Lulú

ÓPE­RA DE ALBAN BERG

En la cuar­ta ópe­ra de la pre­sen­te tem­po­ra­da trans­mi­ti­da des­de el MET en vivo y en alta defi­ni­ción en más de 2000 tea­tros alre­de­dor del mun­do, inclu­yen­do Cana­dá a tra­vés de la com­pa­ñía exhi­bi­do­ra Cine­plex, el públi­co ten­drá oca­sión de juz­gar Lulú.

Una escena de la Ópera Lulú

Una esce­na de la Ópe­ra Lulú

Esta crea­ción líri­ca de Alban Berg cuen­ta con un libre­to que tam­bién le per­te­ne­ce y está basa­do en las tra­ge­dias Erd­geist (El Espí­ri­tu de la Tie­rra) y Die Buch­se der Pan­do­ra (La Caja de Pan­do­ra) de Frank Wede­kind. Su estreno mun­dial tuvo lugar en 1937 en el Tea­tro de la Ope­ra de Zurich.

Esta ópe­ra poco fre­cuen­ta­da, que trans­cu­rre en algún inde­ter­mi­na­do lugar de Ale­ma­nia y final­men­te en Lon­dres hacia fines del siglo 19, está estruc­tu­ra­da como una serie de esce­nas refle­jan­do la tem­pes­tuo­sa vida de su pro­ta­go­nis­ta. Lulú es el dra­ma de una joven mujer que sexual y emo­cio­nal­men­te domi­na la vida de volun­ta­rio­sas víc­ti­mas de ambos sexos. Ella mis­ma como víc­ti­ma de la socie­dad que la rodea está imbui­da de todos los aspec­tos som­bríos de la con­di­ción huma­na que la con­du­ce a un via­je emo­cio­nal de amor, obse­sión y muerte.

La par­ti­tu­ra de Berg se basa en la téc­ni­ca de la músi­ca dode­ca­fó­ni­ca en la que su maes­tro Arnold Schoen­berg fue el pio­ne­ro en la mate­ria; en todo caso, la mis­ma es uti­li­za­da en una for­ma dra­má­ti­ca que per­mi­te su acce­si­bi­li­dad a todo tipo de audien­cias. Cabe seña­lar que Berg falle­ció en 1935, antes de haber fina­li­za­do el acto ter­ce­ro; dicha tarea fue com­ple­ta­da por el com­po­si­tor aus­tría­co Frie­drich Cerha, in 1979.

El gran direc­tor suda­fri­cano William Ken­trid­ge tie­ne a su car­go la direc­ción escé­ni­ca apli­can­do su par­ti­cu­lar visión tea­tral res­pe­tan­do el espí­ri­tu de su autor. El rol pro­ta­gó­ni­co es asu­mi­do por la soprano Mar­lis Peter­sen; esta afa­ma­da can­tan­te ger­ma­na que inter­pre­tó esta obra por casi dos déca­das y que la con­vir­tió en su caba­lli­to de bata­lla tie­ne la inten­ción de reti­rar­la de su reper­to­rio; de allí que resul­te de gran inte­rés tener la opor­tu­ni­dad úni­ca y se diría últi­ma de apre­ciar­la en ese papel. En otros roles de impor­tan­cia el elen­co inclu­ye a la popu­lar mez­zo soprano Susan Graham (Con­de­sa Gesch­witz), el bajo barí­tono Johan Reuter (Dr. Schön/Jack the Rip­per) el tenor ame­ri­cano Daniel Bren­na (Alwa) efec­tuan­do su debut para el MET, el barí­tono Franz Grundhe­ber (Schi­golch) y el tenor Paul Gro­ves (el pintor/príncipe africano),

La ópe­ra cuen­ta con la esce­no­gra­fía con­ce­bi­da por Sabi­ne Theu­nis­sen y el ves­tua­rio a car­go de Gre­ta Goi­ris. La direc­ción orques­tal corres­pon­de al maes­tro Lothar Koe­nigs.

