Un Bipo­lar Ajedrecista

THE DARK HOR­SE. Nue­va Zelan­dia, 2014. Un film escri­to y diri­gi­do por James Napier Robertson

No son muchos los fil­mes pro­ve­nien­tes de Nue­va Zelan­dia que se pue­den apre­ciar en Cana­dá más allá de los fes­ti­va­les de cine, de allí que resul­ta gra­to mani­fes­tar que The Dark Hor­se que se aca­ba de estre­nar es una pro­duc­ción de gran cali­dad capaz de emo­cio­nar al públi­co de estas latitudes.

Cliff Curtis y James Rolleston

Cliff Cur­tis y James Rolleston

Basa­do en la vida real de Gene­sis Poti­ni –apo­da­do Gen‑, un bri­llan­te juga­dor de aje­drez mao­rí que ha pade­ci­do de una con­si­de­ra­ble bipo­la­ri­dad, el direc­tor y a la vez guio­nis­ta James Napier Rober­tson ha esbo­za­do uno de los aspec­tos más impor­tan­tes de su vida como ins­pi­ra­dor y maes­tro de este didác­ti­co y com­ple­jo depor­te mental.

Al comen­zar el rela­to, Poti­ni (Cliff Cur­tis) es des­crip­to como un pacien­te psi­quiá­tri­co que se encuen­tra hos­pi­ta­li­za­do debi­do a su enfer­me­dad. Cuan­do es dado de alta es pues­to al cui­da­do de su her­mano mayor Ari­ki (Way­ne Hapi); un indi­vi­duo cuyo esti­lo vio­len­to de vida al for­mar par­te de una ban­da de gangs­ters no con­cuer­da con la natu­ra­le­za de Gene­sis (apo­da­do Gen). Más aún, tenien­do en cuen­ta que el ambien­te en que trans­cu­rre la ado­les­cen­cia de Mana (James Rolles­ton), el hijo de su her­mano, no es el más apro­pia­do, el pro­di­gio­so aje­dre­cis­ta se pro­po­ne ense­ñar a su sobrino así como tam­bién a un gru­po de otros jóve­nes des­fa­vo­re­ci­dos cómo jugar al aje­drez al pro­pio tiem­po de moti­var­los para par­ti­ci­par en un cam­peo­na­to nacio­nal que ten­drá lugar en Auc­kland. Obvia­men­te que no fal­ta­rán obs­tácu­los para tra­tar de alcan­zar la meta propuesta.

Esta his­to­ria podría haber segui­do una ruta pre­de­ci­ble pero afor­tu­na­da­men­te no fue así. Cier­ta­men­te se han vis­to muchos fil­mes en don­de la abne­ga­da labor de un maes­tro per­mi­te que sus alum­nos logren sobre­sa­lir y ser úti­les en la vida. En este caso, la dife­ren­cia sub­sis­te en que el ins­truc­tor sigue pade­cien­do de su bipo­la­ri­dad que aun­que no lle­ga a afec­tar de modo alguno a ter­ce­ros, demues­tra su férrea volun­tad de res­ca­tar a una juven­tud que podría per­der­se a tra­vés de un camino vio­len­to, para que a tra­vés de un noble jue­go logren desa­rro­llar sus apti­tu­des y com­pro­bar que hay cami­nos alter­na­ti­vos supe­rio­res para iden­ti­fi­car­se mejor y madu­rar. En ese pro­pó­si­to, de nin­gún modo el direc­tor tra­ta de enal­te­cer sen­ti­men­tal­men­te la figu­ra de Poti­ni recu­rrien­do a su enfer­me­dad; lo que hace en cam­bio es ofre­cer un retra­to humano de un ser sufrien­te y soli­ta­rio que logra dar­le sen­ti­do a su vida uti­li­zan­do su pasión por el aje­drez trans­mi­tien­do sus ense­ñan­zas a mucha­chos humil­des a fin de que pue­dan alen­tar un futu­ro mejor.

Bien arti­cu­la­do y muy bien narra­do, el direc­tor apro­ve­cha para ilus­trar ras­gos de la cul­tu­ra mao­rí, don­de algu­nos de los mis­mos dis­tan de ser com­pla­cien­tes, como lo son los ritos de ini­cia­ción en una ban­da de gangs­ters. Igual­men­te, duran­te el tor­neo de aje­drez de Aukland Rober­tson remar­ca elíp­ti­ca­men­te las dife­ren­cias socia­les exis­ten­tes entre los jóve­nes mao­rís y los res­tan­tes jugadores.

