La Mara­vi­llo­sa Lec­ción de Malala

HE NAMED ME MALA­LA. Esta­dos Uni­dos, 2015. Un film de Davis Guggenheim

Cuan­do el 9 de octu­bre de 2012, Mala­la You­saf­zai, una ado­les­cen­te pakis­ta­ní de 15 años, fue balea­da en el crá­neo y cue­llo por mili­tan­tes tali­ba­nes en Min­go­ra (Pakis­tán) mien­tras se encon­tra­ba via­jan­do en un ómni­bus esco­lar, la noti­cia rápi­da­men­te alcan­zó reper­cu­sión mun­dial. El vil ata­que fue debi­do a que ella había come­ti­do el “peca­do” de desa­fiar ideo­ló­gi­ca­men­te a los tali­ba­nes de la región al que­rer estu­diar y abo­gar por la cau­sa de las jóve­nes deseo­sas de adqui­rir una edu­ca­ción for­mal. Habien­do logra­do sobre­vi­vir mila­gro­sa­men­te, nada la ame­dren­tó en pro­se­guir luchan­do por esa noble cau­sa; eso la hizo mere­ce­do­ra del Pre­mio Nobel de la Paz en octu­bre de 2014, don­de con 17 años de edad se con­vir­tió en la per­so­na más joven galar­do­na­da con esa extra­or­di­na­ria distinción.

A pesar de que esta his­to­ria es cono­ci­da, el direc­tor Davis Gugenheim deci­dió abor­dar­la en un docu­men­tal basa­do en el libro auto­bio­grá­fi­co I Am Mala­la (2013), don­de que­dan resal­ta­dos algu­nos aspec­tos de la vida de esta nota­ble heroína.

Malala Yousafzai

Mala­la Yousafzai

El rea­li­za­dor ha teni­do la inten­ción de efec­tuar un retra­to ínti­mo de Mala­la; con todo no lo logra total­men­te. Lo que que­da bien refle­ja­do es la dul­ce son­ri­sa de esta chi­ca due­ña de una modes­tia no exen­ta de cier­ta timi­dez, su sen­ti­do espe­cial del humor, así como la con­fian­za, entu­sias­mo, elo­cuen­cia y valen­tía que la ani­ma en la audaz tarea empren­di­da. Lo que en cam­bio se año­ra es haber que­ri­do saber más acer­ca de sus pro­fun­dos sen­ti­mien­tos inter­nos como resul­ta­do de lo que le sig­ni­fi­có el cruel aten­ta­do que le dejó secue­las en la pér­di­da de audi­ción de uno de sus oídos y en su visión, así como sus sufri­mien­tos a los que ella no lle­ga a pronunciarse.

Gug­genheim sigue los pasos de Mala­la en la ciu­dad ingle­sa de Bir­mingham don­de rea­li­za sus estu­dios de ense­ñan­za media, rodea­da de su fami­lia; así se ven cier­tos epi­so­dios domés­ti­cos refle­jan­do la bue­na rela­ción man­te­ni­da con sus her­ma­nos meno­res y sus padres. En tal sen­ti­do, el film enfa­ti­za el víncu­lo que ella man­tie­ne con su padre Ziaud­din quien ha gra­vi­ta­do mucho en su cor­ta exis­ten­cia, al pun­to tal que cuan­do des­per­tó del coma des­pués del aten­ta­do sufri­do, lo pri­me­ro que qui­so saber era don­de él se encon­tra­ba; pre­ci­sa­men­te su pro­ge­ni­tor fue quien eli­gió su nom­bre en home­na­je a Mala­la de Mai­wand, una heroí­na de Afga­nis­tán que hacia fines del siglo 19 murió en el cam­po de bata­lla en la lucha empren­di­da por los pas­tu­nes con­tra la ocu­pa­ción bri­tá­ni­ca. Lo que lla­ma la aten­ción es que así como su padre resul­tó una figu­ra esen­cial en su vida, su madre, a quien Mala­la la con­si­de­ra como una mujer depen­dien­te por no haber reci­bi­do edu­ca­ción, pasa prác­ti­ca­men­te des­aper­ci­bi­da en el pre­sen­te relato.

Otros epi­so­dios del film ubi­can a la joven via­jan­do con su padre a algu­nos paí­ses de Áfri­ca, como Nige­ria y Kenia, abo­gan­do siem­pre por el dere­cho que asis­te a las muje­res; al pro­pio tiem­po, mos­tran­do cómo su noble labor ha hecho que salie­ra al encuen­tro de altos dig­na­ta­rios, tales como el Pre­si­den­te Oba­ma –a quien le mani­fies­ta sus preo­cu­pa­cio­nes sobre los ata­ques con dro­nes para com­ba­tir el terro­ris­mo- y la Rei­na Isabel.

El docu­men­tal que inter­ca­la intere­san­te mate­rial de archi­vo y algu­nas esce­nas de ani­ma­ción no siem­pre fun­cio­na­les, no agre­ga mucho a lo ya divul­ga­do por los dife­ren­tes medios de difu­sión; con todo, resul­ta agra­da­ble de con­tem­plar­lo, sobre todo por la pre­sen­cia de su pro­ta­go­nis­ta. Que­da como tes­ti­mo­nio la mag­ní­fi­ca lec­ción ofre­ci­da por Mala­la con su extra­or­di­na­ria exhor­ta­ción sobre la impor­tan­cia de la edu­ca­ción feme­ni­na para que la mujer, dejan­do su rol tra­di­cio­nal­men­te sumi­so, pue­da ele­var su voz defen­dien­do los legí­ti­mos dere­chos que le asis­ten como ser humano. Jor­ge Gutman