue­le empe­zar en el Viet­nam Vete­rans Memo­rial y se sigue en direc­ción con­tra­ria a las agu­jas del reloj, con el inol­vi­da­ble Lin­coln Memo­rial, el entra­ña­ble Mar­tin Luther King Jr. Memo­rial y el obe­lis­co del Washing­ton Monu­ment. Hacia el oes­te se pue­den apre­ciar otros monu­men­tos tales como los dedi­ca­dos a los caí­dos en la Gue­rra de Corea o la II Gue­rra Mun­dial.

Viet­nam Vete­rans Memo­rial. (Foto: Sil­via Vale­ria Cárdenas)

El extre­mo occi­den­tal del Natio­nal Mall está pre­si­di­do por el Lin­coln Memo­rial, un edi­fi­cio de esti­lo neo­clá­si­co dedi­ca­do al pre­si­den­te Abraham Lin­coln, cuya esta­tua con­tem­pla sere­na­men­te las aguas del estan­que Reflec­ting Pool tras una colum­na­ta dóri­ca. El Washing­ton Monu­ment, de 169 metros, es el edi­fi­cio más alto de la ciu­dad. Se tar­dó tan­to en cons­truir­lo que la can­te­ra de már­mol ori­gi­nal se ago­tó: a un ter­cio de altu­ra se obser­va el cam­bio de color entre la pie­dra nue­va y la vie­ja. Otro memo­rial que se visi­ta gra­tui­ta­men­te es el dedi­ca­do a Mar­tin Luther King Jr., el monu­men­to más recien­te del Mall, inau­gu­ra­do en 2011.

Smith­so­nian: arte y cien­cia a lo grande

Alre­de­dor del Mall están los museos del Smith­so­nian que hacen una fabu­lo­sa labor edu­ca­ti­va mos­tran­do muchos de los teso­ros cul­tu­ra­les y cien­tí­fi­cos de EE UU. Se pue­de comen­zar en el Smith­so­nian Castle, un edi­fi­cio de are­nis­ca roja con torreo­nes cons­trui­do a media­dos del siglo XIX que alber­ga el cen­tro de visi­tan­tes y aco­ge expo­si­cio­nes sobre his­to­ria, ade­más de mos­trar infor­ma­ción sobre la ins­ti­tu­ción en pan­ta­llas tác­ti­les en varios idio­mas. Allí está tam­bién la tum­ba de James Smith­son, el excén­tri­co inglés que en 1826 donó el dine­ro con el que se creó el ins­ti­tu­to que lle­va su nombre.

Uno de los más visi­ta­dos es el Museo Nacio­nal de His­to­ria Natu­ral. Tras salu­dar a Henry, el enor­me ele­fan­te afri­cano que vigi­la la roton­da, hay que subir al segun­do piso a ver el dia­man­te Hope (Espe­ran­za). Sus 45,52 qui­la­tes arras­tran una fama de mal­di­tis­mo sobre sus suce­si­vos pro­pie­ta­rios, entre los que se cuen­ta la rei­na fran­ce­sa María Anto­nie­ta, deca­pi­ta­da en la gui­llo­ti­na. Tam­bién hay dino­sau­rios, cala­ma­res gigan­tes, tarán­tu­las… un paraí­so para aman­tes de las cien­cias natu­ra­les y los niños curiosos.

Para quie­nes pre­fie­ran la his­to­ria y empa­par­se de la cul­tu­ra ame­ri­ca­na, el Natio­nal Museum of Ame­ri­can His­tory expo­ne todo tipo de obje­tos del uni­ver­so esta­dou­ni­den­se, con una ban­de­ra como pie­za este­lar: es la mis­ma que ondeó en el fuer­te McHenry de Bal­ti­mo­re duran­te la gue­rra de inde­pen­den­cia de 1812 y en la que se ins­pi­ró el himno nacio­nal Barras y estre­llas.