A nivel inter­pre­ta­ti­vo, Cur­tis con­tri­bu­ye a que el film logre poten­ciar­se por su excep­cio­nal inter­pre­ta­ción. Este actor mara­vi­lla asu­mien­do por com­ple­to la per­so­na­li­dad de Poti­ni; su ansie­dad, la for­ma en que mur­mu­ra entre dien­tes, la deses­pe­ra­ción mani­fies­ta por lograr su obje­ti­vo así como los ras­gos típi­cos de su tras­torno cere­bral, que­dan mag­ní­fi­ca­men­te refle­ja­dos. El elen­co que lo acom­pa­ña es la igual­men­te com­pe­ten­te, des­ta­cán­do­se Rolles­ton como el mucha­cho tími­do que se encuen­tra en la con­flic­ti­va situa­ción de ser sal­va­do por su tío o de seguir el camino vio­len­to impues­to por su padre; igual­men­te es loa­ble la actua­ción del debu­tan­te actor Hapi como el pro­ble­má­ti­co her­mano de Gen. Jor­ge Gutman

Un Film de Extra­or­di­na­ria Belleza

THE JUN­GLE BOOK. Esta­dos Uni­dos, 2016. Un fim de Jon Favreau

Sor­pren­den­te, ima­gi­na­ti­va, esplen­do­ro­sa, son algu­nos de los elo­gia­bles cali­fi­ca­ti­vos mere­ci­dos por The Jun­gle Book, la pelí­cu­la diri­gi­da por Jon Favreau. Esta reco­pi­la­ción de his­to­rias escri­tas por Rud­yard Kipling (1865 – 1936), escri­tor bri­tá­ni­co de ori­gen indio y Pre­mio Nóbel de Lite­ra­tu­ra, ha sido obje­to de nume­ro­sas ver­sio­nes cine­ma­to­grá­fi­cas, inclu­yen­do la de ani­ma­ción de 1967 que fue super­vi­sa­da por Walt Dis­ney en su tra­ba­jo pós­tu­mo; con todo, la pre­sen­te es sin duda algu­na la más espectacular.

En este extra­or­di­na­rio esfuer­zo de pro­duc­ción jue­ga un rol fun­da­men­tal el empleo de las imá­ge­nes gene­ra­das por compu­tado­ras (CGI) que ofre­ce una sen­sa­ción de vero­si­mi­li­tud impre­sio­nan­te, refor­za­do aún más con el uso de la ter­ce­ra dimen­sión. Si a la vir­tuo­si­dad visual que des­plie­ga el film se le agre­ga el impac­to emo­cio­nal que Favreau logra en su narra­ción, todo está dado para que el espec­ta­dor goce de un gran espec­tácu­lo al intro­du­cir­se en la ver­da­de­ra jun­gla don­de trans­cu­rre la acción.

Neel Sethi

Neel Sethi

En la sel­va india del rela­to vive una enor­me varie­dad de ani­ma­les con la sola pre­sen­cia huma­na de Mow­gli (Neel Sethi). A tra­vés de la narra­ción de la noble pan­te­ra Baghee­ra (Ben Kings­ley), se sabe que este chi­co que se extra­vió de sus padres y que­dó per­di­do en la jun­gla, fue res­ca­ta­do y cria­do por los lobos Ake­la (Gian­car­lo Espo­si­to) y Raksha (Lupi­ta Nyong’o). No habien­do cono­ci­do otro ambien­te que el de los ani­ma­les con quien con­vi­ve, Mow­gli se sien­te feliz en el medio en que se encuen­tra y ade­más des­plie­ga una gran ener­gía des­pla­zán­do­se entre los árbo­les a la mane­ra de un mono.