La obra de Berg será can­ta­da en su ver­sión ori­gi­nal ale­ma­na con sub­tí­tu­los en inglés el 21 de noviem­bre a las 12h.30pm (hora del este) y vuel­ta a difun­dir los días 6, 7 y 8 de febre­ro de 2016 en selec­tas salas par­ti­ci­pan­tes de Cine­plex en Mon­treal, Laval, Sher­broo­ke, Kir­kland, Sain­te Foy, Vic­to­ria­vi­lle, Beau­port, Bou­cher­vi­lle, Saint Jean-sur-Riche­lieu y Gati­neau. Para obte­ner infor­ma­ción de los res­tan­tes tea­tros cana­dien­ses y sus res­pec­ti­vos hora­rios loca­les pre­sio­ne aquí

Los Cole­ta­zos de una Guerra

Cró­ni­ca de Jor­ge Gutman

BUT­CHERAutor: Nico­las Billon — Direc­ción: Roy Suret­te — Elen­co: Chip Chuip­ka, Alain Gou­lem, James Loye, Julie Tami­ko Man­ning, Min­ji Suh — Deco­ra­dos y Ves­tua­rio: Evi­ta Kara­sek – Ilu­mi­na­ción: Mar­tin Sirois­Luc Prai­rie – Dura­ción: 1h30 (sin entre­ac­to). Repre­sen­ta­cio­nes: Has­ta el 29 de noviem­bre de 2015 en el Cen­taur Théâ­tre (www.centaurtheatre.com)

El dra­ma­tur­go cana­dien­se Nico­las Billon ofre­ce en But­cher un thri­ller polí­ti­co que plan­tea algu­nos pro­ble­mas éti­cos y mora­les vin­cu­la­dos con los cole­ta­zos de la guerra.

Ya el cine con­si­de­ró en varias opor­tu­ni­da­des los crí­me­nes per­pe­tra­dos por impia­do­sos vic­ti­ma­rios hacia sus ino­cen­tes víc­ti­mas en con­flic­tos béli­cos acon­te­ci­dos en dife­ren­tes luga­res del mun­do. El tea­tro en cam­bio no ha tra­ta­do este tema con la mis­ma asi­dui­dad y de allí que resul­te intere­san­te el que Billon haya inten­ta­do incur­sio­nar en la mate­ria. Para hacer­lo, recu­rre a un arti­fi­cio ori­gi­nal don­de des­pués de pre­sen­tar a sus per­so­na­jes intro­du­ce vuel­tas de tuer­ca en don­de el plan­teo ini­cial que­da des­men­ti­do por lo que sobre­vie­ne después.

Chip Chuipka (Foto de Andrée Lantier)

Chip Chuip­ka (Foto de Andrée Lantier)

La acción se desa­rro­lla en un recin­to poli­cial de Toron­to en las últi­mas horas de la Noche­bue­na y pri­me­ras de la jor­na­da navi­de­ña. Allí se con­tem­pla a un vie­jo hom­bre (Chip Chuip­ka) que fue deja­do dro­ga­do en las puer­tas del edi­fi­cio. Ves­ti­do de uni­for­me mili­tar con un gorro navi­de­ño, alre­de­dor de su cue­llo el hom­bre por­ta­ba un gan­cho con una tar­je­ta comer­cial adhe­ri­da con el nom­bre de un abo­ga­do lla­ma­do Bar­nes y una leyen­da que decía “arrés­te­me”. Todo ello que­da con­fi­gu­ra­do en las pri­me­ras esce­nas, don­de se ve al ins­pec­tor poli­cial Lamb (Alain Gou­lem) y al abo­ga­do (James Loye) que fue cita­do para tra­tar de dilu­ci­dar sus víncu­los con el mis­te­rio­so visi­tan­te. Como éste sola­men­te se expre­sa en la len­gua lavi­nia (un idio­ma de ori­gen esla­vo real­men­te inexis­ten­te pero fun­cio­nal a los fines del rela­to), es nece­sa­rio soli­ci­tar los ser­vi­cios de Ele­na (Julie Tami­ko Man­ning), una enfer­me­ra que ofi­cia como tra­duc­to­ra a fin de escla­re­cer qué es lo que el indi­vi­duo dice.