Los aman­tes del arte tie­nen otra visi­ta impres­cin­di­ble y gra­tui­ta: la Natio­nal Gallery of Art, con una ingen­te colec­ción que abar­ca des­de la Edad Media has­ta la actua­li­dad, y su vecino jar­dín de escul­tu­ras. Lo más prác­ti­co es ir direc­ta­men­te a la gale­ría 6 a ver el úni­co cua­dro de Leo­nar­do da Vin­ci en el hemis­fe­rio occi­den­tal. En el exte­rior podre­mos pasear entre las capri­cho­sas escul­tu­ras de Miró, Cal­der y Lich­tens­tein, o fijar­nos en el dise­ño del edi­fi­cio este, del arqui­tec­to Leoh Ming Pei, que con­tie­ne arte moderno a lo gran­de, con obras de Picas­so, Mati­lles y Pollock.

El Natio­nal Air and Spa­ce Museum es otro de los luga­res más visi­ta­dos del Smith­so­nian. Solo un vis­ta­zo ya impre­sio­na. La sala cen­tral de Hitos de Vue­lo del museo, los impo­nen­tes misi­les nuclea­res Pershing-II de EE. UU. y SS-20 sovié­ti­cos, se encuen­tra jun­to a la popu­lar esta­ción de rocas luna­res, don­de los visi­tan­tes pue­den tocar una mues­tra lunar adqui­ri­da en la misión Apo­lo 17 de 1972. Entre los avio­nes que cuel­gan del techo está el Spi­rit of St. Louis —el aero­plano con el que el pilo­to Char­les Lind­bergh cru­zó el Atlán­ti­co en el pri­mer vue­lo en soli­ta­rio sin esca­las de Nue­va York a París en mayo de 1927— y el reac­tor Bell X‑1c con el que Chuck Yea­ger rom­pió por pri­me­ra vez la barre­ra del soni­do. Las expo­si­cio­nes per­ma­nen­tes del museo deta­llan la his­to­ria de la avia­ción a reac­ción, los via­jes espa­cia­les y las comu­ni­ca­cio­nes por saté­li­te. Hay una sala IMAX, un pla­ne­ta­rio, simu­la­do­res de vue­lo… una visi­ta lle­na de emo­cio­nes para niños y toda la familia.

El Capi­to­lio y los cen­tros del poder

Hay pocos sitios en el mun­do tan reco­no­ci­bles uni­ver­sal­men­te como el Capi­to­lio, omni­pre­sen­te en pelí­cu­las y series. El cen­tro geo­grá­fi­co y legis­la­ti­vo de Washing­ton sor­pren­de por ser un barrio resi­den­cial de casas ado­sa­das. Esta enor­me zona alber­ga luga­res tan sig­ni­fi­ca­ti­vos como la Biblio­te­ca del Con­gre­so o el Holo­caust Memo­rial Museum.

Gra­tis son tam­bién las visi­tas guia­das al Capi­to­lio, aun­que las entra­das son limi­ta­das, así que es mejor reser­var­las onli­ne. Des­de 1800, este es el lugar don­de el Con­gre­so se reúne para redac­tar las leyes del país. Duran­te una hora los guías ense­ñan los ante­ce­den­tes com­ple­tos de un edi­fi­cio lleno de his­to­ria. Para ver una sesión ple­na­ria es nece­sa­rio un pase dis­tin­to: los ciu­da­da­nos esta­dou­ni­den­ses lo pue­den pedir a sus repre­sen­tan­tes, pero los extran­je­ros deben pedir­lo allí mis­mo mos­tran­do su pasaporte.

Tam­bién está abier­ta gra­tui­ta­men­te la Biblio­te­ca del Con­gre­so, la mayor del mun­do, con 164 millo­nes de libros, manus­cri­tos, mapas, fotos, pelí­cu­las y otros muchos artícu­los, un lugar asom­bro­so, tan­to por sus dimen­sio­nes como por su dise­ño. El cen­tro de todo es el Jef­fer­son Buil­ding, pero son impre­sio­nan­tes tam­bién el Great Hall, deco­ra­do con vidrie­ras, már­mol y mosai­cos, la Biblia de Guten­berg (1455), la biblio­te­ca de Tho­mas Jef­fer­son y el mira­dor de la sala de lectura.

Otra biblio­te­ca de visi­ta gra­tui­ta es la Fol­ger Sha­kes­pea­re Library, don­de se con­ser­va la mayor colec­ción de libros de Sha­kes­pea­re del mun­do. Se pue­de pasear por el Great Hall para ver pin­tu­ras, gra­ba­dos y manus­cri­tos isa­be­li­nos o aso­mar­se a un evo­ca­dor tea­tro, répli­ca del Glo­be Thea­tre de Lon­dres, que por la noche ofre­ce representaciones.

