Una Vida Solitaria

TIGER­TAIL Esta­dos Uni­dos, 2020. Un film escri­to y diri­gi­do por Alan Young
(Dis­po­ni­ble en Netflix)

Ins­pi­ra­do en la expe­rien­cia vivi­da por su pro­pio padre, este pri­mer opus de Alan Young quien es tam­bién autor del guión con­si­de­ra las vici­si­tu­des de un hom­bre tai­wa­nés que inmi­gró a los Esta­dos Uni­dos. Sien­do un tema que ya fue abor­da­do por el cine ante­rior­men­te, en este caso Tiger­tail no alcan­za la inten­si­dad de otros rela­tos simi­la­res como por ejem­plo lo es The Fare­well (2019) de Lulu Wang.

En los años 50 el niño Pin-Jui (Zhi-Hao Yang) ha sido envia­do por su madre (Kuiei-Mei) recien­te­men­te viu­da a vivir con sus abue­los en los arro­za­les de Huwei en Tai­wán. Una déca­da des­pués, el joven mucha­cho (Hong-Chi Lee) vive en con­di­cio­nes humil­des con su madre don­de ambos tra­ba­jan en una mis­ma fábri­ca azu­ca­re­ra; mien­tras man­tie­ne una bue­na rela­ción sen­ti­men­tal con Yuan (Yo-Hsing Fang) su ami­ga de infan­cia, su sue­ño es radi­car­se en Esta­dos Uni­dos a fin de lograr un mejor por­ve­nir. La cir­cuns­tan­cia se pre­sen­ta cuan­do su patrón le pro­po­ne pagar­le el pasa­je a Nue­va York con la con­di­ción de que se case con su joven y tími­da hija Zhenzhen (Kun­jue Li). Hacien­do tri­pas cora­zón de tener que dejar a su que­ri­da novia para unir­se a otra mujer, ter­mi­na acep­tan­do el ofrecimiento.

Tzi Ma y Chris­ti­ne Ko

Estruc­tu­ra­do en for­ma no cro­no­ló­gi­ca, el rela­to se des­pla­za a Nue­va York don­de en el momen­to actual se obser­va al madu­ro Pin-Jui (Tzi Ma) reme­mo­ran­do su vida pasa­da en oca­sión de haber regre­sa­do de un via­je a su tie­rra natal para asis­tir a los fune­ra­les de su madre. De mane­ra no muy com­pla­cien­te, el novel direc­tor lo pre­sen­ta como un hom­bre que ya casa­do jamás tuvo ver­da­de­ra con­si­de­ra­ción con su espo­sa, a pesar de que ella siem­pre fue sumi­sa a él, hecho que final­men­te con­du­jo a su divor­cio; esa caren­cia de afec­to y cari­ño tam­bién la man­tu­vo con su hija Ánge­la (Chris­ti­ne Ko) naci­da en Esta­dos Uni­dos, quien como per­so­na adul­ta fuer­te­men­te lo resiente.

Aun­que las actua­cio­nes son correc­tas, la narra­ción de Lang se ale­tar­ga por care­cer de emo­ción don­de sola­men­te la ten­sión se refle­ja en los momen­tos en que padre e hija se encuen­tran; en esas cir­cuns­tan­cias, a pesar de los esfuer­zos que Ange­la rea­li­za para obte­ner un ges­to de empa­tía de su padre, él se man­tie­ne cons­tan­te­men­te silen­cio­so, taci­turno y dis­tan­te sin que su ros­tro dela­te una míni­ma expre­sión son­rien­te. Todo hace supo­ner que el extra­ño com­por­ta­mien­to de este hom­bre se debe al arre­pen­ti­mien­to y pena que tar­día­men­te sien­te por haber sido des­leal al haber aban­do­na­do a su que­ri­da novia; en todo caso resul­ta muy difí­cil jus­ti­fi­car la con­duc­ta adop­ta­da con su familia.

En esen­cia, este film des­igual aun­que bien inten­cio­na­do peca por la ausen­cia de una real sen­sa­ción de dra­ma­tis­mo capaz de sedu­cir al espec­ta­dor. Jor­ge Gutman