Lo que ante­ce­de ape­nas abar­ca unos pocos minu­tos de la his­to­ria, pero es con­ve­nien­te evi­tar el comen­ta­rio de lo que ocu­rre des­pués dado que está pla­ga­do de una serie de sor­pre­sas que des­ba­ra­ta con­ti­nua­men­te las expec­ta­ti­vas del espec­ta­dor. Sólo se pue­de ade­lan­tar que adop­tan­do las carac­te­rís­ti­cas de un thri­ller el autor cam­bia fun­da­men­tal­men­te el tono de la obra para efec­tuar una implí­ci­ta crí­ti­ca a la for­ma elu­si­va de la jus­ti­cia para con­de­nar a sal­va­jes per­pe­tra­do­res de inca­li­fi­ca­bles deli­tos y crí­me­nes come­ti­dos. Es pre­ci­sa­men­te allí don­de gra­dual­men­te que­da­rán reve­la­das las per­so­na­li­da­des de los per­so­na­jes; así se encuen­tra pre­sen­te una víc­ti­ma de la gue­rra de los bal­ca­nes de la últi­ma déca­da del siglo pasa­do, un impia­do­so tor­tu­ra­dor y el modo en que la vio­len­cia de un padre reper­cu­te en su hijo.

Indu­da­ble­men­te, se tra­ta de una obra polí­ti­ca inquie­tan­te por­que deja abier­ta la difi­cul­to­sa pre­gun­ta de si aca­so es posi­ble que el ser humano pue­da actuar como ven­ga­dor indi­vi­dual al mar­gen de la ley cuan­do la jus­ti­cia inter­na­cio­nal no logra el cas­ti­go de los san­grien­tos ase­si­nos que ultra­jan, humi­llan y ava­sa­llan los dere­chos huma­nos de sus víc­ti­mas en los con­flic­tos bélicos.

Sin duda, la obra resul­ta muy intere­san­te a pesar de ser opre­si­va y angus­tian­te. Con todo, no logra el sufi­cien­te impac­to dra­má­ti­co que con el mis­mo tema ofre­ció el dra­ma­tur­go Ariel Dorf­man en su exce­len­te obra La Muer­te y la Don­ce­lla. En par­te, eso es debi­do a que la pues­ta en esce­na de Roy Suret­te no es muy sutil al haber car­ga­do dema­sia­do las tin­tas con el resul­ta­do de que los inte­gran­tes del elen­co lle­gan a sobre­ac­tuar en deter­mi­na­das oca­sio­nes; con todo, cabe resal­tar la par­ti­ci­pa­ción de Chuip­ka quien des­cue­lla carac­te­ri­zan­do la ambi­gua per­so­na­li­dad de su per­so­na­je. La sen­ci­lla esce­no­gra­fía es fun­cio­nal al rela­to así como resul­ta efec­ti­va la ilu­mi­na­ción esta­ble­cien­do la sepa­ra­ción de las esce­nas que con­for­man al mismo.

La Tra­ge­dia de una Fami­lia Corriente

Cró­ni­ca de Jor­ge Gutman

ILS ÉTAIENT TOUS MES FILSAutor: Arthur Miller —  Direc­ción: Fré­dé­ric Dubois – Tra­duc­ción: David Lau­rin — Elen­co: Michel Dumont, Benoît McGin­nis, Gary Boul­dreault, Simon Dépot, Milè­ne Leclerc, Xavier Loyer, Vin­cent-Gui­llau­me Otis, Évely­ne Rom­pré, Julie Rous­sel y Loui­se Tur­cot — Esce­no­gra­fía: Oli­vier Lan­dre­vi­lle — Ves­tua­rio: Lin­da Bru­ne­lle — Ilu­mi­na­ción: André Rioux – Músi­ca: Pas­cal Robi­tai­lle. Dura­ción: 1h 55 sin inter­va­lo. Repre­sen­ta­cio­nes: Has­ta el 5 de diciem­bre de 2015 en el Théâ­tre Ducep­pe (www.duceppe.com)

Hacer refe­ren­cia a Arthur Miller es tener en cuen­ta a uno de los más extra­or­di­na­rios dra­ma­tur­gos del siglo pasa­do; eso es debi­do en gran par­te por el sus­tan­cio­so con­te­ni­do que apor­tó en cada una de sus obras, siem­pre impreg­na­das de un pro­fun­do huma­nis­mo. Por lo tan­to vol­ver a pre­sen­ciar su segun­da pie­za publi­ca­da en 1947, cuyo títu­lo ori­gi­nal inglés es All My Sons, impli­ca sumer­gir­se en una pro­fun­da expe­rien­cia emocional.