La Casa Blan­ca don­de el pre­si­den­te esta­dou­ni­den­se resi­de, com­par­te espa­cio en el cen­tro del barrio con otras ins­ti­tu­cio­nes como el Depar­ta­men­to de Esta­do y el Ban­co Mun­dial, que están muy cer­ca. De día esta es una zona de nego­cios y de noche es reco­men­da­ble dar un sal­to al Ken­nedy Cen­ter, un espa­cio de artes escé­ni­cas muy con­cu­rri­do. No per­der­se la exhi­bi­ción inmer­si­va del Pre­si­den­te John F. Kennedy.

Si se tie­ne la suer­te de con­se­guir entra­das para la Casa Blan­ca, se podrá pasear por varias salas de la resi­den­cia prin­ci­pal, todas reple­tas de leyen­das presidenciales.

Y que­da toda­vía por ver la fábri­ca de mone­da: el Bureau of Engra­ving and Prin­ting es don­de se dise­ña e impri­me el papel mone­da de EE UU. Hay visi­tas guia­das de 40 minu­tos para ver la plan­ta baja, de don­de salen de las pren­sas millo­nes de dólares.

Geor­ge­town

Geor­ge­town es el barrio más aris­to­crá­ti­co, don­de viven estu­dian­tes de las uni­ver­si­da­des de éli­te, aca­dé­mi­cos en sus torres de mar­fil y diplo­má­ti­cos. En con­so­nan­cia, las calles están lle­nas de tien­das ele­gan­tes. Tam­bién rin­co­nes que todos tene­mos muy pre­sen­tes, como las esca­le­ras de El exor­cis­ta, unas empi­na­das esca­le­ras de pie­dra que son famo­sas por ser el lugar don­de el padre Karras, poseí­do por el demo­nio, mue­re tras bajar rodan­do por ellas en la pelí­cu­la de terror de William Friedkin.

Geor­ge­town Uni­ver­sity. (Foto: Sil­via Vale­ria Cárdenas)

Pero el sím­bo­lo de todo es la Uni­ver­si­dad, una de las más pres­ti­gio­sas del país, fun­da­da en 1789. Aquí han estu­dia­do Bill Clin­ton, muchos miem­bros de la reale­za de todo el mun­do y jefes de Esta­do inter­na­cio­na­les. Impre­sio­na espe­cial­men­te el Healy Hall, con su aire medie­val y su alta torre del reloj con aires de Hogwarts.

Cru­zan­do el río 

Téc­ni­ca­men­te, en la ori­lla oes­te del Poto­mac ya no esta­mos en Washing­ton D. C., sino en Vir­gi­nia, aun­que en reali­dad allí es don­de se encuen­tran algu­nas de las atrac­cio­nes más impre­sio­nan­tes y visi­ta­das de Washing­ton, como el Cemen­te­rio Nacio­nal de Arling­ton, don­de des­can­san 400.000 mili­ta­res y sus fami­lia­res. Aquí hay muer­tos de todas las gue­rras en las que ha par­ti­ci­pa­do EE UU des­de la de la Independencia.

Hay que des­ta­car que la tum­ba más visi­ta­da es la del Pre­si­den­te John F. Ken­nedy. La lla­ma eter­na jun­to a la tum­ba del pre­si­den­te ase­si­na­do fue encen­di­da por la enton­ces pri­me­ra dama Jac­que­li­ne Ken­nedy el día de su funeral.

Ubi­ca­do fue­ra del Cemen­te­rio de Arling­ton se encuen­tra la famo­sa esta­tua de Mari­nes de EE. UU. cono­ci­do como Iwo Jima Memo­rial. Repre­sen­ta a los seis sol­da­dos que iza­ron la segun­da ban­de­ra esta­dou­ni­den­se en Iwo Jima, en las islas vol­cá­ni­cas japo­ne­sas, el 23 de febre­ro de 1945. , sig­ni­fi­can­do la con­clu­sión de la cam­pa­ña esta­dou­ni­den­se en el Pací­fi­co duran­te la Segun­da Gue­rra Mundial.