El ambien­te des­crip­to en el guión de Jus­tin Marks es cier­ta­men­te idí­li­co don­de la fau­na ve trans­cu­rrir su exis­ten­cia armo­nio­sa­men­te apli­can­do la “ley de la sel­va” que con­sis­te en el prin­ci­pio soli­da­rio de uno para todos y todos para uno.  Sin embar­go, el orden natu­ral se quie­bra cuan­do apa­re­ce la figu­ra ame­na­za­do­ra del vio­len­to tigre de Ben­ga­la She­re Khan (Idris Elba) quien anun­cia sus inten­cio­nes de apre­sar a Mow­gli. Por esa razón Baghee­ra con­si­de­ra que el momen­to ha lle­ga­do para que el niño aban­do­ne a su fami­lia adop­ti­va y se diri­ja a la aldea huma­na para unir­se a los seres de su especie.

A par­tir de allí se ini­cia la gran aven­tu­ra de nues­tro héroe a tra­vés de varia­dos encuen­tros. El pri­me­ro de los mis­mos tie­ne lugar con la seduc­to­ra ser­pien­te Kaa (Scar­lett Johans­son) quien a pun­to de devo­rar­lo es sal­va­do mila­gro­sa­men­te por el oso Baloo (Bill Murray); por el favor rea­li­za­do éste le soli­ci­ta que le pro­cu­re la miel nece­sa­ria duran­te su hiber­na­ción. Al pro­se­guir su mar­cha Mow­gli es arre­ba­ta­do por una mana­da de monos y trans­por­ta­do a un tem­plo anti­guo domi­na­do por la pre­sen­cia del rey Louie (Chris­topher Wal­ken), un enor­me oran­gu­tán que le exi­ge al via­je­ro que le reve­le el secre­to de la flor roja capaz de pro­du­cir fue­go. En este via­je ini­ciá­ti­co don­de el pro­ta­go­nis­ta tra­ta de ven­cer los peli­gros para sobre­vi­vir, indi­rec­ta­men­te se des­pren­den algu­nas lec­cio­nes mora­les que le per­mi­ti­rán guiar­lo en el futuro.

La repro­duc­ción de la sel­va y la de los ani­ma­les que la pue­blan así como la cap­ta­ción de sus movi­mien­tos adquie­ren un rea­lis­mo sor­pren­den­te, sobre todo si se tie­ne en cuen­ta que nin­gún ani­mal ver­da­de­ro ha sido uti­li­za­do duran­te la fil­ma­ción. Es aquí don­de los sen­sa­cio­na­les efec­tos visua­les cobran ver­da­de­ro sen­ti­do por­que están al ser­vi­cio de una poten­te his­to­ria de dimen­sión huma­na. Eso se encuen­tra refor­za­do por el valio­so apo­yo de las voces de los acto­res y sobre todo por la actua­ción de Neel Sethi quien en su debut como actor se desem­pe­ña muy bien asu­mien­do el papel protagónico.

Como en todo film de Dis­ney siem­pre hay can­cio­nes que ame­ni­zan su tra­ma; así resul­ta gra­to escu­char los temas The Bare Neces­si­ties ento­na­do por Bill Murray y I Wan­na Be Like You por par­te de Chris­topher Walken.

Final­men­te, noble­za obli­ga des­ta­car a Robert Lega­to y Adam Val­dez res­pon­sa­bles de los extra­or­di­na­rios efec­tos visua­les como así tam­bién la ágil direc­ción foto­grá­fi­ca de Bill Pope.

En esen­cia, Jon Favreau ha logra­do un her­mo­so film que equi­li­bran­do espec­ta­cu­la­ri­dad con legí­ti­ma emo­ción per­mi­te que tan­to los niños como los adul­tos pue­dan dis­fru­tar­lo ple­na­men­te. Jor­ge Gutman

Don Chead­le revi­ve a Miles Davis

MILES AHEAD. Esta­dos Uni­dos, 2015. Un film de Don Cheadle

Ubi­cán­do­se por pri­me­ra vez detrás de la cáma­ra, Don Chead­le tam­bién lo pro­ta­go­ni­za ani­man­do al míti­co trom­pe­tis­ta Miles Davis (1926 – 1991). La vida de este músi­co está ínti­ma­men­te aso­cia­da a la his­to­ria del jazz del siglo pasa­do en don­de su carre­ra se dis­tin­guió por su per­ma­nen­te inno­va­ción hacia nue­vos sen­de­ros artís­ti­cos. Chead­le no ofre­ce aquí una con­ven­cio­nal bio­gra­fía del artis­ta sino que acu­dien­do a algu­nos per­so­na­jes y situa­cio­nes de fic­ción lo ubi­ca en un deter­mi­na­do momen­to del tiem­po para extraer algu­nos ras­gos de su autén­ti­ca per­so­na­li­dad; en ese inten­to, el novel rea­li­za­dor infun­de al rela­to una pro­fun­da ener­gía y vita­li­dad ade­más de otor­gar­le un apre­cia­ble esti­lo visual.