Michel Dumont, Benoît McGinnis y Évelyne Rompré (Foto de Caroline Laberge)

Michel Dumont, Benoît McGin­nis y Évely­ne Rom­pré (Foto de Caro­li­ne Laberge)

Lo pri­me­ro que se pue­de afir­mar de esta gran pro­duc­ción ofre­ci­da por la com­pa­ñía Ducep­pe es que la acer­ta­da tra­duc­ción rea­li­za­da por David Lau­rin per­mi­te que Ils Étaient Tous Mes Fils reten­ga todo el espí­ri­tu de su ver­sión ori­gi­nal. Con­ver­ti­da en un clá­si­co, los hechos que acon­te­cen en esta obra con­ce­bi­da hace casi 7 déca­das man­tie­nen ple­na vigen­cia don­de la visión huma­nis­ta de su autor obli­ga al espec­ta­dor a invo­lu­crar­se de lleno en el deba­te moral que propone.

La acción trans­cu­rre en Esta­dos Uni­dos, poco des­pués de haber con­clui­do la Segun­da Gue­rra Mun­dial y en su comien­zo se pre­sen­cia una fami­lia de bue­na posi­ción eco­nó­mi­ca que apa­ren­te­men­te es feliz; sin embar­go, una som­bra enlu­ta al núcleo inte­gra­do por el indus­trial Joe Keller (Michel Dumont), su espo­sa Kate (Loui­se Tur­cot) y Chris­tian (Benoît McGin­nis), uno de los dos hijos adul­tos de la pare­ja. Acon­te­ce que Larry, el pri­mo­gé­ni­to, desem­pe­ñán­do­se como pilo­to de la avia­ción nor­te­ame­ri­ca­na ha des­apa­re­ci­do en la gue­rra. Si bien ese fac­tor cons­ti­tu­ye un aspec­to impor­tan­te del rela­to, el otro nudo dra­má­ti­co que final­men­te ter­mi­na vin­cu­lán­do­se con el ante­rior es la impli­ca­ción de Keller jun­to con su aso­cia­do en la ven­ta de par­tes defec­tuo­sas para avio­nes de caza B‑40 sali­das de su fábri­ca que oca­sio­nó la muer­te de 21 pilo­tos ame­ri­ca­nos. Ambos hechos van gene­ran­do en el desa­rro­llo de la tra­ma una serie de acon­te­ci­mien­tos que desem­bo­ca en un camino sin retorno.

Miller abor­da aquí tópi­cos tras­cen­den­tes expo­nien­do las con­tra­dic­cio­nes del com­por­ta­mien­to humano con extra­or­di­na­ria luci­dez, don­de al igual que lle­gó a expre­sar­lo dos años des­pués en Death of a Sales­man refle­ja la uto­pia del sue­ño ame­ri­cano. Para real­zar los valo­res de esta obra el direc­tor Fré­dé­ric Dubois reu­nió un elen­co bri­llan­te enca­be­za­do por tres mag­ní­fi­cos acto­res. Dumont no tie­ne des­per­di­cio alguno carac­te­ri­zan­do al patriar­ca fami­liar que tra­ta vana­men­te de jus­ti­fi­car su con­duc­ta inmo­ral por el hecho de haber que­ri­do “sal­var a su fami­lia”. Tur­cot brin­da con­mo­ve­do­ra vul­ne­ra­bi­li­dad como la madre que alien­ta espe­ran­zas de que su hijo ausen­te está vivo y que como espo­sa sabe muy bien que su mari­do es cul­pa­ble aun­que se resis­ta a admi­tir­lo. Exce­len­te es tam­bién el desem­pe­ño de McGin­nis quien como el vás­ta­go vivien­te que ido­la­tra a su padre reac­cio­na con genui­na rabia y amar­gu­ra cuan­do la ver­dad lle­ga a escla­re­cer­se; así, el enfren­ta­mien­to final con Joe ori­gi­na una de los momen­tos de mayor enver­ga­du­ra emo­cio­nal. En los pape­les secun­da­rios Évely­ne Rom­pré se des­ta­ca como la hija del socio de Joe que fue­ra novia de Larry y que aho­ra está uni­da sen­ti­men­tal­men­te a su her­mano. El res­to del repar­to se desem­pe­ña con com­ple­ta convicción.