Vida noc­tur­na

No hace fal­ta decir­lo, pero la gran atrac­ción gra­tui­ta de cual­quier ciu­dad es pasear por sus barrios. Las zonas de Eas­tern Mar­ket y H Street NE son muy popu­la­res y rebo­san de pro­pues­tas. U Street Corre­dor mucha his­to­ria. En otros tiem­pos se cono­cía como el “Black Broad­way” y en él actua­ron Duke Elling­ton y Ella Fitz­ge­rald des­de la déca­da de 1920 has­ta los años cin­cuen­ta. Tam­bién fue el epi­cen­tro de los dis­tur­bios racia­les de 1968. Pasó por un tur­bu­len­to decli­ve, pero en las últi­mas déca­das ha vivi­do un resur­gir. Hoy resul­ta impres­cin­di­ble pasear por sus calles, con sus calle­jo­nes lle­nos de mura­les, clubs musi­ca­les y tien­das de antigüedades.

Otro lugar imper­di­ble es Union Mar­ket, con epi­cen­tro en 5th St NE. El his­tó­ri­co Mer­ca­do alber­ga dece­nas de comer­cian­tes de ali­men­tos, bebi­das y tien­das. Hay de todo, des­de opcio­nes gas­tro­nó­mi­cas de pri­mer nivel has­ta tien­das de plan­tas, café e inclu­so artis­tas. En cual­quier maña­na de fin de sema­na, se pue­de ubi­car a luga­re­ños pri­va­dos de cafeí­na toman­do su dosis y desa­yu­nan­do con sus perros a cuestas.

Si no pue­de hallar nada en Union Mar­ket que se adap­te a sus gus­tos, sim­ple­men­te cru­ce la calle y encuen­tre más opcio­nes en La Cose­cha, un mer­ca­do con­tem­po­rá­neo de Amé­ri­ca Lati­na y una emba­ja­da culi­na­ria que cele­bra siglos de herencia.

Este artícu­lo se hizo gra­cias al apor­te de:

Des­ti­na­tion DC

Hotel Royal Sones­ta Dupont Circle

USA Gui­ded Tours

City Crui­ses

Sfo­gli­na Pas­ta House

Mez­ca­le­ro

Cra­nes

The Grill (At the Wharf)

Martin’s Tavern (Oldest family-run res­tau­rant in DC)

Cola­da Shop (Dupont Cir­cle location)

Fotos: Sil­via Vale­ra Cardenas

Un Musi­cal de Corea del Sur

Es posi­ble que para algu­nos los nom­bres de SUGA y August D  resul­ten en prin­ci­pio des­co­no­ci­dos, sin embar­go ambos son los nom­bres artís­ti­cos de Min Yoon-gi, el famo­so rape­ro, com­po­si­tor y pro­duc­tor sur­co­reano de 30 años de edad que hoy día es ído­lo de multitudes.

Lo ante­rior vie­ne al caso en la medi­da que en los pró­xi­mos días será estre­na­do mun­dial­men­te el docu­men­tal cuyo lar­guí­si­mo nom­bre inti­tu­la­do Suga-Agust D Tour “D‑Day” The Movie en don­de el músi­co cons­ti­tu­ye la atrac­ción central.

El film diri­gi­do por Jun­soo Park revi­ve el con­cier­to del gran final rea­li­za­do en su gira mun­dial de 2023 que abar­có 25 actua­cio­nes en el perío­do de 10 días. Su sen­sa­cio­nal éxi­to atra­jo a 290.000 espec­ta­do­res quie­nes dis­fru­ta­ron de una expe­rien­cia úni­ca a tra­vés de la músi­ca eje­cu­ta­da por el icó­ni­co Yoon-gi. Des­ple­gan­do una ener­gía increí­ble el con­cier­to con­tó con los emo­cio­nan­tes dúos de los repu­tados miem­bros del gru­po Bang­tan Boys (BTS) que inclu­ye a Jin, J‑Hoope, RM, Jimin, V y Jung Kook.

El docu­men­tal será exhi­bi­do en nume­ro­sas salas del cir­cui­to Cine­plex, el 10 y 13 de abril.

