Des­afor­tu­na­dos Niños de Dios

Cró­ni­ca de Jor­ge Gutman

CHIL­DREN OF GOD.  Libro, Direc­ción, Músi­ca y Letra: Corey Payet­te –- Elen­co: Miche­lle Bar­dach, Sarah Car­lé, Dillan Chi­blow, David Kee­ley, Jacob Macin­nis, Che­yen­ne Scott, Miche­lle St. John, Aaron M. Wells, Kaitlin Yott —  Direc­tor Musi­cal: David Terriault — Orques­ta­ción: Elliot Vaughan - Dise­ño de Pro­duc­ción: Marshall McMahen — Ilu­mi­na­ción: Jeff Harri­son – Dise­ño de Soni­do: Kris Boyd — Dura­ción: 2 horas más un entre­ac­to — Repre­sen­ta­cio­nes: Has­ta el 10 de febre­ro de 2019 en la sala prin­ci­pal del Segal Cen­tre 

Una pági­na negra, abe­rran­te y des­con­cer­tan­te del no muy lejano pasa­do cana­dien­se y de esca­sa divul­ga­ción es lo que se apre­cia en Chil­dren of God, una copro­duc­ción del Segal Cen­tre y Urban Ink. Aun­que afor­tu­na­da­men­te esa horri­ble tra­ge­dia ha sido supe­ra­da, resul­ta más que bien­ve­ni­da esta obra escri­ta, diri­gi­da y musi­ca­li­za­da (inclu­yen­do la letra) por Corey Payet­te refle­jan­do el dra­ma vivi­do por sus ances­tros autóc­to­nos duran­te la segun­da mitad del siglo 19 y la mayor par­te del siglo pasado.

El Elen­co. Foto: Les­lie Schachter

El tema enfo­ca­do por el autor es el sis­te­ma de escue­las pen­sio­na­das que fue crea­do en Cana­dá para la asi­mi­la­ción de los niños de las comu­ni­da­des autóc­to­nas a la cul­tu­ra euro-cris­tia­na. A fin de imple­men­tar dicha acción, los meno­res fue­ron for­za­dos a dejar sus fami­lias al ser bru­tal­men­te sepa­ra­dos de sus padres y colo­ca­dos en espe­cia­les ámbi­tos esco­la­res bajo la super­vi­sión de repre­sen­tan­tes del cle­ro; está medi­da era efec­tua­da en “nom­bre de Dios”. Es así que según se anun­cia en el pro­gra­ma del Segal Cen­tre más de 150.000 niños autóc­to­nos estu­vie­ron enro­la­dos des­de 1857 has­ta 1996 a tra­vés de 130 escue­las de Cana­dá y duran­te ese perío­do se esti­ma que 50.000 de ellos han muer­to en esa horri­pi­lan­te experiencia.

Che­yen­ne Scott y Dillan Chi­blow. Foto: Les­lie Schachter

En un rela­to de fic­ción que trans­cu­rre en 1950, se sale al encuen­tro de Tom (Dillan Chi­blow), un adul­to autóc­tono, quien habien­do sido sepa­ra­do en su infan­cia de su madre Rita (Miche­lle St. John) regre­sa a la Reser­va y se encuen­tra con Wil­son (Aaron M. Wells) quien fue su com­pa­ñe­ro de escue­la. A par­tir de allí la acción retro­ce­de 20 años en don­de se halla Tommy alo­ja­do en una escue­la resi­den­cial ubi­ca­da al nor­te de la pro­vin­cia de Onta­rio jun­to con su her­ma­na Julia (Che­yen­ne Scott) y otros niños autóc­to­nos ale­ja­dos de sus familiares.

Con mano fir­me, el esta­ble­ci­mien­to está diri­gi­do por el Padre Chris­topher (David Kee­ley) con la cola­bo­ra­ción de la Her­ma­na Ber­na­det­te (Sarah Car­lé), su subor­di­na­da y encar­ga­da de eje­cu­tar sus órde­nes. La dis­ci­pli­na impues­ta es estric­ta don­de los niños deben hablar inglés, están­do­les prohi­bi­do hablar su idio­ma natal a fin de eli­mi­nar por com­ple­to su autóc­tono ves­ti­gio cul­tu­ral. En esta lim­pie­za étni­ca, cual­quier trans­gre­sión a las rígi­das nor­mas impe­ran­tes es obje­to de cas­ti­go físi­co y emo­cio­nal, inclu­yen­do el pade­ci­mien­to del ham­bre y el abu­so sexual, como lo sufri­do por Julia por par­te del depra­va­do direc­tor. Fren­te a este deso­la­dor pano­ra­ma, es admi­ra­ble la resis­ten­cia y per­se­ve­ran­cia demos­tra­da por los estu­dian­tes enfren­tan­do a sus impla­ca­bles guardianes.

La acción mons­truo­sa del sacer­do­te, leve­men­te ate­nua­da por la mon­ja, crea en el espec­ta­dor una sen­sa­ción de dolor al estar pre­sen­cian­do el retra­to de un cua­dro abe­rran­te sobre todo por­que la repro­duc­ción de lo acon­te­ci­do adquie­re un nivel de inten­si­dad excep­cio­nal. Eso se debe en gran par­te a la extra­or­di­na­ria inter­pre­ta­ción de su elen­co brin­dan­do auten­ti­ci­dad a lo vivi­do, aspec­to que no sor­pren­de por­que la mayor par­te del mis­mo es de ori­gen autóctono.

Miche­lle St. John y Dillan Chi­blow. Foto: Les­lie Schachter

A pesar de que para el neó­fi­to pue­da resul­tar extra­ño que un dra­ma de seme­jan­te natu­ra­le­za pue­da ser acom­pa­ña­do de can­cio­nes y dan­zas, Payet­te ha mani­fes­ta­do que en la comu­ni­dad autóc­to­na no es posi­ble rela­tar una his­to­ria sin la exis­ten­cia de esos vita­les ele­men­tos. En tal sen­ti­do, una peque­ña ban­da inte­gra­da por David Terriault (piano), Lana Tom­lin (vio­la), Cami­lle Paquet­te-Roy (vio­lon­che­llo) y Simon Legault (gui­ta­rra) ofre­ce 15 núme­ros musi­ca­les don­de cada uno de los mis­mos reve­la los varia­dos sen­ti­mien­tos que ani­man a los per­so­na­jes; así, entre otras can­cio­nes lle­gan a emo­cio­nar Your Father, The Clo­sest Thing to Home, What Do They Take Us For? y el reso­nan­te tema final Baa­maa­pii Ka Wab Migo (until we see you again) de gran con­te­ni­do espiritual.

La exce­len­te direc­ción de Payet­te, su músi­ca y el des­ta­ca­do repar­to con­tri­bu­yen a que esta obra estre­me­ce­do­ra, fuer­te y per­tur­ba­do­ra resul­te sobre todo edi­fi­can­te; esto es así por­que afor­tu­na­da­men­te el inte­li­gen­te autor con su expo­si­ción no ha bus­ca­do ejer­cer un acto de revan­cha rei­vin­di­ca­to­ria sino ilus­trar la ver­dad de lo acon­te­ci­do y asi­mis­mo cica­tri­zar las heri­das trau­má­ti­cas median­te la reconciliación.

Dicho lo que ante­ce­de, esta entra­ña­ble y huma­na pie­za cons­ti­tu­ye un acon­te­ci­mien­to artís­ti­co que mere­ce mi máxi­ma recomendación