Don Cheadle

Don Chead­le

Estruc­tu­ra­do en for­ma no cro­no­ló­gi­ca y frac­tu­ra­da, al comen­zar la his­to­ria el guión de Chead­le y Ste­ven Bai­gel­man ubi­ca la acción en Nue­va York en 1979, cin­co años des­pués de que el trom­pe­tis­ta se ale­jó de la acti­vi­dad musi­cal, man­te­nién­do­se reclui­do por pro­ble­mas de salud y su adic­ción a las dro­gas. Es allí que apa­re­ce el fic­ti­cio per­so­na­je Dave Brill (Ewan McGre­gor) quien se apro­xi­ma a la casa del soli­ta­rio Davis (Chead­le) pre­sen­tán­do­se como perio­dis­ta de Rolling Sto­ne: su pro­pó­si­to es hacer­le una entre­vis­ta sobre su rumo­rea­do retorno artís­ti­co. Des­pués de los pri­me­ros minu­tos de un encuen­tro a todas luces difi­cul­to­so, Dave logra ganar­se la con­fian­za del músi­co, y a par­tir de allí el perio­dis­ta tra­ta de ayu­dar­lo en la recu­pe­ra­ción de una cin­ta gra­ba­da por Davis que le per­mi­ti­rá vol­ver al mun­do del jazz; la mis­ma se encuen­tra en las manos de un ines­cru­pu­lo­so pro­duc­tor (Michael Stuhl­barg) del sello Colum­bia Records (Michael Stuhl­barg) para quien el trom­pe­tis­ta efec­tua­ba sus regis­tros discográficos.

Simul­tá­nea­men­te, a tra­vés de los recuer­dos del músi­co el film se des­pla­za a los años 50 enfo­can­do momen­tos feli­ces en su roman­ce con Fran­ces Tay­lor (Ema­yatzi Cori­neal­di), una bai­la­ri­na de Broad­way que fue su gran amor y con quien final­men­te se casa en 1958. En el trans­cur­so de esos años de vida con­yu­gal es cuan­do Davis obtie­ne un inusual suce­so con algu­nos de sus memo­ra­bles álbu­mes que lo popu­la­ri­za­ron como el talen­to­so reno­va­dor del jazz moderno.

Al con­cen­trar­se más en el hom­bre que en el bri­llan­te músi­co, Chead­le deci­di­da­men­te no brin­da una mira­da com­pla­cien­te del músi­co. Al des­cri­bir­lo como un ser tor­tu­ra­do, con una visi­ble bipo­la­ri­dad, su dra­má­ti­co con­su­mo de dro­gas y su inca­pa­ci­dad de ser leal a Fran­ces quien demos­tró su total devo­ción y aban­do­nó su carre­ra por él, el direc­tor impi­de que el espec­ta­dor pue­da sim­pa­ti­zar con su per­so­na. Al pro­pio tiem­po, al enfo­car lo que acon­te­ce detrás de la esce­na musi­cal, el rela­to des­ta­ca la ausen­cia de soli­da­ri­dad, leal­tad, bue­na fe, así como el opor­tu­nis­mo de los lla­ma­dos “ami­gos” tra­tan­do de apro­ve­char la popu­la­ri­dad de Davis; así, en ese redu­ci­do uni­ver­so no hay quie­nes pue­dan ofre­cer algu­na nota de redención.

Chead­le rea­li­za un sor­pren­den­te tra­ba­jo revi­vien­do la leyen­da del gran artis­ta; en un rol que le vie­ne como ani­llo al dedo, resul­ta delei­ta­ble obser­var sus ges­tos, tono de voz, la exce­len­te recrea­ción que efec­túa mien­tras está actuan­do y los momen­tos som­bríos de los fan­tas­mas que lo aco­san. Cori­neal­di logra dis­tin­guir­se como la com­pa­ñe­ra de Davis que no pue­de evi­tar sus frus­tra­cio­nes al tener que vivir con un genio que refle­ja cam­bios en sus esta­dos aní­mi­cos a la vez que le es infiel. En cuan­to a McGre­gor, aun­que su per­so­na­je resul­te un tan­to for­za­do, se desem­pe­ña correc­ta­men­te en las secuen­cias man­te­ni­das con Davis.