Al con­cluir la repre­sen­ta­ción uno que­da una vez más sor­pren­di­do al redes­cu­brir la gran­de­za lite­ra­ria de Miller que lle­ga a sacu­dir al espec­ta­dor por­que sien­te com­ple­ta empa­tía con la tra­ge­dia vivi­da por sus per­so­na­jes. Todo ello, uni­do a la alta cali­dad de esta pro­duc­ción, per­mi­te que uno asis­ta a una gra­ti­fi­can­te vela­da teatral.

Con­clu­sión: Una pro­duc­ción alta­men­te reco­men­da­ble y sin reser­va alguna.

El Gru­po Bea­ver Hall

Cró­ni­ca de Jor­ge Gutman

EL ARTE PIC­TO­RI­CO DE MON­TREAL DE LOS AÑOS 20

Reco­no­cien­do la tra­yec­to­ria de un movi­mien­to de cor­ta dura­ción pero de indu­da­ble tras­cen­den­cia como lo ha sido el Gru­po The Bea­ver Hall, des­de el 24 de octu­bre pasa­do el Museo de Bellas Artes de Mon­treal (MBAM) expo­ne una intere­san­te mues­tra deno­mi­na­da 1920s Moder­nism in Mon­treal. The Bea­ver Hall Group. En la mis­ma se mani­fies­ta la crea­ti­vi­dad e ima­gi­na­ción de los pin­to­res que inte­gra­ron este movi­mien­to cul­tu­ral y que con­tri­bu­ye­ron a brin­dar un impul­so vital a la ciu­dad de Montreal.

Ste. Catherine St. de Adrein Hébert (Foto: MMFA, Christine Guest

Ste. Cathe­ri­ne St. de Adrien Hébert (Foto: MMFA, Chris­ti­ne Guest)

El gru­po adop­tó ese nom­bre por haber­se alo­ja­do en 305 Bea­ver Hall Hill, ubi­ca­do en el cen­tro de Mon­treal, don­de sus inte­gran­tes com­par­tían el taller de tra­ba­jo. Fun­da­do en Mayo de 1920 a tra­vés de los esfuer­zos rea­li­za­dos por Ran­dolph Stan­ley Hew­ton, Lilias Torran­ce New­ton, Mabel May y Edwin Hol­ga­te, sus pri­me­ros inte­gran­tes ‑ade­más de los artis­tas men­cio­na­dos- inclu­ye­ron a Mabel Loc­kerby, Anne Sava­ge y al pre­si­den­te A.Y. Jack­son. En enero de 1921 tuvo lugar la pri­me­ra expo­si­ción don­de en su dis­cur­so inau­gu­ral Jack­son remar­có el dere­cho que le asis­tía a todo artis­ta para expre­sar su talen­to en fun­ción de lo que real­men­te sen­tía sin nin­gún tipo de restricciones.

A dife­ren­cia del reco­no­ci­mien­to obte­ni­do por el Gru­po de los Sie­te de Toron­to que fue cons­ti­tui­do poco tiem­po antes que el del Bea­ver Hall y que se espe­cia­li­zó en la ilus­tra­ción de pai­sa­jes vír­ge­nes, el movi­mien­to de Mon­treal se dis­tin­guió en enfa­ti­zar la pin­tu­ra de retra­tos y de pano­ra­mas urba­nos aun­que sin des­car­tar los pai­sa­jes rura­les, entre otros aspec­tos, con un viso moderno a la vez que huma­nis­ta. Lo impor­tan­te es que entre­mez­clan­do lo tra­di­cio­nal con el moder­nis­mo, las obras se dis­tin­guen por un dise­ño sen­ci­llo con cua­li­da­des deco­ra­ti­vas impreg­na­das de colo­res bri­llan­tes e ins­pi­ra­dos en muchos casos en el Art Déco pro­ve­nien­te de Europa.