Una Atrac­ti­va Quimera

LA CHI­ME­RA. Ita­lia-Fran­cia-Sui­za, 2023. Un film escri­to y diri­gi­do por Ali­ce Rohr­wa­cher. 133 minutos

La direc­to­ra y guio­nis­ta ita­lia­na Ali­ce Rohr­wa­cher, des­pués de haber rea­li­za­do cua­tro nota­bles fil­mes, Cor­po Celes­te (2011), Le Mera­vi­glie (2014), Laz­za­ro Feli­ce (2018) y Futu­ra (2021), vuel­ve a ofre­cer en La Chi­me­ra otro tra­ba­jo que des­pier­ta inte­rés median­te el dis­tin­ti­vo esti­lo que sue­le emplear en su con­te­ni­do don­de gene­ral­men­te se entre­mez­cla la enso­ña­ción con una moder­na fábu­la imbui­da de folclor.

Josh O’Connor

La acción trans­cu­rre en la déca­da del 80 y está ambien­ta­da en la región de Tos­ca­na; allí regre­sa Arthur (Josh O’Connor), un anti­guo arqueó­lo­go inglés de enig­má­ti­ca per­so­na­li­dad pero bien inte­gra­do a la cul­tu­ra ita­lia­na; recien­te­men­te sali­do de la cár­cel, habi­ta en un cuchi­tril en un subur­bio de Tus­cia. De inme­dia­to se rela­cio­na con un gru­po de com­pin­ches lide­ra­dos por Pirro (Vin­cen­zo Nemo­la­to) quie­nes se dedi­can a pro­fa­nar tum­bas en bus­ca de reli­quias a fin de reven­der­las clan­des­ti­na­men­te en el mer­ca­do de arte. Como exper­to explo­ra­dor y dota­do de un don espe­cial, con un palo bifur­ca­do Arthur es capaz de detec­tar los sitios pre­ci­sos para exca­var las tum­bas don­de se hallan valio­sos teso­ros ente­rra­dos por la gen­te de la civi­li­za­ción etrus­ca, antes de haber sido asi­mi­la­da por la Roma antigua.

Alter­nan­do su acti­vi­dad arqueo­ló­gi­ca con su vida per­so­nal, Arthur visi­ta a Flo­ra (Isa­be­lla Ros­se­li­ni) que vive en una aris­to­crá­ti­ca villa y es la madre de Ben­ja­mi­na (Yle Via­ne­llo) ya falle­ci­da por quien él sin­tió una gran pasión; con todo en la medi­da que él la ubi­ca en sus sue­ños, esa ilu­sión apa­ren­te­men­te irrea­li­za­ble aspi­ra con­cre­tar­la reu­nién­do­se con ella espi­ri­tual­men­te. Entre tan­to Arthur esta­ble­ce­rá un víncu­lo sen­ti­men­tal con Ita­lia (Carol Duar­te), una aspi­ran­te a soo­prano que se desem­pe­ña como emplea­da domés­ti­ca de Flo­ra y es madre de dos niños.

Ade­más de lograr una muy bue­na inter­ac­ción entre los dis­tin­tos per­so­na­jes, resul­ta atrac­ti­vo vis­lum­brar cómo Rohr­wa­cher ha sido capaz de ensam­blar armo­nio­sa­men­te las dos his­to­rias; aso­man­do ves­ti­gios del pasa­do con el pre­sen­te y lo terre­nal con lo sobre­na­tu­ral, la cineas­ta nutre su rela­to con un tono surrea­lis­ta y oní­ri­co no exen­to de ternura…

La foto­gra­fía de Helè­ne Lou­vart cap­tan­do las imá­ge­nes en 35 mm, Super 16 y 16 mm con diver­sos encua­dres de pan­ta­lla se aso­cia muy bien a los dife­ren­tes cli­mas emo­cio­na­les que tra­sun­ta el rela­to. Final­men­te a los méri­tos de la bue­na pues­ta escé­ni­ca de Rohr­wa­cher se agre­ga su mag­ní­fi­co elen­co en el que ade­más de los artis­tas ya men­cio­na­dos tam­bién par­ti­ci­pan Giu­liano Man­to­va­ni, Lou Roy Leco­lli­net, así como Alba Rohrrwa­cher, la her­ma­na de la cineas­ta carac­te­ri­zan­do un sin­gu­lar personaje.
Jor­ge Gutman