A pesar de que la narra­ción resul­te a ratos con­fu­sa cuan­do no caó­ti­ca, en líneas gene­ra­les el rea­li­za­dor ofre­ce momen­tos vibran­tes que com­pen­san cier­tos des­ni­ve­les del rela­to. Sin lle­gar al nivel de exce­len­cia logra­do por Clint East­wood en Bird (1988) enfo­can­do la vida de Char­lie Par­ker, los aman­tes del jazz se sen­ti­rán com­pla­ci­dos de apre­ciar el tri­bu­to de Chead­le a Miles Davis. Jor­ge Gutman

El Verano de Tres Adolescentes

SLEE­PING GIANT. Cana­dá, 2015. Un film de Andrew Cividino

En su pri­mer lar­go­me­tra­je como rea­li­za­dor Andrew Civi­dino tras­la­da un cor­to que había rea­li­za­do pre­via­men­te. Pla­ga­do de bue­nas inten­cio­nes, el film es otro rela­to más de ado­les­cen­tes que duran­te un verano atra­vie­san cier­tas expe­rien­cias que podrán hacer­les madurar.

Jackson Martin

Jack­son Martin

La acción se desa­rro­lla en la épo­ca actual alre­de­dor del Lago Supe­rior (del lado cana­dien­se), don­de tres ado­les­cen­tes de apro­xi­ma­da­men­te 15 años de edad pasan sus vaca­cio­nes esco­la­res. Uno de ellos es Adam (Jack­son Mar­tin), un mucha­cho que se encuen­tra vera­nean­do con sus padres; los otros dos son Nate (Nick Serino) y su pri­mo Riley (Reece Mof­fet) quie­nes apro­ve­chan el verano para visi­tar a su abuela.

A tra­vés de una bue­na obser­va­ción brin­da­da por el rea­li­za­dor se apre­cia que Adam per­te­ne­ce a una fami­lia de bue­na situa­ción eco­nó­mi­ca en tan­to que Nate y Riley pro­vie­nen de un medio más humil­de. Mien­tras que Adam es intros­pec­ti­vo y reser­va­do, sus dos com­pa­ñe­ros son com­ple­ta­men­te opues­tos en per­so­na­li­dad; en espe­cial que­da bien refle­ja­do la natu­ra­le­za sar­cás­ti­ca, beli­co­sa, pro­vo­ca­ti­va y vul­gar de Nate, que muchas veces inten­ta ridi­cu­li­zar a Adam; de allí que no resul­ta extra­ño que el tími­do mucha­cho se adap­te más con Riley moti­van­do a que su padre (David Disher) lo invi­te a cenar a su hogar.

Duran­te la mayor par­te del film, no hay nada espe­cial que pue­da des­pren­der­se del rela­to en tér­mi­nos de con­ci­tar espe­cial aten­ción. El trío des­ti­na su tiem­po libre jugan­do, sal­tan­do a las aguas del lago des­de un ele­va­do acan­ti­la­do, rela­cio­nán­do­se con el ven­de­dor local de marihua­na, como así tam­bién se apre­cia a Nate y Riley par­ti­ci­pan­do en peque­ños robos de comes­ti­bles de un alma­cén local.

En líneas gene­ra­les, las con­ver­sa­cio­nes entre los mucha­chos resul­tan ano­di­nas sin des­per­tar mayor inte­rés, sal­vo un comen­ta­rio efec­tua­do por Riley don­de Adam se ente­ra de una indis­cre­ción come­ti­da por su padre. La pre­sen­cia feme­ni­na se mani­fies­ta en Tay­lor (Katelyn McKerrra­cher), una chi­ca por quien Adam se sien­te atraí­do, aun­que dicho per­so­na­je no agre­ga mayor rele­van­cia al rela­to. Recién en los últi­mos 20 minu­tos del metra­je se pro­du­ce un giro dra­má­ti­co que con­du­ce a un des­en­la­ce fácil­men­te previsible.