Como ins­ti­tu­ción Bea­ver Hall tuvo bre­ve exis­ten­cia por­que se man­tu­vo has­ta el oto­ño de 1923; eso no impi­dió que su pre­sen­cia siguie­ra per­sis­tien­do dado que la labor artís­ti­ca de sus miem­bros lle­gó a mani­fes­tar­se has­ta mucho tiem­po des­pués. Así por ejem­plo, gra­cias a la dili­gen­cia de Jack­son que man­tu­vo un flui­do con­tac­to con el Gru­po de los Sie­te, ha sido posi­ble que los tra­ba­jos de los pin­to­res de Mon­treal pudie­ran ser expues­tos en Toron­to e inter­na­cio­nal­men­te; más aún, tenien­do en cuen­ta que una de las carac­te­rís­ti­cas del disuel­to gru­po es que había reu­ni­do un con­si­de­ra­ble núme­ro de muje­res, muchas de ellas con­tri­bu­ye­ron para la cons­ti­tu­ción del Gru­po Cana­dien­se de Pin­to­res (Cana­dian Group of Pain­ters) en 1933 don­de se efec­tua­ron expo­si­cio­nes con sus trabajos.

Immigrants de Prudence Heward (Foto de Sean Weaver)

Immi­grants de Pru­den­ce Heward (Foto de Sean Weaver)

Pre­ci­sa­men­te, uno de los moti­vos que resal­ta la impor­tan­cia de esta mues­tra es que la mis­ma per­mi­te difun­dir algo no muy cono­ci­do como lo ha sido la labor pio­ne­ra apor­ta­da por el sexo feme­nino que con­for­ma­ba la mitad de los miem­bros del des­apa­re­ci­do gru­po. Así entre algu­nas de las remar­ca­bles joyas que se pue­den ver en esta expo­si­ción, se des­ta­can la de Pru­den­ce Howard con Girl on a Hill (1928) así como su emo­ti­vo cua­dro Immi­grants (1928), Girl and Cat (1920) de Emily Coonan, Country Sce­ne (1920) de Anne Sau­va­ge, Indian Woman que es un expre­si­vo retra­to de una mujer autóc­to­na per­te­ne­cien­te a Mabel May, In the Nun’s Gar­den (1933) de Sarah Rober­tson y Nude in the Stu­dio (1933) de Lilias Torran­ce New­ton que cons­ti­tu­yó una de las obras más auda­ces de la épo­ca refle­jan­do con rea­lis­mo abso­lu­to la fiso­no­mía de una mujer com­ple­ta­men­te des­nu­da posan­do en un taller; cabe seña­lar que esta pin­tu­ra fue recha­za­da por el Gru­po Cana­dien­se de Pin­to­res en la expo­si­ción rea­li­za­da en 1934, a pesar de que hoy día es con­si­de­ra­da una obra maestra.

La expo­si­ción tam­bién remar­ca algu­nas otras dis­ci­pli­nas artís­ti­cas en las que par­ti­ci­pa­ron algu­nos de los artis­tas del gru­po; eso se ha mani­fes­ta­do en el cam­po tea­tral, ballet y sobre todo con la con­ta­gio­sa músi­ca del jazz que irrum­pía en Mon­treal cons­ti­tu­yen­do un puen­te de comu­ni­ca­ción del arte con el entre­te­ni­mien­to popu­lar de la época.

Con­tri­bu­yen­do a reve­lar el arte no muy difun­di­do del Gru­po Bea­ver Hall el MBAM rea­li­za una impor­tan­te con­tri­bu­ción cul­tu­ral. La mues­tra pro­si­gue has­ta el 31 de enero de 2016. Para infor­ma­ción adi­cio­nal, pre­sio­ne aquí

Un Bond de Menor Calibre

SPEC­TRE. Gran Bre­ta­ña, 2015. Un film de Sam Mendes

La gran expec­ta­ti­va depa­ra­da por Spec­tre se debió a que Sky­fall (2012), el film pre­ce­den­te del agen­te 007, haya sido uno de los mejo­res de la serie. Sin embar­go, esta vigé­si­ma cuar­ta aven­tu­ra de James Bond no alcan­za el mis­mo nivel.