Civi­dino quie­re refle­jar algu­nos inquie­tu­des exis­ten­cia­les que va domi­nan­do a este trío a medi­da que el rela­to alcan­za su cli­max, lo cier­to es que esta pin­tu­ra del mun­do ado­les­cen­te en su tran­si­ción a la adul­tez no lle­ga a cobrar el sufi­cien­te dra­ma­tis­mo capaz de emocionar.

El direc­tor logra actua­cio­nes natu­ra­les de los jóve­nes intér­pre­tes, sobre todo si se tie­ne en cuen­ta que Serino y Mof­fet no han teni­do pre­via expe­rien­cia. Visual­men­te, Civi­dino se ha vali­do de la muy bue­na foto­gra­fía de James Klop­ko cap­tan­do el pano­ra­ma en que trans­cu­rre la acción. Jor­ge Gutman

Nota­ble pro­duc­ción del Fes­ti­val de Stratford

HAM­LET

Comen­ta­rio de Jor­ge Gutman

Pro­si­guien­do con la bue­na prác­ti­ca de fil­mar las obras de tea­tro pre­sen­ta­das por el Fes­ti­val de Strat­ford, el públi­co tie­ne opor­tu­ni­dad de juz­gar Ham­let, que fue roda­da para el cine por She­lagh O’Brien.

Como es bien sabi­da ésta es una de las inmor­ta­les tra­ge­dias de Sha­kes­pea­re que influ­yó enor­me­men­te en la lite­ra­tu­ra ingle­sa ade­más de haber sido repre­sen­ta­da mun­dial­men­te y tras­la­da­da en nume­ro­sas ver­sio­nes al cine y la tele­vi­sión. Con todo, habien­do asis­ti­do a la repre­sen­ta­ción de la pie­za en apro­xi­ma­da­men­te 25 opor­tu­ni­da­des, no ten­go duda algu­na para seña­lar que esta pro­duc­ción de Anto­ni Cimo­lino es la mejor que haya vis­to has­ta la fecha. A pesar de que ha dlrec­tor ape­ló a una moder­na ambien­ta­ción, el espí­ri­tu de Sha­kes­pea­re está pre­sen­te en todo momen­to. Su magis­tral pues­ta escé­ni­ca se debe a varios fac­to­res aun­que sin duda algu­na el más impor­tan­te es el cali­fi­ca­do elen­co que ha sabi­do reunir.

Jonathan Goad y Geraiint Wyn Davies

Jonathan Goad y Geraint Wyn Davies

¿Qué es lo que hace a este Prín­ci­pe de Dina­mar­ca tan espe­cial? La res­pues­ta es Jonathan Goad quien con su inter­pre­ta­ción des­lum­bran­te no tie­ne nada que envi­diar a Lau­ren­ce Oli­vier, Ken­neth Bra­nagh y Derek Jaco­bi, entre algu­nos de los gran­des artis­tas que desem­pe­ña­ron este com­ple­jo rol. Lo que se des­ta­ca en Goad es la pro­fun­da huma­ni­dad que ha sabi­do impri­mir a un Ham­let total­men­te angus­tia­do cuan­do a tra­vés del fan­tas­ma de su padre ase­si­na­do, éste le pide que se ven­gue de su her­mano Clau­dius quien per­pe­tró el fra­tri­ci­dio para usur­par el trono; esa reve­la­ción resul­ta más peno­sa tenien­do en cuen­ta que Ger­tru­dis, su madre y a la vez Rei­na de Dina­mar­ca, inme­dia­ta­men­te con­tra­jo nue­vas nup­cias con el cri­mi­nal. Ese dolor que lo con­du­ce a un esta­do de pro­fun­da rabia y que lo trans­for­ma en un ser que comien­za a diva­gar con su locu­ra ‑a veces real y otras fin­gi­da- es trans­mi­ti­da con una inten­si­dad tan gran­de que uno se olvi­da que pre­sen­cia a un actor para con­fun­dir­se con el per­so­na­je que en uno de sus soli­lo­quios pro­nun­cia la famo­sa fra­se “ser o no ser; ésa es la cues­tión”.