Daniel Craig

Daniel Craig

Lo mejor de este film se encuen­tra en su pró­lo­go. En un exce­len­te plano secuen­cia que trans­cu­rre en la ciu­dad de Méxi­co el Día de los Muer­tos, se enfo­ca a Bond (Daniel Craig) tra­tan­do de atra­par a un sica­rio por las calles pobla­das de resi­den­tes fes­te­jan­do esa fecha. Esta per­se­cu­ción cul­mi­na a bor­do de un heli­cóp­te­ro sobre­vo­lan­do la ciu­dad don­de el rea­li­za­dor Sam Men­des con la cola­bo­ra­ción del fotó­gra­fo Hoy­le Van Hoy­te­ma logran una de las esce­nas de mayor impac­to visual.

De retorno a Lon­dres, Bond es ser­mo­nea­do por su nue­vo jefe M (Ralph Fien­nes) por su des­au­to­ri­za­da misión mexi­ca­na. A pesar de todo y des­oyen­do sus órde­nes, Bond deci­de inves­ti­gar una serie de aten­ta­dos con­tan­do entre sus alia­dos a la bien dis­pues­ta secre­ta­ria Money­penny (Nao­mie Harris) y al sim­pá­ti­co exper­to en compu­tado­ras Q (Ben Whishaw).

A tra­vés de una serie de epi­so­dios la tra­ma argu­men­tal lle­va a nues­tro héroe a Roma –don­de man­ten­drá un bre­ve roman­ce con la viu­da (Moni­ca Belluc­ci) de un mafio­so italiano‑, los alpes aus­tría­cos, Tán­ger y el desier­to del Saha­ra. Como obvia­men­te debe haber un villano de turno, el mis­mo está repre­sen­ta­do por el sadis­ta Franz Oberhau­ser (Chris­toph Waltz) quien está a la cabe­za de la sinies­tra orga­ni­za­ción Spec­tre.

Es de hacer notar que en varias oca­sio­nes el guión hace refe­ren­cias a ante­rio­res títu­los de la fran­qui­cia y así se lle­ga a saber que Oberhau­ser esta­ba liga­do con los enemi­gos de Bond en los tres títu­los pre­ce­den­tes de la serie (Casino Roya­le, Quan­tum of Sola­ce, Sky­fall). Pero en todo caso, este film deja la sen­sa­ción de deja vu en reite­ra­das opor­tu­ni­da­des sin ofre­cer algo nue­vo o dis­tin­ti­vo que lo resal­te; el aspec­to más débil resi­de en lo ende­ble de su his­to­ria que ade­más de care­cer de exci­tan­te ten­sión pade­ce en muchos casos de incon­sis­ten­cias y esca­sa verosimilitud.

A pesar de las obje­cio­nes men­cio­na­das, cabe des­ta­car la refi­na­da rea­li­za­ción de Men­des y la actua­ción de Craig como 007; el efi­cien­te actor sigue infun­dien­do una dis­tin­gui­da per­so­na­li­dad a su per­so­na­je don­de se lo mues­tra imper­tur­ba­ble, iró­ni­co, seduc­tor y siem­pre atra­yen­te. Ade­más de la bre­ve incur­sión de Bellu­ci, el bello sexo está aquí repre­sen­ta­do por la pre­sen­cia de Léa Sey­doux quien sin ser una de las típi­cas “chi­cas Bond” se desem­pe­ña hábil­men­te como Made­lei­ne Swann, una suges­ti­va psi­có­lo­ga que reluc­tan­te en su comien­zo de brin­dar infor­ma­ción a nues­tro héroe, final­men­te cam­bia­rá de acti­tud con­vir­tién­do­se en su inte­rés román­ti­co. En cuan­to a Waltz, sin menos­ca­bar sus exce­len­tes con­di­cio­nes de actor, aquí no da la idea de ser el pode­ro­so malé­vo­lo que el guión inten­tó impo­ner; en tal sen­ti­do dis­ta de ofre­cer lo que Javier Bar­dem brin­dó mag­ní­fi­ca­men­te en Sky­fall carac­te­ri­zan­do a un trá­gi­co y des­equi­li­bra­do asesino.

Con los más y los menos que­da como balan­ce un Bond de menor efi­ca­cia que de todos modos satis­fa­rá a los faná­ti­cos de Bond, quie­nes en pro­cu­ra de entre­te­ni­mien­to poco les impor­ta sobre la con­sis­ten­cia de la his­to­ria narra­da. Jor­ge Gutman