Entre otras actua­cio­nes meri­to­rias se encuen­tra la de Adrien­ne Gould quien dan­do vida a Ophe­lia con­mue­ve como la joven sufri­da que se sien­te recha­za­da por Ham­let y pos­te­rior­men­te lle­ga­rá a un esta­do de total des­equi­li­brio men­tal; la esce­na en que se enfren­ta a los reyes al ente­rar­se de la muer­te de su padre Polo­nius es de anto­lo­gía. Y hablan­do de Polo­nius, el cham­be­lán del rei­no, resul­ta mag­ní­fi­ca la carac­te­ri­za­ción de Tom Roo­ney quien ofre­ce el humor nece­sa­rio capaz de ali­viar las ten­sio­nes del rela­to. Sea­na McKen­na logra un buen equi­li­brio como la Rei­na Ger­tru­de, una mujer cons­ter­na­da que tra­ta de com­pa­ti­bi­li­zar el amor que sien­te hacia su hijo que le hace ver la reali­dad de los hechos que ella no está dis­pues­ta a acep­tar y el deber que le corres­pon­de asu­mir como espo­sa. Tam­bién es elo­gia­ble la actua­ción de Geraint Wyn Davies quien como Clau­dius mani­fies­ta muy bien la dupli­ci­dad del buen simu­la­dor fren­te a Ham­let y de su dia­bó­li­ca per­so­na­li­dad bus­can­do la oca­sión pro­pi­cia para poder librar­se de él; uno de sus mejo­res momen­tos es el ofre­ci­do al comien­zo del segun­do acto cuan­do su per­so­na­je demues­tra algu­nos sig­nos de remor­di­mien­to por haber ase­si­na­do a su her­mano. Por su par­te, Tim Camp­bell ofre­ce cali­dez huma­na como Hora­tio, el abne­ga­do e incon­di­cio­nal ami­go de Ham­let quien cons­ti­tu­ye su gran sopor­te fren­te al dra­ma que vive. Con sobrie­dad Mike Sha­ra encar­na a Laer­tes, el her­mano de Ophe­lia e hijo de Polo­nius, quien ins­ti­ga­do por Clau­dius se bate a espa­da con Ham­let en una deci­si­va esce­na pró­xi­ma al des­en­la­ce de la tragedia.

En roles de apo­yo San­jay Tal­war y Ste­ve Ross cum­plen efi­cien­te­men­te los pape­les de Rosen­crantz y Guil­dens­tern como los infor­man­tes del rey sobre la con­duc­ta de Ham­let; igual­men­te, Brian Tree y Robert King con­ven­cen como el par de sepul­tu­re­ros que apa­re­cen en la esce­na del cementerio.

La bue­na esce­no­gra­fía mini­ma­lis­ta de Tere­sa Przybyls­ki demues­tra cómo con ima­gi­na­ción es posi­ble encon­trar la ambien­ta­ción apro­pia­da para las dife­ren­tes esce­nas en que trans­cu­rre la acción. No menos remar­ca­ble es la ilu­mi­na­ción de Michael Wal­ton crean­do el cli­ma nece­sa­rio para los momen­tos cla­ves del dra­ma, como por ejem­plo en la esce­na del encuen­tro de Ham­let con la figu­ra fan­tas­ma­gó­ri­ca de su progenitor.

Cimo­lino es un gran direc­tor quien dota­do de hon­da sen­si­bi­li­dad ha sabi­do trans­mi­tir toda la sapien­cia que Sha­kes­pea­re con­ci­bió en este dra­ma expnien­do temas intem­po­ra­les como la trai­ción, la ambi­ción, la ven­gan­za y sobre todo la corrup­ción moral que lamen­ta­ble­men­te hoy día tie­ne ple­na vigencia.

Cuan­do Ham­let en sus últi­mos pala­bras antes de expi­rar dice “el res­to es silen­cio”, uno sien­te haber asis­ti­do a una obra que por los valo­res men­cio­na­dos que­da­rá gra­ba­da en la memo­ria del espectador.

Esta excep­cio­nal pro­duc­ción del Fes­ti­val de Strat­ford podrá ser vis­ta en selec­cio­na­das salas del cir­cui­to CINE­PLEX, el 23 y 28 de abril. Para infor­ma­ción de los cines par­ti­ci­pan­tes y sus hora­rios res­pec­ti­vos pre­sio­ne aquí.

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